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Porque defiendo la vida, defiendo el derecho a no nacer
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Foto: Brenda Ayala/MujeresNet

Por Aura Sabina
Lic. en Ciencias de la Comunicación (FCPyS), es poeta y colabora en varias revistas independientes.
Aura Sabina aborda el tema de la Interrupción Legal del Embarazo (ILE) y argumenta que ser madre 'no tiene que ver con los vínculos afectivos, sino con una visión de realidad'; la autora sostiene que la palabra aborto no debería ser escandalosa, en cambio sí debería serlo 'obligar a alguien a parir'.
Fui una niña deseada. Crecí con las cosas necesarias y un poco más, sin lujos. Mi ma y pa siempre fueron amorosos. En mi mente habitan recuerdos de hospitales, de análisis clínicos, de médicos. También de nosotros jugando en el parque, andando en patines. O los cumpleaños, con pasteles y risas, con fiestas. Los funerales, donde me cuidaban de no ver directamente los cadáveres, de no ser expuesta a violencia de manera indiscriminada. Me ofrecieron lo que tuvieron, hasta donde lo tuvieron. Y sí, en términos generales, tuve una casi típica (¿mítica?) infancia feliz.
Pero, no solamente las historias no suelen ser así, sino que además, ser una niña feliz, mimada, cuidada, es, cada vez, una situación excepcional. Y no me refiero exclusivamente a la falta de recursos económicos para mantener a un bebé, pues son innumerables las historias de padres y, sobre todo, madres, que hacen lo que sea porque su progenie pueda llevarse un pedazo de pan a la boca, brindarles atención médica, pagarle lo imprescindible de educación. Es cierto, este mundo es caro, carísimo; más cuando las oportunidades laborales, además de ser escasas, obligan a la esclavitud por menos de tres pesos.
Admiro, realmente, a las mujeres que pese a ello deciden ser madres. Ojalá fuera una decisión cabal, y no solo impulsada por un canon, una necesidad de pertenecer a un sistema social, por llenar el abismo interior, la creencia estúpida de un instinto maternal (oxitocina, le dicen). A veces, por retener a un hombre. Otras, es solo la consecuencia irracional de una relación sexual entre un hombre y una mujer. Como sea, hay mil causas nada plausibles de maternidad.
No, no estoy en contra del goce del cuerpo. Si algo puede todavía rescatarse de la cotidianidad es el poco hedonismo que nos permitimos en el disfrute de los sentidos. Concibo al intercambio sexual como una bella ofrenda de placeres (y otras perversidades, consensuadas), de la unión de dos (o más) intelectos y perspectivas de la vida. Un encuentro más o menos breve que nos confronta. Y eso es sublime. Lo que no puedo entender es la falta de cuidado. No solo de un embarazo, sino de posibles enfermedades.
Conocí, de cerca, el caso de un niño de dos años, cuya madre se juntó con un macho drogadicto. El niño fue maltratado en varias ocasiones, tan solo por ser él. La madre, golpeada también, no siempre pudo intervenir. En un arranque de ira, una noche, el macho este aventó al niño contra la pared: lo descalabró. Obviamente, el bebé murió.
Hace algunos años, me juntaba con un par de amigas. Cada una tenía su pareja hombre. En cualquier charla de café hablamos de la maternidad. Mi postura es evidente: no ser madre bajo ninguna circunstancia. Ninguna de las dos, mujeres heterosexuales, lo deseaba: una ya tenía una hija, y no tenía empleo fijo. La otra, acababa de separarse. Aunque ya era una joven adulta y tenía "la vida armada" (en términos económicos, al menos) en su plan no estaba la maternidad. Las dos usaban métodos anticonceptivos. Pese a ello, ambas quedaron embarazadas; cada una me comentó que abortaría. Ninguna quiso ser acompañada. Ninguna le dijo a la otra, salvo las dos a mí.
Escuché, por horas, en casa de cada una, su justificación. Les dije que no era necesaria, salvo para hablar, para sacar eso que les hacía mal. Yo no juzgo; yo entiendo que cada quién toma sus decisiones, que los cuerpos son de cada persona. Que nadie, ni marido ni obispo ni madres ni abuelas ni jefes podrían decidir por ellas. Las vi levantarse, sin problema, al paso de los días, gracias a su capacidad de salirse de la Matrix.
Si revisáramos las cifras de la Unicef, descubriríamos un panteón blanco flotando sobre nuestra conciencia colectiva. Infantes que trabajan en condiciones deplorables. Infantes explotados sexualmente. Infantes maltratados. Infantes que se van a vivir a la calle, donde serán, también, violentados. Infantes que se refugian en las drogas, que aprenderán a robar y matar como aprenderían a andar en bicicleta o subirse a un columpio. Infantes sin educación ni salud. Infantes sin una vida, sin un plato de verduras, sin nombre ni permiso para soñar.
Hay quien me cuestiona mi no maternidad por mi preferencia sexual, como si eso me hiciera despiadada. Les explico que mi idea de no ser madre no tiene que ver con mis vínculos afectivos, sino con una visión de realidad. A veces me pregunto cómo se siente llevar una panza hermosa, los mareos, la conciencia de que alguien te habita, que alguien va acompañarte un tramo de vida, que es tu responsabilidad. Lo pienso y a veces me emociono, pero me doy una bofetada. Desde donde estoy, es imposible. Creo que no tengo la capacidad mental de dar vida. Con vida no me refiero a procreación. Vida es poder recibir amor, cuidados; tener sueños, aspiraciones. Creer. Tener esperanza. Querer ser astronauta, arqueóloga, mirar estrellas o jugar con burbujas de jabón. Tener un nombre y un apellido, dolerse de amígdalas, comer un pastel de cumpleaños, jugar sanamente con personitas de su edad o, con mala pata, llenarse de piojos en la escuela. Y si lo que se le ofrece es menor que eso, entonces no, que no se atrevan a llamarlo vida.
No procrearía porque sí. No quisiera seguir retacando los orfanatos. Tampoco dar materia prima para tráfico de órganos, ni objetos sexuales de pederastas. No condenaría a un bebé a mi falta de recursos, emocionales, materiales, sociales. No me siento con capacidad de dar vida.
Es inimaginable una vida plena en casos de mujeres niñas, adolescentes o mayores, que han sido violadas. En mujeres que son abusadas por sus parejas de años o de algunas noches; mujeres que enfrentan problemas de adicciones, de trastornos mentales, de constantes brincos migratorios. Mujeres que fueron privadas del amor (en su extenso sentido), y que tampoco pueden ser fuente de él, aunque tengan una vida acomodada. Se vale reconocer que no ama, que no desea nada, que no quiere una cuidar de otro ser. Y dejen de endilgarles a los padres o madres de la progenitora. O de pensar que un alma caritativa vendrá a salvarlo. Habrá a quien le parezca escandaloso, pero más escandaloso debería ser obligar a alguien a parir.
Me parece verdaderamente aberrante que una bola de gente que se dice católica esté invadiendo las clínicas donde se lleva a cabo la Interrupción Legal del Embarazo. Que me expliquen sus motivos. La vida por el simple hecho de respirar, no lo es. Pero eso quizá no lo entienden personas cuya vida se ciñe a dormir, comer tres veces al día y distraerse un poco con las noticias, con enorme cantidad de series, con leer libros de pacotilla, con una necesidad de ir, sin convicción, a misa. Personas que no se cuestionan, no se miran al espejo, no son capaces de reflexionar, pero que les encanta salir a defender algo que desconocen absolutamente. A esa gente, dizque defensora de lo que desconocen, le pregunto: ¿quién va a mantener al infante? ¿Dónde pretende que viva? ¿Quién de ellos le proveerá el amor que tanto necesitará día a día? ¿A qué limosnas afectivas lo supeditarán?
Cada infante no abortado seguramente sufrirá. Y luego nos cuestionamos por qué tanta violencia, tanta
crueldad. Porque traemos seres que no tendrán quien les ame. Mientras sigamos reproduciéndonos
indiscriminadamente, del mismo modo que consumimos el modelo heteropatriarcal, seguiremos ahorcándonos con nuestra
propias cadenas.