JUNIO 2018

Yo cuento, luego tú existes

A propósito de la lectura del libro de Margaret Atwood, 'El cuento de la criada', la columnista Isabel Loza Vaqueiro reflexiona sobre la resistencia y sus variadas formas ante una vida destinada por otros, explicando por qué para las mujeres contar la propia historia es un acto de fortaleza, sobrevivencia y existencia.

"No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente".
Virginia Woolf, Una habitación propia


Este fin de semana terminé de leer El cuento de la criada de Margaret Atwood (2017). Después de leer la última línea de esta novela no he dejado de pensar en ella, bajo cualquier pretexto la recomiendo y la comento con mis amigas y familia. Y ahora estoy aquí, escribiendo mi primer columna sobre la misma, porque me parece un libro crítico y propositivo -que no solo está en boga por la serie de televisión que emitió su primer capítulo el año pasado (The Handmaid's Tale)- sobre todo por su trama: una distopía que pone en el centro la capacidad de las mujeres de engendrar vida humana y el control que se hace de sus cuerpos en un contexto donde la tasa de natalidad comienza a caer de manera alarmante provocada por la alta contaminación nuclear del ambiente.

En la República de Gilead, el régimen totalitario de la novela, la vida de las personas está controlada de manera absoluta, o eso parece, porque las resistencias, sean los discursos ocultos de crítica al poder que les dan fortaleza o una red secreta de ayuda que mantiene viva la esperanza de escape, a pesar de su sutileza, la dignifican y logran cuestionar hasta qué punto una persona puede ser dominada. La protagonista, una mujer que ha sido forzada para tener relaciones sexuales una vez al mes con uno de los comandantes de la nueva república en presencia de su esposa, resiste de varias formas la vida que le destinan: guardando un poco de mantequilla para humectar su rostro, burlándose en secreto de la apariencia del comandante y de la devoción de su esposa, teniendo relaciones sexuales no permitidas y que disfruta con el chofer de la casa, platicando con su compañera de compras y contándonos su historia. Esta última resistencia, a lo largo de la novela se nos presenta como un leitmotiv en momentos distintos que le hablan directamente a los interlocutores (que en la ficción la protagonista no sabe si tendrá o no) y, en el último capítulo, como la de mayor relevancia.

¿Por qué es un acto de resistencia que una mujer cuente su historia? [1] Porque en nuestras casas, la universidad, el trabajo o en los medios de comunicación y otros espacios nos han hecho creer que lo que tengamos que decir no es importante, que tenemos que ceder ante una mala idea y desvivirnos por complacer y atender a los otros y muchas veces, por el éxito que surten estos discursos, por la poca valoración que hacemos de nosotras y las cosas que nos suceden. Entonces, si tomamos una pluma, grabamos o nos reunimos con un grupo de personas para contarle nuestra vida, lo que pensamos y la importancia de lo que hacemos, estamos transgrediendo lo que se nos ha dicho, las bases sobre las cuales se ha construido el relato dominante de la historia y además, estamos inspirando a que se nos cuenten otras historias, otras que quedaron en los márgenes y que están en el olvido. La protagonista nos dice: "Por eso sigo esta triste, ávida, sórdida, coja y mutilada historia, porque después de todo quiero que la oigáis, como me gustaría oír la tuya si alguna vez se presenta la oportunidad, si te encuentro o te escapas, en el futuro, o en el Cielo, en la cárcel o en la clandestinidad, en cualquier otro sitio. Lo que tienen en común es que no están aquí. Al contarte algo, lo que sea, al menos estoy creyendo en ti, creyendo que estás allí, creyendo en tu existencia. Porque al contarte esta historia logro que existas. Yo cuento, luego tú existes" (Atwood, 2017:360). Contar es uno de los pocos recursos que le quedan a la protagonista, imaginar que alguien la escucha y saber que su historia y la historia de los demás es valiosa. Yo cuento para que tú existas, para que intentes encontrar sentido.

En la novela, se cuenta una historia de mujer, una "otra historia" como la de quienes contaban lo que les pasaba día a día pero que se perdió en el fuego por considerarlas solo un diario o correspondencia, de las que siempre estuvieron ahí pero que no eran visibles a los ojos de los que narraban sus aventuras en tierras lejanas [2] o que permanecieron en el margen por no considerarlas relevantes, como aquellas de las que sobrevivieron haciendo ficción cambiando su nombre por uno de hombre (Amandine Dupin conocida como George Sand y las hermanas Brontë, por ejemplo) o suprimiendo su primer nombre y solo dejando el apellido (como Joanne Rowling que lo cambió a J.K. Rowling cuando escribió Harry Potter). En Mi historia de las mujeres la historiadora Michelle Perrot (2008) nos dice que las mujeres fueron excluidas del relato de la historia, de los acontecimientos, de los cambios, la invisibilidad de las mujeres en la historia se encuentra en el silencio de las fuentes y el silencio del relato. El relato, que para Perrot es también la historia, parece solo incluir lo que a la mirada masculina le parece relevante y lo que mantiene los roles para cada sexo, las mujeres son relevantes cuando protestan por asuntos concernientes a las tareas reproductivas que desempeñan pero no cuando se involucran en asuntos de carácter público. Lo que les pasó, pero sobre todo lo que cuentan acerca de lo que les pasó tendrá un velo que resaltará las acciones que se consideren importantes desde el punto de vista masculino.

La periodista Svetlana Aleksiévich expone este punto muy claramente en su libro La guerra no tiene rostro de mujer (2015) que surge de su interés por conocer otra cara de la Segunda Guerra Mundial, no solo la que cuentan las mujeres, sino desde una perspectiva femenina. "Y de pronto se ponen a recordar, no relatan la guerra 'femenina' sino la 'masculina'. Se adaptan al canon. Tan solo en casa, después de verter algunas lágrimas en compañía de sus amigas de armas, las mujeres comienzan a hablar de su guerra, de una guerra que yo desconozco. De una guerra desconocida para todos nosotros" (Aleksiévich, 2015:13). Su libro nos da testimonio de situaciones y sentimientos que no conocíamos sobre la guerra, olores y sabores más nítidos, blancos nunca inmaculados, uniformes holgados y botas que sacan ampollas, muertes de infantes para evitar ser descubiertos y de su cuidado en medio de la tragedia. Es otra perspectiva sobre la guerra, una que tal vez no hubiéramos conocido sin su inquietud por hacer otras preguntas a las mujeres.

Entonces contar lo que pasó importa pero quizá es más importante "el cristal con el que se mira", desde donde se interpreta. Las historiadoras feministas ya nos lo habían dicho y comienzan a hacer la historia de las mujeres, una historia que le hace preguntas de género a la "historia" y que se preocupa por rescatar la vida de las mujeres en el relato, por hacerlas visibles [3] y cuestionar las miradas desde las que se seleccionan los acontecimientos para hacerlos relevantes.

Al final de la novela nos encontramos en el 2195 en un Congreso de la Asociación Histórica Internacional en donde un hombre, que hace algunos chistes misóginos y sexistas sobre la presidenta de la asociación, analiza la historia de la protagonista, la mujer que resistió, desde una perspectiva que la juzga por no haber sido más temeraria e infiltrarse en la oficina del comandante porque: "Si hubiera tenido instinto de periodista, o de espía, nos habría explicado muchas cosas acerca del funcionamiento del imperio gileadiano" (Atwood, 2017:410). Su conferencia trata principalmente sobre conocer la identidad del comandante (que irónicamente deducen gracias a la de su esposa que era famosa antes de que se le prohibiera tener una vida fuera del ámbito doméstico) y se concentra muy poco en lo que ella cuenta sobre las cosas que hace para sentirse viva, los sentimientos que tiene hacia su esposo e hija y las preguntas que le hace al comandante sobre la omisión del amor en el nuevo sistema.

Es un cierre pesimista pero muy provocador. Pesimista porque seguimos presenciando inspección del cuerpo de las mujeres y la interpretación de su historia desde una mirada privilegiada y sin perspectiva femenina y provocador porque, ¿dejaremos que dentro de 200 años se siga ejerciendo control sobre el cuerpo de las mujeres de manera directa y sutil? La respuesta es no. La otra gran transgresión de la protagonista es que trasciende a través del proyecto de contar su vida, el cuento está ahí para que lo tomemos y pongamos atención en los detalles, para que lo veamos con otros ojos, así como lo hace ella cuando lee "Notile te bastardes carbonudorum" que junto con la palabra "fe" es lo único que puede leer en su cuarto.

Notas:
[1] En la novela esto es casi imposible porque a las mujeres no se les permite escribir ni leer, y es un acto de total transgresión porque las mujeres solo importan en la medida que puedan procrear, cuidar a los hijos, enseñar a otras mujeres cómo comportarse y mantener en orden una casa, y solo para esos fines (¿solo en la ficción?).
[2] Michelle Perrot (2008) en Mi historia de las mujeres escribe cómo el antropólogo Levi-Strauss en su libro Tristes trópicos dice que después de que los hombres se habían ido a cazar ya no quedaba nadie en la aldea más que las mujeres y los niños.
[3] http://www.letraslibres.com/mexico/historia/una-entrevista-gabriela-cano

Bibliografía:
Aleksiévich, Svetlana (2015). La guerra no tiene rostro de mujer. México: Debate, 348 pp.
Atwood, Margaret (2017). El cuento de la criada. España: Salamandra, 416 pp.
Perrot, Michelle (2008). Mi historia de las mujeres, Argentina: FCE, 248 pp.