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Cariño de verdad contra furia feminista
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Por Guadalupe López García
Periodista con Maestría en Estudios de la Mujer por la UAM y especialización en Estudios de la Mujer por el PIEM de El Colegio de México, se ha desempeñado como guionista y productora de radio; colaboradora, editora y coordinadora editorial en diversos medios como el IMER y la SEP, La Jornada, El Día, Uno más uno, Fem y Notimex. Trabajó en el Centro Integral de Apoyo a la Mujer "Esperanza Brito de Martí" en el DF y fue coordinadora de la Unidad Delegacional de Iztacalco del Inmujeres-DF. Ha recibido reconocimientos a su labor periodística y en defensa de los derechos de las mujeres por parte de la AMMPE, Conmujer, Cimac y la delegacion Iztacalco del DF.
La columnista nos comparte una reflexión sobre el uso de calificativos para dirigirse a una mujer, los cuales revelan y reproducen violencia y discriminación contra las mujeres.
"Ahorita la atiendo, madre", me dijo un empleado del Instituto de Vivienda del DF (INVI). Hace unos días, otro más del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia del DF (DIF) me preguntó: " ¿Qué se le ofrece, madre?". Ese mismo día, la responsable de una biblioteca pública en la delegación Coyoacán me pidió: "Regístrate en la lista, corazón".
Me acordé de enfermeras, doctores, taxistas, microbuseros, comerciantes, políticos, conductores de radio o televisión y demás servidores públicos que así definen a las mujeres de todas las edades: mi'jita, chula, reinita, jefecita, linda, guapa, damita, chiquita, nenita, señito o personita. Para todas y todos ellos, las mujeres somos solo eso: puras madres.
Cuando pregunto por qué nos dicen así, invariablemente responden: "Es de cariño". También -argumentan- para evitar que nos ofendamos si nos dicen señora cuando somos señorita, o viceversa. Raras veces se dirigen a las mujeres por su nombre, por su primer apellido o -acudiendo a una vieja tradición- por el apellido de casada cuando lo son.
Pero, ¿en dónde estaría la ofensa? ¿Por qué las reglas de cortesía para referirse a las mujeres -incluso, muchas lo piden- son a partir no solo de su estado civil sino de su sexualidad? (Evito utilizar el concepto de virginidad porque está relacionado con la religión.)
Nunca he escuchado que a los hombres se les pregunte: " ¿es usted señor o señorito?" A edad temprana se les habla de tú; pasados los años, les dicen joven o caballero; a una edad madura: señor -en muchos casos agregando el apellido- o jefe, y de adultos mayores: papito o jefecito, pero nunca lindo o bombón. Sonaría muy afeminado.
Al carnicero de Frituras Emilio, por más que le digo que no me llame ni muñequita ni otras madres, siempre revira en tono bromista: "¿Por qué, chula? No se enoje que se va a poner fea". De hecho, es la misma pregunta que todas y todos me hacen ante mi rara petición.
Explico que al utilizar esos calificativos, a las personas se les ve como menores de edad y como ciudadanas y ciudadanos de segunda. En el caso de las mujeres, señalo que tiene que ver con el hecho de que somos vistas como seres débiles y frágiles.
Socialmente no se ve mal que los hombres -conocidos y desconocidos- nos llamen muñeca, pero se censura a las mujeres cuando queremos echarles sus flores a los hombres. Se nos califica de ofrecidas o se piensa que queremos algo con ellos si les decimos: "¿Qué se te ofrece, nene?".
Al escuchar mis argumentos, algunas/os solo me ponen caras, otras/os manifiestan que no habían pensado en eso y unas/os más me tiran de loca. El empleado del INVI reaccionó molesto: " ¿Por qué dice eso, jefa?". Cuando le expliqué lo de siempre, me contestó: "Eso no es cierto. Son puras mentiras. Nada tiene que ver".
Agregué que el Gobierno del Distrito Federal ha aplicado diversas políticas públicas con perspectiva de género, además de promover un lenguaje incluyente y no sexista, pues no solo se trata de hablar de "todas y todos" o de "las y los", sino de modificar expresiones peyorativas para las mujeres.
Esta vez no convencí. Enojado, el trabajador me reprochó: " ¿Viene a discutir conmigo? Entonces, ¿cómo quiere que la llame?". Respondí que puede ser por mi nombre o simplemente decir: "Ahorita la atiendo".
Si le hubiera dicho que desde el feminismo, esos términos denotan menosprecio hacia las mujeres, mi interlocutor probablemente habría añadido: "¡Ah, con razón! Tenía que ser feminista. Las feministas siempre protestan de todo y se enojan por todo [*], ¡hasta de ser cariñosos con ellas!".
Sí. Me estaba enojando, pero me aguanté (hasta de eso nos tenemos que cuidar: evitar que las personas se ofendan por nuestras opiniones). Mejor pedí lo que necesitaba. Me lo dio. No lo miré. Vio mi identificación. Firmé. Se fue. Me fui.
Pero ¿por qué tanto escándalo por una nimiedad? Además, muchas/os -aun en el gobierno y quienes trabajan desde la perspectiva de género- piensan que decirle madrecita a una mujer no es ofensivo. Solo es ¡cariño de verdad!
Una víctima más de mi furia feminista, un taxista, me escuchó atenta y le di las mismas sugerencias. Comentó que sus pasajeras se lo iban a tomar a mal si les pedía su nombre. Tenía razón. Cuando yo lo hago, me contestan con otra pregunta: "¿Para qué?", más cuando son servidoras/es públicas/os.
Difícilmente llego a mi segundo nivel de explicación: esas insignificancias reproducen estereotipos y se les ve a las mujeres como simples beneficiarias o usuarias de un servicio; nunca como sujetos de derechos.
La primera vez que hice mi petición al susodicho carnicero, estaban varias mujeres formadas esperando ser atendidas. Una de ellas dijo: "Tiene razón"; las demás, ya querían que me fuera. Muchas mujeres se sienten halagadas con esas dulces frases, sin darse cuenta que pueden ser nocivas para el empoderamiento.
Sí, ya sé; me dirán que hay muchas servidoras/es públicas/os groseras/os, que no hacen bien su trabajo o que son déspotas con la gente (igualmente, la gente resulta ser muy grosera con ellas/os). Esto es parte de mi tercer nivel aclarativo, al cual nunca he llegado: esas expresiones tienen que ver con las relaciones de poder.
Es una relación cariñosa de dominación-subordinación. Es un discurso machista, similar al de "te pego porque te quiero" que glorifica a las mujeres, en tanto madres y esposas, pero por otra lado las desprecian como seres sexuados. Esos calificativos pueden ser la antesala de la discriminación y la violencia contra las mujeres.
Esta relación también es clasista y racista. A las y los indígenas se les habla de tú, pero a las personas de traje y corbata, de usted. Cuando las mujeres tienen mayor jerarquía (laboral o profesional), les hablan de usted a sus subordinados (del mismo modos que ellos lo hacen) ; en cambio, los hombres les pueden decir muñequitas a sus empleadas o familiares.
No. Ese lenguaje no es inocente. No me gusta que me digan chaparrita, nenita o madrecita. No quiero cariño, ¡exijo respeto! La igualdad pasa por la forma de comunicación entre mujeres y hombres, dice con toda cortesía esta escandalosa columna feminista.
[*] Leer a nuestra compañera Raquel Ramírez en las dos ediciones anteriores de www.mujeresnet.info .