El uso del lenguaje en las dinámicas de género es tan diverso que permite tanto la transformación del sentido que podemos construir respecto de lo femenino y lo masculino, como la manifestación de actos de discriminación, a través de descalificaciones e insultos, para las nuevas expresiones del género. Tal es el caso del ataque que realizan algunos hombres a las mujeres que se asumen como feministas denominándolas feminazis; o la expresión peyorativa "hijos del patriarcado" que algunas feministas utilizan para atacar a los hombres (sean estos machistas o no).

Es característico de los grupos humanos servirse del lenguaje para diferenciarse y distinguir a los demás. En ese sentido se construyen adjetivaciones que adquieren rasgos positivos cuando se utilizan para resaltar las cualidades de la propia comunidad, mientras que los adjetivos que designan las cualidades que poseen los miembros ajenos se convierten en peyorativos. En el ámbito del discurso de género esto es más evidente (y se ha discutido hasta el cansancio) cuando los significados de lo femenino y lo masculino se utilizan para menospreciar las características de las personas que pertenecen a uno y otro género.

Desde el machismo, cuyos rasgos como el poderío sexual, la fuerza física, la presencia en el espacio público y la supuesta superioridad intelectual sirven para legitimar la dominación masculina, se utilizan expresiones que en el habla se identifican como propias de lo femenino para menospreciar las cualidades masculinas que no caben en las características antes mencionadas.

Es ya lugar común ejemplificar con frases como: "lloras como niña", "pegas como una nena", "pareces mujer" que muchos hombres utilizan para descalificarse. Vemos así que los significados propios del género gramatical son utilizados para discriminar aspectos de los roles y la identidad de género de las personas.

Con la aparición del feminismo, no solo se han evidenciado estas peculiaridades del lenguaje, es decir, su sesgo machista o de dominación masculina, sino que también se ha podido dar una vuelta de tuerca para discriminar a los hombres por sus expresiones misóginas. Aunque esto puede ocasionar la toma de conciencia para ciertos hombres y con ello transformar su manera de pensar con respecto al género y su relacionamiento con las mujeres; las más de las veces lo que ocasiona es un distanciamiento y una resistencia por parte del sector masculino a los aportes del discurso feminista.

La consecuencia más evidente es esa designación de feminazi, adjetivo por demás agresivo, que se le atribuye a las feministas. Es verdad que existe una corriente del feminismo que es radical en su postura, pero de ninguna manera se asemeja a los postulados fascistas de discriminación y exterminio. Lo que hace que la expresión feminazi esté cargada de agresión y sinsentido.

Lo mismo pasa con la frase "hijos del patriarcado", que aunque es menos frecuente que la expresen las feministas, sí contiene una connotación peyorativa. Además, está incluyendo a todos los hombres en la categoría de machismo y misoginia. Sin reconocer que habemos varios que estamos a favor del pensamiento feminista y contribuyendo a erradicar el sistema patriarcal.

El lenguaje es el medio que tenemos para construir realidades y estructurar nuestros universos simbólicos. Si lo seguimos utilizando como vía para la discriminación y el rechazo a la diversidad de manifestaciones del género, nunca vamos a lograr la equidad en las relaciones entre mujeres y hombres. Debemos mantenernos en esa utilización del lenguaje como medio transformador del sentido social. Debemos seguir sirviéndonos de él para tender puentes hacia el entendimiento y el cambio.