JULIO 2018

Observadores mudos de la violencia

Foto: Mariana C. Bertadillo/MujeresNet

A pesar de que la violencia es un fenómeno estructural, explica la autora, se convierte en una manifestación consensuada cuando nos volvemos testigos mudos ante ella, legitimándola y reproduciéndola. Sin compasión por el dolor ajeno, la violencia se nutre de injusticia e indiferencia.

Todo integrante de la sociedad en algún momento ha presenciado algún hecho de violencia y con ello el dolor que inflige, convirtiéndose en observador, con la poca o ninguna conciencia de que forma parte del hecho. Como observador se tienen opciones variadas que básicamente es intervenir o no, este último caso -el más frecuente- influido por el temor y falta de decisión para actuar. El miedo y el temor hacen presa de la persona, y finalmente su instinto de sobrevivencia actúa, y mira hacia otro lado.

Si bien la violencia debe de ser entendida como un fenómeno estructural y lleva aparejada la inequidad y la desigualdad de las oportunidades de desarrollo y acceso al bienestar; es una manifestación consensuada, el acto es permitido por los otros, es aprobado al ser consentido por la comunidad, son espectadores de la violencia.

Al ser testigo mudo de la violencia, se legitima, se acepta y se reproduce. No es relevante el tipo o ámbito del hecho que se atestigüe; ya sea de género, de maltrato y abuso infantil, de homofobia, de discriminación, o que ocurra en centros escolares, laborales, comerciales, de entretenimiento, en la calle o bien hechos aún más impactantes como la guerra, los atentados, los actos delictivos o los atentados terroristas.

No hay testigos de la violencia, somos partícipes de ella. En cualquier ambiente donde confluyan personas, la violencia se hace presente. Si bien la víctima y el agresor son los actores protagónicos del hecho, está un tercer participante: el observador pasivo que con su presencia legitima el acto violento. Este observador no tiene conciencia que ejerce violencia al permitirla. Puede ser una persona o un grupo de personas, con una ocupación: observar. ¿Cómo puede una persona entrar a un centro escolar donde hay cientos de personas y matar? Porque los y las observadoras lo permiten, es necesario subsistir a costa de lo que sea, sobrevivir es una prioridad de la persona social.

No hay compasión por el dolor ajeno, solo se mira sin intervenir, no es mi asunto, me alejo simplemente. Si bien los hechos de violencia pueden en algún momento involucrarnos, no se ve esta posibilidad, no hay empatía dada la ausencia del sentimiento de conmiseración.

"La tradición coloca el acento además en que la compasión comúnmente incluye la idea de que nosotros mismos somos vulnerables de maneras similares. Relaciona, así, a la persona que sufre con las posibilidades y la vulnerabilidad de quien se conmisera". (Nussbaum, 2006:67)

Si se toma como ejemplo el acoso entre el alumnado en un centro educativo, o el acoso entre los trabajadores y las trabajadoras en un centro laboral, vemos que la persona acosadora no es quien ostenta el poder dentro del ámbito escolar o laboral, es un acto de agresión entre pares, estudiantes o trabajadores. La violencia hacia las mujeres o a los y las menores, habla de un desajuste en el orden preestablecido del ejercicio de autoridad.

En otras palabras, se percibe una laxitud o indiferencia de las autoridades escolares o bien laborales y en caso extremo se convierten -las autoridades- en meros observadores de las manifestaciones de acoso entre escolares y trabajadores o trabajadoras, al igual que el resto de las y los compañeros. Todos son observadores mudos de la violencia. Este tercer participante, ejerce igual o más violencia que los principales involucrados -víctima y victimario- ya que alimenta el acto de agresión con su silencio, en el mejor de los casos.

La cotidianidad, la falta de tolerancia, son detonantes de la violencia. Lo periódico de los hechos violentos ha vuelto a la persona indolente ante el sufrimiento, humillación y dolor de los otros. La violencia se nutre de injusticia e indiferencia, dejemos de ser testigos mudos de la violencia y de la injusticia, y empecemos a mostrar compasión y a trabajar por la dignidad.

Cultivemos una acción generadora de cambio basada en el ejercicio de una ética social, que fomente valores de respeto a la diversidad, de tolerancia a las diferencias, y por supuesto de una amplia labor de inclusión que permitan cerrar brechas de desigualdad e inequidad. No nos convirtamos en el tercero en el círculo de la violencia, en los observadores mudos de la violencia. La finalidad es garantizar las mismas condiciones de vida con calidad y oportunidades, y de armonía.

Bibliografía:

Nussbaum Martha C. (2006) El ocultamiento de los humano. Repugnancia, vergüenza y ley. Buenos Aires, Kats.