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Hacer la plaza
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Por Adiel Martínez Hernández
Maestro en Comunicación y Antropología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Docente e investigador de temas de semiótica, género y masculinidad, e identidades y cambios culturales.
Adiel Martínez reflexiona a partir de su experiencia sobre hacer las compras en los mercados, actividad considerada por los vendedores como 'propia de las amas de casa', y en la que se reflejan 'concepciones de género' proveídas por la cultura.
El presente texto es más de carácter anecdótico que de reflexión desde la perspectiva de género; aunque se pueden identificar ciertos rasgos con posibilidad de convertirlos en punto de partida para la investigación social. He identificado un incremento de hombres que asisten solos a hacer sus compras a los tianguis, los mercados y los centros comerciales.
Todos los días martes me doy el tiempo para acudir a un tianguis (también llamado mercado sobre ruedas) que se pone a unas calles de la vivienda donde habito. Dicho tianguis abarca una extensión de aproximadamente un kilómetro que recorro de ida y vuelta buscando primero curiosidades (libros, películas, música, herramientas, etc.) para después comprar fruta, verduras, quesos, arroz chino y otros alimentos que se me antojen al paso. Este ritual lo vengo realizando desde hace años y no ha habido un martes que no reciba la mirada sospechosa y lastimera de las y los comerciantes que me preguntan por mi condición civil mientras me despachan los kilos que les solicito. Los menos despistados ya me ubican como cliente frecuente, y aunque considero que ya no soy tan neófito en el proceso de selección de la fruta o la verdura, ellos me impiden realizar tal labor escogiendo por mí lo mejor del puesto.
Entiendo que el proceso de comerciar comprende una serie de actividades que pueden ser realizadas tanto por hombres como mujeres. Mas el acto de vender un determinado producto lleva a identificar una dinámica de género particular. Los vendedores asumen que hacer la plaza, como popularmente se dice, es una actividad propia de las amas de casa. Si un varón se hace presente en un tianguis tiene que ser desempeñando actividades acordes a su género: como resguardar la seguridad de la mujer a quien acompaña, ayudar con su fuerza a cargar las bolsas, o simplemente adquirir de manera precisa objetos de uso masculino.
Son varias las circunstancias que llevan a que un hombre asista solo a comprar los enseres domésticos a un tianguis o a un supermercado. Tres situaciones que me fueron relatadas por sus participantes servirán de ejemplo.
La primera se refiere al periodo de desempleo de un hombre casado cuya esposa seguía trabajando y en consecuencia le asignaba a él la tarea de ir al tianguis. La anécdota de él fue que nunca pudo darle gusto a la esposa sobre la calidad y precio de los productos que adquiría; atribuyendo esto al hecho de ser hombre.
La segunda es la condición de soltería de un hombre que asiste quincenalmente al supermercado a abastecerse de los productos necesarios para su alimentación y el cuidado de su hogar. Su anécdota está en que en varias ocasiones las amas de casa se acercan a él para decirle que el producto que está escogiendo por su precio no es bueno. Así que termina llevándose el producto recomendado más el consejo de cómo prepararlo.
El último caso se debió a que la enfermedad de una esposa obligó al marido a asistir al tianguis a conseguir la vestimenta escolar de su hija. Lo anecdótico fue la sospecha y el recelo de las vendedoras al momento de solicitarles ropa interior de niña. Él se veía en la exigencia de contextualizar la enfermedad de la esposa para justificar la compra.
Finalmente vemos cómo las actividades económicas que realizamos están permeadas por las concepciones de género que la cultura nos provee. Producir una mercancía, venderla o comprarla implica llevar a cabo una dinámica social que a su vez estructura una relación de género particular. Las situaciones presentadas anteriormente nos muestras que dichas concepciones y relaciones se están transformando.