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Las cuatro historias de "El Abanico"



Por Silvia Rodríguez Trejo
Profesora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, y colaboradora en el Programa de Radio "Quinto Poder" en Radio Universidad de Hidalgo


"Pasa Güero, tengo radio...",
era el llamado que hacían las muchachonas
a los posibles clientes,
aunque éstos fueran más prietos
que el carbón de encino..."
Anónimo


Les contaré una historia... no... van a ser cuatro. Cuatro historias que surgen de "El Abanico"... un antro de mala muerte, donde se gozaba de la vida a más no poder y que formó parte importante de la vida económica, social y cultural de Pachuca, aún y cuando la crónica oficial lo quiera hacer a un lado, lo quiera minimizar, ya que no queremos recordar lo que sentimos que nos afrenta, que nos avergüenza. Tal es el caso del cabaret, casa de citas o burdel que se encontraba en la Zona Roja de la llamada Bella Airosa, allá por los años 60 y 70 -ese centro de vicio que escandalizaba a las buenas conciencias y duplicaba el ingreso a la Presidencia Municipal.

Pues bien, les contaré la historia de Marta. Marta era nuestra vecina, desde muy temprano llevaba a su hija a la escuela pública de la colonia, la Primaria Miguel Hidalgo. Bajaban del barrio de La Surtidora justo hasta llegar a la esquina que hace la calle de Gea González con la Avenida Madero -para más señas donde está la Cruz Roja- allí está todavía la escuela. Iban muy limpias, muy arregladitas las dos. Marta era de las personas que ponían más interés en participar en las actividades escolares, quería ser parte de la mesa directiva, quería que su hija se sintiera orgullosa de ella, quería hacer muchas cosas en la escuela pero... no la dejaban; el rumor que corría era que ella trabajaba allá, en las alturas, en el lugar donde iban las mujeres malas ,que iba todas las noches a echarse sus danzones, sus tragos y a divertirse con los parroquianos, luego entonces, qué de bueno se podía esperar de ella, seguramente nada.

Lo que no sabían era que Marta buscaba el dinero para darle un mejor futuro a su hija y que no tuviera nada que ver con el presente de ella; esas "buenas personas" no sabían que Marta pedía prestada a la vecina su plancha y en ocasiones su máquina de coser para hacerse esas faldas que tanto llamaban la atención... justo arriba de la rodilla, entalladitas, de colores brillantes , imagínese, de satín y con un espectacular cierre que recorría toda la falda, de abajo hacia arriba. Cada noche, se oía en la vecindad su taconeo... rapidito... rapidito... Ya había dejado a su hija durmiendo, ya había cumplido como mamá, ahora a ganarse la vida para, después de unas horas y como todas las madrugadas, escuchar su taconeo que servía como despertador de mi abuela: lento, despacio... cansado... y en un ratito, salir corriendo caminito de la escuela con su pequeña hija. Esa es una historia de amor materno, esa es una lección de vida, esa es una lección de coraje.

La segunda historia es de Rosa, una compañera de la secundaria, del glorioso Poli, cuando albergaba también la vocacional, corrían los años setentas. Rosa era una chica muy inteligente pero sobre todo con un carácter fuerte. Luchona y siempre dispuesta a escuchar, a ayudar al prójimo. Un mal día, Rosa se entera de que su papá se va a quedar sin empleo, iban a demoler su centro de trabajo. El papá de Rosa era músico, tocaba el saxofón en la orquesta del Abanico... Y ahora ¿qué iban a hacer?... la paga no era tan buena como las propinas, esas que dejaba el funcionario o hasta el parroquiano ya medio borracho, medio incróspido, y ni qué decir de los días de quincena o los días de fiesta, las posadas, las fiestas patrias... esas eran las buenas... Y así como él ¿qué iba a hacer tanta gente que vivía del comercio de todo tipo, absolutamente de todo? Desde aquella buena mujer que vendía las chalupas picositas, pasando por las que vendían los tamales o el café con piquete, para ir entonándose, bueno, hasta el del tendajón, ¿dónde iba a encontrar un mejor mercado que el que estaba próximo a desaparecer?

Y sí, desapareció, y muchos vieron desaparecer sus ingresos, sus sueños, mientras que para otros, en contraste, la tranquilidad y la seguridad volvió al barrio. No supe qué pasó después con el papá de Rosa, sé que a ella le va bien y creo que con eso basta.

La tercera historia es la de "El Licenciado", aquel cliente frecuente, el que saludaba como diputado, el que disparaba las cervezas y compartía con el conocido y con el desconocido, que se echaba sus "drinks" sin certificación de origen y arreglaba un pleito entre la mula del seis y una flor imperial. Aquél que una noche, ya entrados en copas, se partió la cara con otro cliente y donde perdió, al grado que no sólo perdió su orgullo, también sus dientes. Hasta su casa, ya postrado en cama, por la tremenda friega que le acomodaron, lo fueron a visitar sus cuates, pero, como buen hijo de la mala vida, regresó al poco tiempo y entonces que se compra un cachito de lotería, sí, allí en el Abanico y ¡que le pega al gordo!. El premio fue una cantidad suficiente como para irse de parranda a Acapulco con una señorita de sociedad. Bueno, ya cuando regresaron,. pues... la dama seguía siendo de sociedad y a él lo andaban buscando hasta por debajo de las piedras. Bien que se supo esconder hasta que el asunto se arregló y hoy por hoy sigue siendo el Respetable Licenciado, Eminente Funcionario Público, Buen Padre de Familia, como se puede ver, ¡un ejemplo a seguir!

La última historia es la del Profesor de danza. Seguramente muchas personas aún recuerdan y de muy buena manera a este querido profesor. Personaje del barrio de la Surtidora, de exquisitos modales y ágil andar; vivía muy pero muy cerquita del Abanico y quienes en ocasiones tenían que ir a visitarlo para que pusiera un bailable en fechas memorables o en fin de cursos de las escuelas vecinas ,o también para el vals de la niña que cumplía sus floridos quince, sabían que debían ir a media mañana y rapidito, rapidito, entonces cuando iban por allí, que las muchachitas se agacharan, ni miraran ni oyeran, que ni respiraran , no les fuera a dar un "aire", y a meterse a la casa del profesor, a ensayar, a aprender el vals , la polka, o lo que fuera, y después lo mismo... a salir rapidito, no voltear a ninguna parte... "mira p'al suelo m'ija y córrele, nomás no le vayas a decir a tu papá por dónde anduvimos...”.

Pues bien, lo último que se supo del profesor de baile fue que su pareja lo mató, en un arranque de celos le dio con el sartén en la cabeza y allí quedó, él solito y el asesino huyó. Con el tiempo, los detalles se han borrado pero, de lo que sí me acuerdo es de la gran calidad humana del profesor, de su sencillez y su amor a la vida, de su desesperación por querer hacer bailar a un palo de escoba, pero sobre todo, me acuerdo de su mirada... cálida y buena. Hay finales no merecidos.

Son sólo cuatro historias que compartieron en su momento un espacio -“El Abanico”- un espacio que tuvo sus claroscuros, sus contrastes. Lugar que fue demolido y que después de su desaparición, tan celebrada por unos, trajo como consecuencia un menor ingreso a las arcas municipales y nos quedó a deber un sinfín de historias qué contar...






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