ABRIL 2016

Una tarde de belleza

Foto: lafontegara.net

Oskar Gottlieb escribe sobre Eunice Padilla y María Díez Canedo, integrantes de La Fontegara, una agrupación especializada en música barroca y novohispana de los siglos XVII y XVIII, quienes interpretan las obras de Johann Christoph Friedrich y Johann Christian Bach.

Era un lunes a las 5 de la tarde y nos encontrábamos mis hijas y yo escuchando Opus 94.5, la estación de radio que desde hace quince años escucho y a través de la cual he vivido intensos momentos de deleite artístico. No sólo hemos disfrutado: hemos aprendido también.

Dos nombres resonaron en la voz del locutor que presentaba el programa que estaba comenzando (Conciertos radiofónicos) y eran nombres que me llevaron a una parte de mi pasado. Estos dos nombres pertenecen a dos maestras que son parte de La Fontegara, agrupación musical especializada en música barroca y novohispana de los siglos XVII y XVIII que tuve el privilegio de escuchar en vivo y uno de cuyos discos gocé durante varios años. Mi época de estudiante en la Escuela Nacional de Música (ahora, Facultad de Música de la UNAM) vino a primer plano al escuchar los nombres de Eunice Padilla y María Díez Canedo.

Interrumpí todo lo que estaba haciendo y simplemente me senté en la sala a escuchar con atención plena. Buena música estaba a punto de comenzar y excelentes interpretaciones iban a llevarse a cabo.

De los hijos más célebres de Johann Sebastian Bach había yo escuchado con más frecuencia la música de Carl Phillip Emmanuel, encontrando siempre (muchas veces a través de esta frecuencia que ahora escuchaba) una altura incuestionable y una belleza inmarcesible en ella. Ahora tendría la oportunidad de escuchar a quienes conocía menos (aunque también los conocía): a Johann Christoph Friedrich y a Johann Christian Bach. Los dedos de Eunice ya estaban listos para comunicar su energía al teclado del fortepiano y la respiración de María estaba preparada para dar el primer aliento creador. Yo enmudecí; mis hijas jugaban, pero también escuchaban. La luz de la tarde pareció detenerse para conjugarse con la música. No podía dejar de ser dorada y así continuó.

Las sonatas y tríos que se sucedieron dejaban oír lo que ya es tan sabido: que los hijos de Bach no son grandes por su apellido, sino por sí mismos; que su inspiración, su técnica y su buen gusto eran supremos, que la belleza que supieron crear sabe brotar si hay espíritus sensibles que la traigan a la vida.

Aquí había dos: Eunice Padilla, con la deliciosa robustez (nunca exenta de buen gusto y de belleza) de su toque y con esa energía siempre hacia adelante que comunica a los sonidos y María Díez Canedo, con su sonido etéreo, bien articulado, elegante y muy expresivo. Aquí había dos artistas en plena acción, conectando los sonidos con gracia y equilibrio y llevándonos, en viaje a través del tiempo al Siglo de las Luces, haciéndonos comprender y sentir la teoría de los afectos en cada frase musical. Si hubiera que dar un ejemplo de dos personas tocando de verdad juntas, haciendo música juntas de manera total, yo las mencionaría a ellas sin dudar.

Las maestras supieron llevarnos a esos momentos de intimidad tan bien logrados en el siglo XVIII, a esos instantes de ingenio chispeante, al matrimonio sorprendente entre la belleza formal y la expresividad.

Es interesantísimo ver cómo en la música de los hijos de Bach, se perciben los cambios graduales y sutiles de estilo que fueron sucediendo entre dos grandes épocas musicales. Por citar un ejemplo: Carl Phillip fue una especie de eslabón entre el barroco y el clasicismo. Gran precursor de la sonata clásica y maestro del estilo galante (la maestra Eunice aclaró que Haydn fue quien acuño la frase de Bach como el padre de la música, pero refiriéndose a Carl Phillip, no a Johann Sebastian); en cambio Johann Christoph fue un músico ya plenamente enclavado en el clasicismo.

Esto y muchos datos interesantes más (como la diferencia entre los fortepianos de origen vienés, usados por Mozart y los fortepianos cuadrilongos, de origen inglés, preferidos por Beethoven, o como la forma y el funcionamiento de la flauta en tiempos de los hijos de Bach) fueron expuestos por las eruditas maestras con un tono amable, relajado y lleno de buen humor: compartiendo su saber sin pretensiones.

Cada momento de este concierto radiofónico fue delicioso y único, pero quiero revivir aquí uno de ellos, que me dejó suspendido en el aire.

En el movimiento lento de una de las sonatas a trío de Johann Christoph Friedrich Bach, empecé a escuchar con gran sorpresa una sucesión de recitativos y arias instrumentales. Los recitativos a cargo del fortepiano solo; las arias a cargo de ambos instrumentos. El compositor jugaba a recrear el mundo de la ópera sin estar presente la voz. El fraseo de Eunice Padilla en los recitativos era tan vocal que uno podía literalmente sentir la respiración del "cantante". La capacidad de María Díez Canedo para hacernos olvidar por momentos que no había una soprano ahí, era cautivadora. Al mismo tiempo, la belleza instrumental por si misma nunca dejó de existir. Despliegue de maestría de dos mujeres extraordinarias.

Hace tiempo, mirando un cuadro de Remedios Varo en que una mujer-pájaro filtra rayos de luz de luna para convertirlos en aves, me llené de la certeza de que, así como ese maravilloso ser (o como el alquimista), hay personas que con su búsqueda secreta e íntima, con sus hallazgos en los momentos de más soledad, sostienen al mundo con pura belleza. Ese lunes escuché a dos de esas personas.