JULIO 2016

Historias de abuso sexual y niñas 'mentirosas'

Layla Sánchez Kuri reflexiona sobre dos casos de abuso sexual en niñas, de México y España, cuyas autoridades las revictimizan, pues además de culparlas por haber sido violentadas sexualmente, sus declaraciones son minimizadas o ignoradas. La columnista lamenta la injusticia de ambos casos y sostiene que son un ejemplo de la falta de perspectiva de género y de derechos humanos de la niñez en los aparatos de justicia, que permite que la impunidad prevalezca.

Trenzar es la acción de hilvanar varias hebras para logar una sola pieza. Las historias de las que quiero hablar se han hilvanado en el encuentro de las similitudes. Una es la niña de Madrid. Su caso transitó por las redes sociales y varios medios españoles e internacionales. Así supimos que su padre y su madre están divorciados, y que cada tiempo su papá se la lleva con él. La otra, una niña de Peralvillo, de la que casi nadie sabe nada porque no ha sido nota de ningún medio ni ha recorrido la transitada carretera de la información. Las dos tienen 9 años, las dos sufrieron abuso sexual. A las dos les han dicho: ¡mentirosas!

La de Madrid fue llevada al médico porque presentaba escozor al orinar y ahí el médico habló de un posible abuso sexual. La de Peralvillo narró su historia de secuestro y abuso, de terror y confusión. Aún así, la autoridad no les creyó.

La niña madrileña ya había mostrado desacuerdo de ir con su padre, ella no quería, pero la ley le daba a él el derecho de obligarla, a pesar de la oposición de la madre. La de Peralvillo en cambio, fue robada, secuestrada y obligada a la relación sexual forzada, por un malviviente del barrio. ¡Pero ellas fantasean, no dicen la verdad!

El médico preguntó a la niña madrileña desde cuándo sentía ese malestar en sus genitales, la niña respondió: "Desde que mi papá me clavó la uña". Después tuvo que pasar ante el juez para declarar, pero sus argumentos no fueron suficientes para hacer valer su voz. La niña tuvo la ocurrencia de meterse una grabadora en el calcetín antes de que su papá se la llevara saliendo de la escuela. Así pudo mostrar la evidencia donde él acepta que ha tocado los genitales de su hija; ¡pero sólo es un juego!, dice él, ¡es para hacerte cosquillas!,, aunque ella ya le había dicho que no le gustaba que la tocara, que su cuerpo es suyo.

La niña de Peralvillo vive otro proceso. Después de desaparecer por un día entero a manos de un rufián, supuestamente llamado Bruno (durante la audiencia dio dos nombres como cualquier criminal que quiere esconder la mano con la que tiró la piedra), conocido en el barrio por sus actividades delictivas como sicario y narcomenudista, se tiene que enfrentar a la falta de sensibilidad y enjuiciamiento grotesco de la juez Hermelinda Silva Meléndez, que atiende el juzgado 25 del Reclusorio Varonil Oriente, quien la sentencia de antemano con su carente conocimiento de la impartición de justicia con perspectiva de género.

Por mera curiosidad -y no digo coincidencia-, porque más bien es curioso, que sea la misma juez que llevó el caso del Bar Heaven, donde un grupo de jóvenes del barrio de Tepito fueron sustraídos/as y a la fecha no hay claridad en lo que pasó; y también, muy curioso, sea quien deliberó en el caso de los homicidios de la colonia Narvarte, donde fueron asesinadas Nadia Vera, Yesenia Quiroz, Milie Virginia Martin, Alejandra Negrete y Rubén Espinosa.

Durante la primera y única audiencia -otra curiosidad-, la abogada defensora del abusador, ataca a la niña como si ella fuera culpable del crimen que se imputa, con la complicidad de la ministerio público, también ignorante de los protocolos que México ha firmado en materia de protección a los niños y niñas y contra la violencia a la mujer.

Ante preguntas amañadas, fuera del contexto de la violencia sexual, para confundir a la niña víctima, se determina que está aleccionada para contestar, por lo tanto: miente.

Así, a los tres días de la audiencia, y con toda la negligencia con que se llevó el proceso, el Tribunal Superior de Justicia de la ahora Ciudad de México, decidió liberar al agresor sin cargos, a pesar de contar con antecedentes delictivos por venta de drogas.

Uno de los sustentos para esta deliberación fue que la niña, durante la audiencia, no mostró signos de terror, angustia o histeria, como les gustaría que cualquier mujer que denuncia violación, se mostrara. Y como ya habían pasado días de lo ocurrido, tampoco iba escurriendo semen que delatara el ADN del agresor.

Los dos casos tienen otra cosa en común, estas niñas confiaron en las autoridades de sus respectivos países para ser ayudadas y resarcir, en lo que se pueda, el daño causado. Las dos han sido traicionadas en sus esperanzas.

La niña de Madrid tendrá que esperar el veredicto en un nuevo juzgado donde aceptaron su grabación. La niña de Peralvillo vive días difíciles entre el miedo por las amenazas de muerte del agresor hacia ella y su familia, por saber que lo puede volver a encontrar en la misma calle donde la levantó y que cuando él quiera, volverá a abusar de ella y de cualquiera, pues la impunidad con que se manejó el caso, le fomenta, a él, la creencia de ser poderoso y hacer y deshacer a su antojo, la vida de otras personas.

Dos casos trenzados para ver la injusticia en el mundo. Y muestra su rostro más agreste cuando se trata de creer en la palabra de las niñas.