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Cítricos



Por Patricia Karina Vergara Sánchez
Feminista, periodista y profesora


A cítricos. Ella huele a cítricos, una naranja jugosa, un limón fresco, y el olor hace agua mi boca, como si pudiera morderla y zamparme un pedacito de su piel apetitosa.

Sé de su olor porque inundó todo a mi alrededor cuando se inclinó en mi escritorio, demasiado cerca, para entregarme una bibliografía que propone revisemos juntas, alguna vez, en la biblioteca.

Ahora ha vuelto a su asiento y me mira con ese destello pícaro en los ojos mientras yo trato de mantener compuesto mi gesto de distinguida y seria profesora de esta universidad -a pesar de que mis piernas tiemblan de terrenal deseo y mis manos aferran el borrador porque no puedo aferrarme a su cuerpo-.

Su mirada descarada me recorre y ella sonríe mientras respondo esas preguntas complejas sobre ética e ideas con las que mi alumna intenta impresionarme o distraerme.

Yo me voy a otro mundo mirando sus labios suaves. Es sólo por un segundo y luego me recobro. Ante treinta estudiantes presentes yo no puedo perder la compostura. Nadie debe saber lo que ocurre aquí. Esta corriente eléctrica inoportuna debe permanecer oculta, secreta entre ella y yo, contenida.

Esta es una seria, digna y conservadora institución. No hay lugar para la pasión, jamás entre maestro y alumno, mucho menos entre mujer y mujer. ¿Maestra y alumna? Sería un sismo en la estructura misma de este sacrosanto templo del saber. Ni pensarlo.

Ella no deja de mirarme, gata dispuesta a saltar. Serpiente hipnótica que sin tocarme me estremece. No sé cómo, pero logro guardar las necesarias apariencias el resto de la clase, hasta que el bendito timbre suena indicando que ella se marchará por fin. Yo respiro profundo. Se irá, la tregua durará hasta que mañana inicie de nuevo el suplicio.

Todos mis estudiantes salen del aula. Voy a cerrar la puerta y la miro, se ha quedado al último. Pone seguro en la puerta. Estamos frente a frente. Extiende su mano y coloca solamente la punta de su índice en mi hombro y desliza, apenas tocando, la huella de su dedo por mi brazo.

Mi cuerpo, la puerta, el salón, el pizarrón, los pupitres, la universidad completa, el mundo entero se incendian...






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