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Me duele e indigna cualquier injusticia, menos la violencia contra las mujeres
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Por Raquel Ramírez Salgado
Feminista, con Maestría en Comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.
NOTA: Antes de exponer la idea central de este texto, quiero decir que el asesinato y desaparición forzada de cualquier persona me indigna. Expreso mi repudio por la violencia en el Estado de México y Guerrero y exijo como ciudadana que los culpables sean castigados.
Las personas nos conmocionamos al leer los titulares sobre Tlatlaya y Ayotzinapa. De acuerdo con el testimonio de sobrevivientes, era el Estado el asesino de jóvenes. Lo de Guerrero, en el marco del aniversario luctuoso de Tlatelolco 68, y de la movilización estudiantil del Instituto Politécnico Nacional. La indignación se escuchó en diversas partes del país y del mundo.
Lo que pocas personas supieron, fue que el 23 de septiembre de este año, madres de mujeres y niñas asesinadas en Ciudad Juárez iniciaron un plantón en el Distrito Federal (y luego una huelga de hambre) para exigir audiencia con el presidente de la República. Hubo represión policiaca, indiferencia, aunque al final, se logró una reunión importante. El punto es que casi no observé publicaciones facebookeras exigiendo a Peña Nieto o a Osorio Chong que se responsabilizaran de la tarea que el Estado mexicano asumió en 1979: la protección de la vida de las mujeres y las niñas.
El escenario se repite cada vez que en un foro sobre violencia contra las mujeres alguien se atreve a decir que una ley que proteja la vida de mujeres y niñas vulnera los derechos humanos de los hombres; la intolerancia, la misoginia y el machismo se hacen presentes cada vez que alguien afirma que una mujer es violada por usar minifalda, por beber y por "andar de noche". La ideología patriarcal está presente incluso en la mente de quienes se asumen como progresistas: "Me indigna el terrorismo de Estado, pero no siento la menor empatía por el dolor de una madre cuya hija fue asesinada, y en cambio, le niego el acceso a la Cámara del Senado".
Luego del asesinato y desaparción forzada de jóvenes normalistas en Guerrero, se organizaron marchas en el centro de la Ciudad de México, era urgente tomar las calles y mostrar la indignacion colectiva. Recuerdo que cuando se realizaron las marchas anti Peña Nieto, compañeras feministas tratamos de organizar un contingente que clamara justicia por los feminicidios perpetrados cuando el entonces candidato era gobernador del Estado de México. La respuesta fue por demás "discreta", apenas un grupo de 20 personas, casi todas mujeres.
¿Qué nos lleva a pensar que la vida de las mujeres y las niñas no vale nada? ¿Por qué me duele Tlatlaya, pero no sus niñas y mujeres asesinadas y violadas? ¿Por qué me indigna Ayotzinapa y Ciudad Juárez ya solo está como un recuerdo? ¿Por qué me convierto en "guerrillero de Facebook" y supongo que con publicar que exijo justicia para los jóvenes normalistas el mundo se arreglara "mágicamente"?
Estoy convencida de que, si me duelen Tlatlaya y Ayotzinapa, me indigna la violencia feminicida en Ecatepec, Chalco y Chimalhuacán. Cómo sentir dolor y preocupación por el terrorismo de Estado si considero que el machismo es un acto legítimo y realizo los actos más miserables contra mujeres y niñas, las cercanas y las desconocidas.
Solo cuando me duela, indigne y me posicione políticamente frente a la violencia contra las mujeres y las niñas de la misma forma que con otros abusos de poder, sabré que aspiro a un mundo verdaderamete justo.