No me gustan los niños, respeto a aquellos y aquellas que piensan que la única forma de realización y trascendencia de una mujer es a través de los hijos.

Nunca me atrevería a dañar a ninguno, y estoy convencida de que mucho ayuda la que no estorba , por eso cuando en algún centro comercial o en algún restaurante algún niño llora, se le caen sus juguetitos o alguna peripecia característica de la edad prefiero alejarme o abandonar el lugar, según sea el caso.

De la misma manera que en su oportuno momento y sin dañar a ningún infante decidí alejarme del proceso enseñanza-aprendizaje y seguir mi vocación de comunicóloga.

Ni en mis mejores, mucho menos en mis peores momentos ha pasado por mi mente la idea de tener un hijo. Mi postura es sencillamente apocalíptica: no sabría cómo educarlo, como transmitirle el amor a la maravillosa vida (que nunca le he encontrado nada de maravillosa) de la que todos hablan. Creo que lo de menos es conseguir el capital para alimentarlo, vestirlo, calzarlo, enviarlo a algún centro educativo y presionarlo hasta el cansancio para que termine una profesión.

Una licenciatura que en el proceso de globalización a lo más, le daría el rango de obrero calificado , en un mundo contextualizado por tratados internacionales que apuntan a la privatización de los servicios básicos como salud y educación.

Y es una característica que me ha definido en mi entorno al igual que cualquier otra característica que puede ayudarnos a ubicar a alguien: mi amiga la de cabello largo y brillante, mi amigo el gordito; mi amiga la morenita o la alta; yo soy la amiga que no soporta a los niños.

Yo no sé si mi postura sea o no la correcta, no la estoy sometiendo a juicio simplemente es mía; y con esa postura que nunca he tratado de ocultar, he transitado por esta vida, diciéndola fuerte y quedito, de manera educada y las más, incorrecta en todos los tiempos y espacios.

Me han marcado en reiteradas ocasiones que digo mis ideas de manera muy abrupta y no lo niego, cuando algo o alguien me molesta no reparo en manifestarlo.

Por otra parte hay personas que han halagado mi honestidad, todo es cuestión de enfoques; y como no existen verdades absolutas...

El dolor más grande de mi vida me remite a un maravilloso hombre que entre otros motivos decidió dejarme ante la falta de mi instinto materno.

Durante seis años me retorcí, me revolqué en mi dolor y desde luego con ayuda de mucha gente seguí viva (más a fuerza que de ganas) y con proyectos.

Hace relativamente poco tiempo empecé una nueva relación y como es mi costumbre, hablé claro una vez más: no pienso tener hijos, trato de ser un cerebro, no quiero ser un útero ni una matriz.

Un día ese hombre me convenció de que nos casáramos, y otra vez reiteré mi forma de ver la maternidad, a lo que respondió como siempre, Yo si quiero tener al menos un hijo, pero si tú no quieres no hay problema.

Creo que ya bastante avanzados los planes de matrimonio y avisadas las personas más allegadas, en una conversación, antier, me manifestó que lo mío es pura pose; que es por el entorno pseduointelectual y por mis amigas, especialmente por Elvira es por quien me niego a darle un hijo; que el salirme de centros comerciales y restaurantes es parafernalia; que necesitaba por lo menos dos días para pensar si decide estar conmigo toda la vida o no.

Mis oídos no daban crédito, una vez más yo no mentí; él me estaba subvalorando al pensar que el entorno y Elvira deciden por mí; al proponerme que él y su familia educarían a mi hijo ya que yo tenía otros intereses; que yo siga adelante con mis proyectos de cambiar al mundo. Se agolparon en mi mente dudas como ¿qué podríamos enseñarle a un niño?, ¿cómo sobrellevar la vida con antidepresivos? (Yo) ¿Cómo volverse un alcohólico aficionado al América? (El) ¿Cómo vivir permanentemente angustiado y acelerado? (Yo) ¿Cómo llenar el hueco afectivo comiendo en exceso? (El) ¿Cómo fumar ante la imposibilidad de chuparse el dedo? (El) ¿Cómo trabajar como burro o tal vez como mula para tener un mediano poder adquisitivo? (Yo) ¿Cómo intentar suicidarse y hasta fallar en eso? (Yo) ¿Cómo tratar de aportar algo y dejar la vida en ello?(Yo) ¿Cómo tener que vivir y hasta soñar con miedos e inseguridades? (Los dos) ¿Cómo maldecir cada día el que se toma conciencia de que se amaneció con vida? (Yo)

En el colmo de la humillación y mientras él seguía hablando, de algún recóndito lugar de mi persona, afloró un poco de dignidad y directa e intempestiva como soy decidí no darle dos días, sino dos décadas, dos siglos, dos milenio, dos eternidades.

Y es creo que sí debe pensarlo porque debe ser difícil vivir con alguien que es realista, que no tiene vicios que ha existido para trabajar; que en todo momento trata de seguir la filosofía de Milanés: yo sólo tengo la razón de quien quisiera ser mejor de lo que ayer. Pero definitivamente un hijo a mi no me haría mejor.

Aunque existe otra opción, seguramente se dio cuenta de mis nexos con el tráfico de personas, de órganos, con el crimen organizado; con los delitos de cuello rosa, blanco y negro; de mi afán por hacer daño; de que me robo desde jabones hasta grandes cantidades de dinero; de mi negación a la superación; de mis amistades destructivas; de que soy infiel hasta a mi modo de ser y no sé cuantas cosas más que seguramente también lo hubieran hundido en el más profundo de los fangos.

Mi corazón está desolado a pesar de que desde el primer momento del anuncio de la cancelación de la boda recibí el cariño y la solidaridad de mis adoradas primitas y de mis amigas. Aún así intento ser un cerebro no un útero, y recordando aquella canción ochentera de “la bruja buena de España”: ... Ni tú ni nadie, nadie puede cambiarme...