ABRIL 2018

El tren pasa primero*

Lucía Rivadeneyra reseña este libro, donde la honestidad y disciplina de Elena Poniatowska desentrañan el movimiento ferrocarrilero y evidencian el papel que mujeres y varones jugaron cuando 'usaron su libertad y la apoyaron en la ley', a pesar del poder y la miopía en un país como México.

A Gaspar, mi padre, médico de "cuerpos y almas"
y a la memoria de Macarena, mi hija, quien nunca viajó en tren.


Hace unos días encontré en la librería la edición más reciente de El tren pasa primero de Elena Poniatowska, novela con la que obtuvo el Premio Rómulo Gallegos 2007, en la que se da una versión interesante del movimiento ferrocarrilero mexicano y me hizo recordar los días de lectura de la primera edición, cuando la novela aún olía a tinta.

Tuve el gusto de participar en una de las presentaciones del libro, en 2006. Previa a la presentación, la charla con Elena en su casa fue muy grata; luego por cuestiones de tiempo tuvimos que comer en un Sanborns. Llamaba la atención cómo la gente la reconocía, la observaba, algunos al verla comentaban entre sí, cuchicheaban, pues; otros se acercaban a saludarla. Todo un periplo para llegar al hermoso Tepotzotlán, declarado pueblo mágico desde 2002. Ya la esperaban decenas de personas.

El tema le había coqueteado desde siempre. Tengo presente el cuento "Métase mi prieta entre el durmiente y el silbatazo" incluido en el libro De noche vienes (1979). En él aparecen Pancho, el ferrocarrilero enamorado; Teresa, su mujer gorda y pasional; y la Prieta, la más amada, la locomotora elegida. Personajes inolvidables por intensos, por lúbricos, por silenciosos. Ahí se habla de los patrones y de los líderes y en él se lee la pinta "Viva Demetrio Vallejo".

Casualidades de la vida, cuando terminé de leer el libro era el día de la Santísima Trinidad, según dijo mi madre. El personaje principal de la obra se llama Trinidad Pineda Chiñas (TPC), el cual está inspirado en Demetrio Vallejo, un pilar del sindicalismo en México. Si el tiempo y la ficción no me rebasara, yo le hubiera organizado a Trinidad Pineda Chiñas una fiesta que durara más allá de los rieles.

El tren pasa primero es la novela que Elena Poniatowska nos debía; aunque todavía nos debe muchos textos más porque su vivencia, la elegida por ella, siempre ha estado del lado de los simples mortales, a los que se nos acaba de pronto el aceite o el azúcar y tenemos que ir a comprarlos, a los que salimos a trabajar o a estudiar sin saber si volveremos sanos y salvos a casa. Ella tiene la certeza de que del lado de los mortales hay historias abundantes; por eso, nos ha obsequiado libros memorables e históricos como La noche de Tlatelolco, Fuerte es el silencio, Nada, nadie o Hasta no verte Jesús mío, entre muchos otros.

Ésta es la historia de un líder sindical, pero es también una historia del movimiento ferrocarrilero, con un telón de fondo de muchas protestas de diversos gremios como el de los petroleros o de los electricistas. Luchas sociales generadas por la deshonestidad, por la ambición sin límites, por la corrupción y la impunidad.

Hay dos cualidades que siempre he admirado en los seres humanos: la honradez y la disciplina. Elena posee las dos y su personaje TPC, el que le tenía miedo a "los espantos", el que aprendió a leer prácticamente solo, el que casi niño empezó a trabajar y descubrió el placer de hacerlo por gusto, el que tenía una bellísima letra palmer, al que le gustaba el cine, pero sobre todo las mujeres, el que encontraba un remedio para todo menos "para el vicio", también es honrado y disciplinado; y, en gran medida, por eso logra levantar los ánimos y los corazones.

Pineda Chiñas, y muchos otros forman parte de las vísceras de la novela. Asimismo, brindan un reflejo de un país llamado México, ese país cuasi imaginario como todos sus compañeros de lucha. Los más próximos: Silvestre, Saturnino, incluso Carmelo Cifuentes. De igual forma, medulares son las mujeres de Trinidad: Na'Luisa, Bárbara, Sara, Ofelia, Rosa... Pero todos, mujeres y hombres juntos, armaron la lucha, resistieron. Usaron su libertad y la apoyaron en la ley; sin embargo, las autoridades usaron el poder y cerraron los ojos a la ley.

Entonces, apareció la cárcel como personaje límite, con todo lo que implica: la violencia llevada a extremos insospechados, la corrupción, el apando -que es el encierro en el encierro-; la enfermería, la huelga de hambre, las visitas contenidas, los silencios, la soledad, las trampas y las clases sociales dentro del presidio. Los golpes, la escena dolorosísima en que Trinidad es golpeado por tres celadores bajo las órdenes del "capitán" Racho. Cada vez que lo golpeaban se volvía a levantar, a grado tal que los compañeros asustados le gritaban "Quédate en el suelo, ya no te pares". Finalmente, lo único que queda en pie es la integridad moral de Trinidad.

El tren pasa primero refleja una gran investigación, una gran pasión por el tema. Sólo con pasión se puede escribir un libro así; sólo con pasión se busca, se lee y se lee y se lee y se puede ir al Palacio Negro de Lecumberri a platicar con los presos, a entrevistarlos y pasar inadvertida. Uno de los personajes, la reportera de Novedades, "es una güerita que no le madruga nada a nadie. Vive en la luna".

Elena Poniatowska escribe sobre rieles y va a dormir siempre a buen puerto. Logra que uno se conmueva, que brote la rabia ante tanta corrupción e injusticia, que surja la solidaridad ante la buena fe de un líder como Trinidad que en su lucha y en su primera huelga logra beneficios para el gremio; pero, en la segunda, en lo que algunos empiezan a claudicar o a perder piso, logra once años, cuatro meses y tres días de cautiverio.

Cuando TPC sale de la prisión, Poniatowska ofrece una narración sensacional, parece que todos estamos acompañ ándolo a él y a Cifuentes. Los lectores sabemos que ya se van a abrir las rejas, "sentimos" que junto con ellos estamos saliendo. Este momento obliga a buscar fotografías de la época, justo cuando Demetrio Vallejo y Valentín Campa -el otro líder del movimiento- salieron de la cárcel. Busqué imágenes del periódico El Universal, donde ambos están con las rejas a sus espaldas y la boleta de libertad en las manos. En los tres capítulos de la obra, la autora brinda un muy buen contexto sobre el tema.

Elena Poniatowska no lo sabía, pero es un referente en varios sentidos en mi formación académica al igual que para cientos de alumnos a los que les interesa el periodismo; con ellos he compartido en diversos semestres en la UNAM, varios de sus trabajos periodísticos y literarios. Algunos los utilizo a manera de ejemplos de cómo hacer y cómo NO hacer una entrevista y también de cómo preguntar "así como si nada", como si nada estuviera pasando aunque esté pasando todo.

Más allá de la Santísima Trinidad, referente para el nombre que se le ponía de manera indistinta a hombres y mujeres, Trinidad Pineda Chiñas removió mi memoria. Algo sé de ese gremio. Mi padre fue médico de ferrocarrileros desde 1959 hasta 1982, cuando empezaron a desmantelar para siempre los rieles y, en gran medida, una parte del corazón del país. He gozado, sufrido, entendido, reencontrado en este libro momentos que me acompañaron toda mi infancia y juventud. Tengo muy presente el Puesto de Socorros del Valle de México, el Hospital Colonia, la terminal de Tlalnepantla. Aparte de las vacaciones y los cinco días que la Ley Federal del Trabajo señala (o señalaba) como descanso obligatorio, el Día del Ferrocarrilero, el 7 de noviembre, era la única tarde que papá tenía libre y era cuando él y mamá se iban al cine o al teatro.

Recuerdo que al comentar en la sobremesa que estaba a horas de presentar el libro, mi padre recordó con infinita melancolía a sus pacientes ferrocarrileros, con los que charló tardes enteras; a los que les sanó desde una gripe hasta a los que tuvo que contenerles hemorragias severísimas, en lo que llegaba la ambulancia para ir a un quirófano, es decir, a la vida o a la muerte. Los accidentes de los rieleros eran casi siempre de muerte.

Recordaba también, recordábamos todos, los múltiples viajes que hicimos en tren; los regalos de Navidad que le daban sus pacientes: conejos, palomas, quesos asaderos, "carpetitas para su señora" y el 6 de enero, día de su santo, guajolotes. Se le llegaron a juntar hasta tres. Recordábamos en especial a uno de sus pacientes: Alfonso Barrientos Molina, "El Ejecuteo", no sólo ferrocarrilero también torero subalterno; a don Santiago y a don Juan, vigilantes del Puesto de Socorros; a las enfermeras. Recordó la campana y el silbato; recordó su trabajo y a nosotros, sus hijos pequeños, que le encargábamos chocolates de cereza de la cafetería de aquel espacio mágico que fue el Puesto de Socorros.

Mis padres me dijeron, aquella tarde: "Dile a Elena que le agradecemos todos sus libros, pero éste en especial más". Marbella, mi madre, agregó: "Como siempre, seguro habla bien de las mujeres. Dile que yo lo empiezo a leer mañana". Es justo y necesario, contesté. Todos estuvimos de acuerdo.

Poniatowska, Elena. El tren pasa primero. Seix Barral. México, 2017.

*Una primera versión de este texto se leyó durante la presentación del libro en Tepotzotlán, Estado de México, en junio de 2006.