MAYO 2016

De las flores de mi jardín

Foto: Cortesía de Esther Espinosa

María Esther Espinosa Calderón recuerda a Aurora, su madre, al compartir algunas anécdotas que vivió junto a ella a lo largo de su vida y hasta días antes de su muerte. Con emotivas palabras, también evoca las aficiones y sentimientos de ella, los juegos, los temores y sus canciones favoritas, escuchadas en su funeral.

Cómo olvidar su mirada, era una mirada de despedida, que yo no logré descifrar. Unos días antes llegué a verla para pasar Navidad con ella como lo hacíamos cada año. Me acerqué y le dije "Ma, ya llegamos, no te da gusto", a lo que me contestó: "Tú qué crees". Alexa, su querida bisnieta no dejaba de jugar en el cuarto, se le acercaba y le decía: "Tita Bola te voy a sobar tu pierna para que te alivies". La niña no comprendía por qué su bisabuela había dejado de caminar y cada vez le hablaba menos.

A mi madre le alegraba ver a Alexa, le daba un poco de vida, con gran esfuerzo le dijo: "Dile una palabra hermosa a tu tía y otra a mí". La pequeña contestó: "Te amo tía", "te amo Tita" y siguió jugando cerca de la cama donde estaba acostada mi mamá. "Yo me quedo aquí con Tita para cuidarla". Ella sólo se sonrió, ya no tenía fuerzas para platicar qué tanto le gustaba cada vez que llegábamos. Pidió un poco de ponche, ya no pudo tomarlo.

Era una navidad diferente, ella no estaba con nosotros/as sentada en su sillón en la sala, no había risas, no había alegría, en los momentos que estaba despierta nos escuchaba y dentro de su somnolencia eso le daba gusto porque siempre disfrutó ver gente en su casa y platicar y platicar y platicar. Ahora no podía, apenas le salían las palabras que con mucho trabajo lográbamos entender.

Ahí estaba acostada, no se podía levantar, su cuerpo ya estaba cansado y su alma aún más, no supo en qué momento terminó su alegría, sus ganas de escuchar música, de ver sus plantas, de platicar, de recibir visitas, estaba en su refugio de los últimos meses: su cuarto, alumbrado por un árbol de navidad pequeño que le compró su hijo Beny.

No quería morir, le temía a la muerte, como tantos le tememos a lo desconocido. Desde que se enfermó lloraba desconsoladamente de dolor, de impotencia, de pudor y de vergüenza. Decía "en lo que acaba uno". Le ofrecía mis brazos, como ella lo hacía cuando yo era pequeña, no obstante, eso no la consolaba. Su vida se esfumaba día con día. La abracé, la besé, le sobaba su brazo hinchado, sus hombros, sus piernas, le tocaba su mano temblorosa, no quería que me marchara, le gustaba mi presencia, me veía diciéndome con su mirada: "No te vayas". No la entendí, la dejé con su soledad, con su cercanía a la muerte. Le di un beso en la frente, le dije lo mucho que la quería, no imaginé que ese sería el último en vida. Tres días después le daría otro en su frente fría. En su rostro apacible, tranquilo y bello.

Un mes antes la vi, en su soledad interna, en su depresión profunda, ya sin añoranzas, sin esperanzas, sin deseos. Estaba cansada, sin ánimo, pero con mucho miedo, un miedo que la acompañaba o del que ella no se soltaba desde hacía meses a partir de un día que ya no quiso dormir con la luz apagada o que estuviera el cuarto oscuro. Era un terrible miedo a lo desconocido. En poco tiempo sus años se le vinieron encima, ya no podía caminar, ya no quería comer. El sueño la vencía.

Mi madre me decía: "Ya me voy a morir", a lo que yo le contestaba: "Nadie se muere en la víspera, sino en el tiempo que le toca". Bola, como le decía la familia, Bolita como le decía mi prima Pepita, murió en víspera de Año Nuevo. Se durmió tranquila, a donde fue ya no habrá más sufrimientos, ni temores, ni pleitos, ni reproches, ni culpas, ni resabios, estará con su mamá, con su tía María, a la que quiso tanto, con su hermana Sara, con la pequeña Perlita, su nieta consentida, con sus seres queridos que partieron antes que ella.

A pesar de vivir siempre en la depresión, de no tener una vida feliz, mi madre era romántica, dicharachera, bromista, a veces alegre aunque después terminara llorando por cualquier motivo, por insignificante que fuera. Disfrutaba el cigarro, la charla y la visita de sus sobrinas las Pulido, para ellas, siempre dispuesta aunque llegaran después de que cerraban el restaurant, por ahí de las once de la noche. Si estaba acostada se paraba como bólido a recibirlas y más si llegaban con el dueto tocando su canción favorita Alborada y con el sky en mano que le llevaba Pepita o la cerveza que le ofrecía Eri. Cómo agradecerles a mis primas los momentos tan agradables que mi madre pasaba con ellas y que yo también gozaba cuando iba a Uruapan.

Un día que estábamos platicando me dijo: "Busca en ese aparato que traes a María Montes, era una actriz de mi época, decían que yo me parecía a ella". Al encontrarla se la mostré y me preguntó: "¿Esos aparatos son caros? Quiero uno para escuchar música y ver las fotos que ustedes dicen que suben no sé a dónde y que Beny me enseña". Era vanidosa, se sabía guapa, su padre no le dio permiso de participar en un concurso de belleza, que estaba segura ganaría. Trabajó en el Registro Civil hasta que se casó con mi padre.

Mis hijos no olvidan el juego que les ponía de cómo atravesar para la mina Elizabeth si no había forma de hacerlo, los chicos por más que se rompían la cabeza no atinaban a descifrar el enigma: hasta que les decía "léanlo al revés". O cuando me contaba la anécdota de un locutor que en lugar de decir; "dejo con ustedes a Lupita Palomera" (cantante de aquellos años), mencionó: "con ustedes Lupera Palomita". Se lo recordé ese 24 de diciembre y sólo se sonrió.

Era una romántica empedernida, le gustaba la poseía, tenía un cuaderno grueso numerado, en donde la primera parte eran recetas de cocina y la segunda poemas que ella copiaba o frases que escribía. Un día llegué de la secundaria y le comenté que me habían dejado aprenderme un poema, me respondió: "Éste está bonito se llama Ausencia". Dicen que lo que bien se aprende nunca se olvida y a mí no se me ha olvidado.

Ausencia quiere decir olvido,
decir tinieblas, decir jamás.
Las aves pueden volver al nido,
pero las almas que se han querido,
cuando se alejan no vuelven más.
¿No te lo dice la luz que expira?
¡Sombra es la ausencia, desolación!
Si tantos sueños fueron mentira,
¿por qué se queja cuando suspira
tan hondamente mi corazón?
¡Nuestro destino fue despiadado!
La ausencia quiere decir nublado.
¡No hay peor infierno que haberse amado
para ya nunca volverse a ver!
¡Qué lejos se hallan tu alma y la mía!
La ausencia quiere decir capuz;
la ausencia es noche, noche sombría.
¿En qué ofendimos al cielo un día
que así nos niega su tibia luz?
Nuestras dos almas, paloma y nido,
calor y arrullo, no vuelven más
a la ventana del bien perdido.
¡La ausencia quiere decir olvido,
decir tinieblas... Decir jamás!

Tiempo después me daría cuenta que no se llama Ausencia, sino Nublos y es del mexicano Fernando Celada.

Mi madre era una artista: bordaba listón, punto de cruz, tejía gancho y con dos agujas. Tenía unas manos maravillosas (aparte de hermosas) para todo lo que hacía: colchas, chambritas, manteles, cojines, bufandas, juegos de baño. Siempre presumía su más reciente creación o nos decía: "No sé cuándo voy a acabar todo el empezadero que tengo". Meses antes de que empeorara todavía iba a sus clases de manualidades con la maestra Angélica.

Con gran dolor la vi partir, con gran dolor no estuve con ella en sus últimos momentos, con gran dolor escuchaba los acordes del cuarteto en la funeraria: "De las flores de mi jardín, llenas de tristeza y de dolor..."Alborada, la canción preferida de mi madre, Alborada como su nombre Aurora. El cuarteto tocaba y cantaba: "Guardo yo para ti un jazmín y con él te doy vida y amor, y con él te doy mi corazón". Confío en que ella la escuchaba apacible, dormida, plácida, sin dolor, su rostro ya no reflejaba pesar, con una gran paz viajaba a la eternidad. Se iba con música como ella quería.

Cuántas veces la vi gozar, llorar y cantar: "Yo las quiero con cariño, porque son tuyas y ellas siempre me recuerdan de tus amores". Cuántas veces Boris y Karina, sus nietas, se la pusieron en el celular; cuántas veces Vanesa, su excelente cuidadora, prendía su teléfono mientras la arreglaba o le daba de desayunar, para que la oyera; cuántas veces se la puse yo cuando iba a visitarla, cuántas veces se la puso Rosa mí hermana. Cuántas veces la escuché desde pequeña y cuántas veces la tocaron en su despedida: "Recuerda niña las promesas de tu amor, y nunca olvides a este pobre trovador".

Ahí estaba ella en su ataúd, cobijada con su sábana santa como ella quería, con su rostro bello, lleno de paz y tranquilidad. Sus mejillas ya no mostrarían sus hoyuelos al sonreír, ella, estoy segura escuchaba atenta los acordes musicales y la letra de su canción, antes de llevarla a su última morada: "Esta serenata que te doy apasionada, es un homenaje celestial a tu belleza. Escúchame atenta bella niña esta canción..." Su rostro con una expresión de tranquilidad, ya no más dolor, ya no más sufrimiento, ya no más tristeza, ya no más desamor, ya no más angustia, ya no más soledad, ya no más miedo, ya no más amargura, ya no más depresión.

Era la despedida definitiva, las lágrimas salían a borbotones, Alborada dolía, con un dolor indescriptible: "Sutil y amorosa que me quema el corazón, recuerdas morena las promesas de tu amor y nunca te olvides de este pobre trovador. Guardo yo para ti un jazmín". Mi madre se fue con jazmines, rosas, música y canciones que a ella le gustaban.

Alma mía, Cuando dos almas, Amor eterno, Nube viajera y otras más que el cuarteto América de Uruapan no dejó de cantar ni en la funeraria ni en el panteón: "Si vas al campo donde los muertos reposan ya, busca mi tumba y allí solita la encontrarás, llévame flores, muchas gardenias y un rosal, que sean violetas y no me olvides nunca jamás".

Sufrimos, lloramos y gozamos, aunque ahí está la muerte, gran paradoja de la vida que no dice en qué momento traspasaremos el umbral. No sabe de nuestros amores que nos los arrebata sin pedir permiso, no sabe que con ello los deja para siempre junto a nosotros, los vuelve inmortales. Se lleva sus cuerpos, pero nos deja su esencia.

Y para despedirme de mi querida madre la canción de Denisse de Kalafe, Señora, que también le cantó el cuarteto América.

A ti que me diste tu vida, tu amor y tu espacio,
a ti que cargaste en tu vientre dolor y cansancio.
A ti que peleaste con uñas y dientes valiente en tu casa
y en cualquier lugar,
a ti rosa fresca de abril, a ti mi fiel querubín.
A ti te dedico mis versos, mi ser, mis victorias,
a ti mis respetos señora, señora, señora.
A ti mi guerrera invencible, a ti luchadora incansable,
a ti mi amiga constante, de todas las horas.
...y para no hacer tanto alarde
esa mujer de quien hablo, es linda mi amiga, gaviota,
su nombre es... mi madre.