En el debate sobre la penalización/despenalización del aborto y los derechos reproductivos se está incluyendo el término aborto masculino para definir el rechazo del varón a la responsabilidad que implica el embarazar a una mujer. Me parece que el término está demasiado forzado y que llena de ambigüedades la discusión sobre los derechos reproductivos de las mujeres.

Si bien es una obviedad que la participación del hombre es necesaria en la gestación de un nuevo ser humano, sea esta directa por la realización del coito o indirecta por la donación de su esperma, me parece que la decisión de interrumpir o continuar un embarazo concierne por entero a la madre.

El asunto se vuelve legaloide, es decir, de ambigüedad legal, porque le sirve a unos para acusar a las mujeres de no hacer partícipes a los hombres en su decisión de interrumpir el embarazo y por tanto violan sus derechos reproductivos. Para otros, le sirve para mostrar que en la penalización del aborto, son las mujeres quienes están criminalizadas en mayor medida, y que a los hombres no se les asigna ningún castigo. Como se puede ver las dos situaciones son totalmente diferentes y en ese sentido el término aborto masculino no puede integrar ambas realidades.

Aborto masculino también implica una contradicción semántica si nos ceñimos a la definición médica de aborto como proceso fisiológico. Abortar significa interrumpir de manera accidental o deliberada la gestación de un embrión humano que después se convertirá en un feto hasta llegar al recién nacido. Dicho proceso ocurre en el cuerpo de la mujer y simplemente por eso, es ella quien tiene el poder de decidir llevar a cabo el aborto o continuar la gestación. Inmiscuirse en tal decisión es atentar contra la libertad humana.

Las sociedades patriarcales han hecho de la maternidad y de la paternidad una obligación para mujeres y hombres. Las luchas políticas e ideológicas de grupos contraculturales, sobre todo del feminismo, han conseguido defender al cuerpo y sus capacidades reproductivas de dicha obligatoriedad. Así el aborto se convierte en un derecho principalmente para las mujeres.

Cuando un hombre rechaza la reproducción sexual y el ejercicio de la paternidad lo puede hacer de múltiples maneras: con la abstinencia sexual, mediante el uso de métodos anticonceptivos, hasta con prácticas sexuales alternativas. Pero ninguna de éstas implica un proceso tan complejo como el aborto. De tal suerte que el término aborto masculino sigue sin tener cabida.

Si un hombre obliga a su pareja a abortar porque no quiere ser padre; o si un hombre se desentiende de sus responsabilidades al tener conocimiento de que su pareja está embarazada; me parece que en ningún caso implica un aborto masculino. Estamos ante una violación de los derechos reproductivos de las mujeres en el primer caso y ante la manifestación de una paternidad irresponsable en el segundo. Situaciones que deben regularse y penalizarse.

El término aborto masculino es reciente. No pude hallar quién lo acuñó. Pero su novedad ha reactivado el debate sobre el aborto en Latinoamérica. Quizá esta sea su única utilidad, que nos permite continuar la discusión sobre los derechos reproductivos de mujeres y hombres. Pero hay que ser cautos. No podemos forzar un concepto tan ambiguo a que explique un fenómeno tan complejo.