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Directora y Editora: Elsa Gpe. Lever Montoya                                                                                                                             

Frases Feministas
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La guerra de los sexos sobre ruedas





Por Guadalupe López García
Periodista con Maestría en Estudios de la Mujer por la UAM y especialización en Estudios de la Mujer por el PIEM de El Colegio de México, se ha desempeñado como guionista y productora de radio; colaboradora, editora y coordinadora editorial en diversos medios como el IMER y la SEP, La Jornada, El Día, Uno más uno, Fem y Notimex. Trabajó en el Centro Integral de Apoyo a la Mujer "Esperanza Brito de Martí" en el DF y fue coordinadora de la Unidad Delegacional de Iztacalco del Inmujeres-DF. Ha recibido reconocimientos a su labor periodística y en defensa de los derechos de las mujeres por parte de la AMMPE, Conmujer, Cimac y la delegacion Iztacalco del DF.


Guadalupe López García habla sobre la postura de los hombres cuando se sientan con las piernas abiertas en el transporte público y la cataloga como una relación de poder que denota una forma de violencia y de misoginia; comenta que ha luchado por un asiento digno en el transporte porque considera que no se trata sólo de una lucha por un espacio físico, sino una pugna simbólica por el poder en todos los espacios públicos.

"Con una nalga en el aire" podría ser el subtítulo de esta columna, la cual trata un tema que se ha posicionado en el debate público en los últimos... no sé si sean años o meses: el ¿derecho? de los hombres a viajar sentados con las piernas abiertas en el transporte público.

De hecho, esa postura la emplean en cualquier lugar. Para cualquier persona, y más para los hombres, es algo natural. La única explicación es meramente biológica: se tienen que abrir de piernas para evitar aplastar los testículos. Incluso, he escuchado que tiene que ver con la producción de espermatozoides.

Para las feministas, la explicación de esta conducta es cultural y social. Algunas la consideran como una expresión de micromachismo [1] en la vida cotidiana. Con ese concepto, parece que no hablamos de luchas políticas ni de discriminación o desigualdad sino de un machismo chiquito de los hombres. Para mí, ubico a esa acción como una relación de poder, como una forma de violencia y de misoginia. No es un asunto menor.

Antes de que el tema estuviera de moda a raíz de la campaña de una mujer de Turquía en las redes sociales, desde hace años he librado una lucha feminista por el derecho a un asiento digno en el transporte público, principalmente en los de espacios reducidos o de asientos corridos (metro y microbús).

Es una batalla campal que entablo a veces durante todo mi trayecto. Mi estrategia es silenciosa, sin derramamiento de sangre ni golpes bajos: sólo pierna contra pierna para hacer palanca.

A veces encuentro resistencia cuando el hombre entiende que no es una insinuación sexual sino la lucha por la mitad del asiento que nos toca. En la mayoría de los casos, el repliegue es inmediato. El factor sorpresa no falla, pues la mayoría de los hombres piensan que una mujer se puede cohibir ante el roce de los cuerpos.

Efectivamente, muchas mujeres viajan medio sentadas o apretadas -cuando les toca el rincón- debido a la forma en que hemos aprendido a relacionarnos con nuestro cuerpo o con otros cuerpos, más allá de la sexualidad o el erotismo. Muchas sienten vergüenza, miedo o se inhiben ante el temor de ser tocadas.

Por otro lado, a las mujeres nos enseñaron a sentarnos con las piernas cerradas. De hecho, nos advirtieron que no deberíamos abrir las piernas. Algunas actividades están relacionadas con esa premisa cultural, como andar en bicicleta o montar un caballo. Bueno, ni con pantalones, short, mucho menos en bikini.

También se argumenta que es una cuestión de feminidad: sentarse con propiedad; como señoritas, decían las abuelitas. En otras, se relaciona con el olor de la vagina. De por sí nos hacen sentir vergüenza de nuestros genitales, mientras que los de los hombres, exhibirlos y nombrarlos es una muestra de poder.

Existen investigaciones sobre la violencia obstétrica [2] que documentan cómo el personal médico trata a las mujeres que se quejan al momento de parir: "Ya ves, ¿para qué abres las piernas?", "Así no gritabas cuando abriste las piernas, ¿verdad?", les dicen.

La cosa es pareja, o mejor dicho, se revierte, cuando de bolsas hablamos, ya no tanto en el transporte público sino en espacios como en salas de espera, auditorios o en un espacio para escuchar una conferencia. Ahí entablo otra batalla campal, ahora con mujeres que cuando se sientan ocupan el espacio contiguo para poner la bolsa.

A veces muchas personas se quedan paradas por esa práctica también de origen cultural. A las mujeres se nos enseñó a cargar hasta con la plancha. De hecho, la bolsa de mano es más que un accesorio, es una (supuesta) fuente de poder de muchas mujeres. Ahí mi estrategia es quitar la bolsa o pedir permiso. A veces falla cuando me dicen: "está apartado" o cuando el asiento a ganar me queda lejos.

La bolsa cansada es un tema que los hombres utilizan como pretexto cuando las mujeres les reclamamos al sentarse con las piernas abiertas. Otro contraargumento es el de las mujeres gordas o anchas de caderas. En internet hay innumerables ejemplos de cómo se trata el tema de las piernas abiertas.

La mayoría de mujeres y hombres -como siempre- utiliza los insultos para descalificar las reflexiones feministas de este tema [3], para muchas y muchos, inocuo. Para mí, no es la lucha por un espacio físico, es la lucha simbólica por el poder, no sólo en el transporte sino en todos los espacios públicos.

Es por ello que me llamó la atención de un hombre que opinó al respecto:

"Qué excelente campaña para incidir en el inconsciente androcéntrico que cotidianamente marca nuestras vidas sin darnos cuenta. En efecto, lo hombres usamos todos los espacios de la vida pública y privada en forma dominante y desigual. Por supuesto que en la forma de sentarnos, de orinar, de caminar, de hablar, de coger, de 'pensar', etc., etc., nos adueñamos de una mayor proporción de poder, en relación a ellas, lo que viene sucediendo a lo largo de los siglos. Estimados compañeros hombres: reconocer esto no nos puede hacer daño, no hay nada de qué defenderse, nada que perder, posiblemente este reconocimiento de la arbitrariedad sea el punto de partida para ser mejores seres humanos". [4]

Claro que el comentario se perdió entre tanto insulto y burla. Es más, hasta se aprovechó el tema para preguntar: " ¿Por qué todas las feministas hembristas de este país son tan horrorosamente feas?". [5]

Bueno, pensó esta beligerante columna: quizá cuando hablemos de igualdad en los espacios públicos como lo es el transporte se pedirá agradecérselo a la fealdad de una horrorosa feminista.

Notas:

[1] http://eldesconcierto.cl/uso-del-espacio-publico-y-machismo-como-se-sientan-los-hombres-en-el-metro/
[2] Como breviario legislativo, la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia para el Estado de Veracruz es la única que considera a la violencia de ese tipo.
{3] Ídem.
{4] Ídem.
{5] Ídem.






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