MAYO 2016

Un terromoto musical

Foto: google.com

Oskar Gottlieb habla sobre la mezzosoprano italiana Cecilia Bartoli, una cantante que 'hiela nuestra sangre en las venas' cuando interpreta obras de Mozart, Rossini, Vivaldi o Haendel. Además devolvió valor a los repertorios olvidados y, de acuerdo con el autor, su técnica vocal le permite exactitudes melódicas más propias de un instrumento que de la voz.

Escuchar a Bartoli cantando el papel de Angelina en la Cenerentola de Rossini, no es sólo quedarse asombrado por la vertiginosa exactitud en la producción de escalas, arpegios y ornamentos; también es una forma radiante de vivir el arte.

Entre quienes se atreven a tomar las riendas del carro de fuego del imposible arte musical, existen diferentes estirpes. Las hay rígidas en su exterior, pero fogosas desde el alma hasta el sonido; las hay lánguidas; las hay sísmicas. Bartoli es una de esta estirpe.

Su interpretación no nos llega sólo a través del sonido, ya magnífico en sí mismo, sino que toda ella es un terremoto. Su cuerpo y su rostro no pueden estarse quietos. No conocen la mesura: toda ella se derrama generosamente en quienes la escuchamos.

Este fenómeno de la naturaleza llamado Cecilia, no por ser tan telúrica, carece de sabiduría. Cada palabra, cada frase que pronuncia cobra dimensión, desde la cabeza del compositor (algunos de ellos, como Salieri, revalorados en gran parte gracias a ella) hasta su propia comprensión y, de ahí, hasta nuestro asombro.

Si la vemos cantar Anche il mar par che sommerga, de la ópera Semiramide de Vivaldi, acompañada por Il Giardino Armonico, ella misma es un mar embravecido y furioso y su voz es una tempestad; si escuchamos Gelido in ogni vena de Farnace ,de Vivaldi también, nos sobrecogemos y nos llenamos de sombras con esta voz. Se "hiela nuestra sangre en las venas".

El mejor adjetivo para describirla me parece el de alegre. Su naturaleza es simpática, extrovertida, encantadora. En el filme Perché Salieri Signora Bartoli, un supuesto reportero persigue a Cecilia hasta el camerino y de ahí al escenario nuevamente para recibir un concierto después del concierto, con el cual la sencilla "signora Bartoli" explica al joven por qué Salieri es digno de admiración y ejemplifica con su exquisito canto sin cansarse de compartir. Canta y dice, dice y canta y al decir deja ver su amor por la belleza que encuentra en la música y al cantar se transfigura.

Bartoli es también un instrumento musical. Su voz puede hacer lo que muy pocas voces pueden: sin sacrificar la calidez característica de la voz humana, posee una técnica que le permite exactitudes melódicas más propias de un instrumento que de la voz misma. También se advierte que comprende la armonía de lo que canta. Un buen o una buena cantante siempre deben de ser, ante todo, excelentes músicos y músicas y ella lo es. Su voz no es melodía tratando de impresionar (aunque sea impresionante) sino parte de la armonía de lo que escuchamos, melodía y ritmo. Toda ella vibra aun cuando no canta y se queda escuchando a los instrumentos cuando ejecutan los interludios o los compases finales y su rostro parece seguir emitiendo sonido junto con ellos.

Nacida en Roma el 4 de junio de 1966, esta mezzosoprano ha dado nueva vida a las obras de Mozart, Rossini, Vivaldi o Haendel y ha recuperado repertorios ya olvidados, como los que eran abordados por los castrati. Su colaboración con Nikolaus Harnoncourt en óperas de Mozart y Haendel es un hito en la historia de la interpretación musical.

Desde joven llamó la atención de directores como Ricardo Muti o Herbert von Karajan (con quien no llegó a cantar debido a la muerte del maestro).

Mientras escribo estas líneas, escucho Gia il Sole dal Gange, aria de Alessandro Scarlatti que pertenece al disco de arias italianas antiguas Se tu m´ami, en que fue acompañada por György Fischer. Esta fue mi primera referencia de Cecilia y mi alma vuela hacia el sol del Ganges en una época mítica y hacia el infinito.