AGOSTO 2017

Entre temblores y palabras, 1957-2017

Lucía Rivadeneyra hace un recuento de acontecimientos y experiencias que enmarcan el periodo de su nacimiento hasta la fecha, con motivo de su cumpleaños.

"El año más famoso del mundo", según Gabriel García Márquez, fue 1957. Acontecimientos políticos, sociales, culturales, económicos y del mundo de la farándula fueron narrados en la gran crónica del colombiano. Menciona, entre otros sucesos, las muertes de famosos como el actor Humphrey Bogart, el muralista Diego Rivera, la poeta Gabriela Mistral, el cantante Pedro Infante. También comenta hechos como que "Brigitte Bardot llevó su escote hasta un límite inverosímil en el carnaval de Munich" o que los rusos mandaron a la perra Laika al espacio. Asimismo, cuenta que "los habitantes de Bogotá, muchos de ellos en pijama, salieron a la calle, el 10 de mayo, a las cuatro de la madrugada para celebrar la caída del general Gustavo Rojas Pinilla, quien estaba en el poder desde el 13 de junio de 1953".

Aparte del espléndido trabajo del nobel, se puede hacer un mini recuento de diversos episodios en la vida nacional, a partir de ese año. En la Ciudad de México, en 1957, a causa de un temblor de más de siete grados se cayó el Ángel de la Independencia. Las faldas de las mujeres se usaban abajo de la rodilla. Todavía, no había píldora anticonceptiva. El presidente Adolfo Ruiz Cortines "destapaba" a su candidato Adolfo López Mateos, quien era secretario del Trabajo. Octavio Paz puso punto final al extraordinario poema "Piedra de sol". Los tríos y los boleros eran éxitos sin precedente. Los que no se escandalizaban con el mambo, lo bailaban. Elvis Presley movía la cadera como nunca antes nadie lo había hecho y los jóvenes de casi todo el mundo sucumbieron a su música y luego a la de The Beatles. El rock ya era algo incontenible. El movimiento ferrocarrilero fue reprimido de forma brutal por el presidente.

En México todavía en los años cincuenta y sesenta, los habitantes de diversas ciudades del interior de la República, se despertaban con las campanadas de la iglesia más próxima; las puertas de las casas se abrían alrededor de las siete de la mañana y se cerraban a las nueve de la noche. Nadie ajeno entraba a ninguna. En esas décadas era común que entre las vecinas se llevaran "un taquito", que se vería recompensado con otro gran guiso, unos días después con todo y el plato original. A la hora de la comida se servían aguas de frutas y no refrescos. Y si algún domingo se compraba una gaseosa, algunos la llamaban limonada.

Acapulco era la playa más socorrida y las mujeres usaban trajes de ba&ntolde;o com-ple-tos, sólo las "extranjeras" se atrevían a ponerse bikini; muchas ajustaban sus blusas y faldas y las lucían sin necesidad de cirugía plástica. Los hombres no tenían "lavaderos" en el torso ni nalgas de gimnasio ni utilizaban pastillas de esteroides anabólicos; su referente era Charles Atlas, el fortachón que se anunciaba en las historietas (que no comics) y él era producto de la calistenia. Ya existían las telenovelas, pero no todas las casas -al menos en los sesenta- tenían televisión. Empero, las actrices eran auténticas, es decir, usaban el sostén que la naturaleza había ordenado; tenían labios naturales, sin botox. Con el paso de los años se adaptaban los papeles a su edad, es decir, a la realidad. Además, los personajes de estas series no eran güeros ni de ojos verdes. Tenían rasgos absolutamente mexicanos.

En los setenta, cuando empezaron los centros comerciales cualquier visitante se podía estacionar en las áreas asignadas completamente gratis. Lo cual era lógico, ya que si un cliente llega a comprar cualquier producto debería de dársele esa atención. Es más, los automovilistas se podían estacionar en cualquier zona de la ciudad. En los estacionamientos se cobraba el tiempo verdadero de estancia, nunca de más. En las calles de la colonia Del Valle o Jardín Balbuena o San Rafael, los niños y adolescentes jugaban "al bote", a los encantados, a las escondidillas, a la pelota; también jugaban "Serpientes y escaleras" o "El coyote", el dominó, la baraja (el burro castigado, por ejemplo) y se apostaba con frijolitos. El movimiento estudiantil de 1968 y la masacre del 2 de octubre fueron un parteaguas en la historia del país.

En 1975, se celebró en México el Año Internacional de la Mujer. La Casa azul, la casa de Frida Kahlo, no tenía torniquetes y no cobraban la entrada; era inimaginable que un día fueran a poner tabiques en las ventanas, que luego quitaron. No había cafetería ni tienda de souvenirs. Se podía estudiar ahí, bajo la vibra de la creación y de la historia. Quedaban unos cuantos robachicos o señores del costal. Más allá del horror de las Poquianchis, se hablaba muy poco de la trata de mujeres. Cuando había algún crimen era nota de primera plana, según la trascendencia del hecho y se seguía la noticia, no se perdía en un mar de crímenes. Los robos, no porque dejaran de ser delitos, eran sutiles; las víctimas a veces ni se enteraban de la acción de los "dedos de seda" en el instante del hurto. Aparecieron los pañales desechables. Y aunque la Iglesia se opuso desde siempre a los anticonceptivos, a pesar de las culpas, se tomaron decisiones casuísticas y la humanidad dio un giro.

No se manejaba violando todas las normas de tránsito. Quizá, todavía se podía hablar del sentido común. A mediados de los setenta, se compraba un dólar por 12.50 pesos reales, lo que significaba que aún no se eliminaban tres ceros por decreto, que no por estabilidad: mil pesos se convirtieron en un peso. Las fiestas eran tardeadas y en todas las casas daban algo de comer, refrescos, hojaldras, emparedados... A veces, se creía que el amor era para siempre. No existía el horario de verano.

En los setenta, la ortografía de los preparatorianos o universitarios no llegaba a extremos como escribir: hecsuverante por exuberante, anégdota por anécdota, hescencia por esencia, maní comió por manicomio, entre otra chuladas. En las primarias y en las secundarias, los estudiantes aprobaban o no aprobaban los grados o las materias. No existía el "no se reprueba a nadie". Por otro lado, en la Universidad crecía el número de mujeres que se inscribían a todo tipo de carreras.

En 1985, un terremoto de 8.1 partió en dos la historia del siglo XX, en el Distrito Federal. En 1988 se "cayó el sistema" en unas elecciones más complejas y se habló de un gran fraude electoral. Ya en los noventa, internet invadía a la sociedad entera, de una o de otra forma. Aparecieron los celulares como ladrillos y luego casi como tarjetas. El correo electrónico modificó las distancias.

La Constitución estableció que se puede transitar libremente por todo el territorio nacional y así era hasta casi hasta el fin de siglo y se hacía sin temores. En el siglo XXI andar por diversas carreteras es bajo propio riesgo y "responsabilidad". Hoy en día, la lógica dice "no se te ocurra manejar de noche en ninguna autopista, menos por las libres". Salir de vacaciones a cualquier ciudad o pueblo de la República era apostarle a eliminar tensiones o angustias. En años recientes, de este nuevo siglo, hay que elegir con mucho cuidado a dónde se va y guardar todo tipo de precauciones. No se repetía como regla la nauseabunda frase "el que no transa no avanza".

Mucha gente no está de acuerdo con que "todo tiempo pasado fue mejor", pero quien esto escribe nació en agosto de 1957. Está sumando seis décadas de vida, lo cual significa que han pasado algunas lágrimas bajo los puentes; lo que implica que ha tenido encuentros y desencuentros, amores y desamores, hallazgos y decepciones, amistades y traiciones, melancolía y arrebatos, placeres y congojas, viajes y lecturas, esperanzas y realidades. Ha sido testigo de sus dos ciudades: Morelia y la Ciudad de México. Y en los últimos años, casi todos los días, luego de leer los diarios, de escuchar noticieros, de leer diversas notas en las redes sociales, de oír a la gente, tiene la sensación de que nació en un país que se llamaba México. Y no es nostalgia, carajo.