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Benita, por siempre



Por Elvira Hernández Carballido
Doctora en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Comunicación. Profesora investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, fue jurado en el reciente Premio Nacional de Periodismo.


Abril de 1992, yo era una reportera con tres meses de embarazo que se dirigía tranquila e ilusionada a la casa de Benita Galeana, luchadora social, comunista por convicción, feminista por destino, mujer admirable por vocación. La esperé un rato, a fuera de su casa y al poco rato le descubrí. Traía su bolsa de mandado, flores en una mano, sus trenzas ya de color gris seguían dándole esa personalidad e mujer fuerte y hermosa, su mirada limpia me conquistó de inmediato.

Entramos a su casa con olor a pasado y color de una vida llena de luchas constante. Atisbé discreta esa gran pintura que la recuperaba con toda su fuerza, otra vez esas trenzas maravillosas la hacen destacar. Me conmueve que decida acostarse en el piso mientras la entrevisto, "es que he estado mala de la columna y así debo descansar". Oiga sus historias y sus verdades. Me enseña fotos, me lee emocionada un poema, que después decide regalarme y yo me pongo a llorar como una niña. Subimos a su estudio. Acaricio su máquina de escribir. Veo apuntes, su letra de niña en algunos borradores, aspiro el olor de su rebozo que descansa en una mecedora. Emocionada me confía que está enamorada, que tiene novia. Reímos como adolescentes. Y me alejo de su casa ilusionada, segura de que las mujeres fuertes existen, que las luchadoras sociales huelen a flores del mar y tienen una mirada que te puede tatuar el alma.

Quién iba imaginar que unos años después, el 17 de abril de 1996, llegaría otra vez a su casa pero ya no la encontraría. Me topé con gente, que como yo, la admiraba profundamente. Miré esos puños en lo alto y me uní a las consignas: Benita vive, la lucha sigue. Benita vive, la lucha sigue. Y al empezar el siglo XX esa casa se transformó en un museo y en un espacio para las expresiones culturales.

Benita luchadora social, Benita que renegaba del feminismo pero que fue ejemplo del feminismo mexicano. Benita que enfrentaba a sus compañeros machines del partido comunista y les arrebataba la palabra porque luego, nada más por ser mujer, no se la querían dar. Su historia es admirable, aunque siempre lo será más ella.

Nació en el estado de Guerrero, casi al empezar el siglo XX. Muy pequeña quedó huérfana y desde su más tierna edad supo del dolor y de la pobreza. Su carácter y seguridad en sí misma la hizo sobrevivir en un ambiente violento, injusto, difícil. Uno de sus cuñados intentó violarla y Benita le cortó los dedos con un machete. Para huir del maltrato familiar, se casó muy joven, fue la oportunidad de escapar de un infierno pero entró a otro, al no estar enamorada, y al parir en medio de su gran pobreza a su hija. Estaba segura que si escapa ahora de su estado, en la ciudad de México podría sobrevivir con mayor dignidad. Al legar a la capital del país, las cosas no mejoraron. Hasta trabajo en un cabaret para sobrevivir, conoció a un hombre llamado Manuel, quien pese a la violencia que a veces ejercía sobre ella, al pertenecer al partido comunista poco a poco interesó a su mujer en el tema.

Fue así como Benita escuchó discursos de justicia y de igualdad social, y se dejó convencer de que en México si se luchaba por eso, la gente podía vivir en mejores condiciones de vida. Creyó en la ideología comunista y empezó a ir a las oficinas del partido a ayudar, luego a participar, a discutir y a luchar por su causa. Así, la compañera de las trenzas, como le decía, se entregó a una lucha leal, sincera y apasionada para proteger y orientar a los trabajadores obreros, a los campesinos y a las mujeres pobres. De 1930 a 1934, en la absoluta clandestinidad, Benita repartía "El Machete", el periódico oficial del partido, participaba en mítines y marchas. Apoyó huelgas, debatía en las reuniones del partido con argumentos honestos y directos. Tiempo después conoció a Humberto Padilla, su primer gran amor. Cuando estuvo con él escribió su autobiografía llamada simplemente "Benita". Luego conoció a Mario Gil con quien vivió hasta que le murió, en la década de los setentas.

El libro que escribió Benita de inmediato llamó la atención por su estilo, las historias compartidas y el permitir descubrir en cada página a una mujer mexicana que luchó para salir de la pobreza, que creyó en sus ideales y los defendió con gran pasión. Por eso, hoy Benita querida, te evoco con cariño y admiración.






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