Murió la actriz Alma Muriel, el 5 de enero. Quizá por eso, un par de días después "pesqué" la película Retrato de una mujer casada (1982) en la televisión, a altas horas de la noche. Esta cinta la vi en su momento y me gustó porque reflejaba, sin melodrama, el machismo, la opresión, la alternativa, la casualidad. Desde entonces, el lenguaje narrativo cinematográfico me pareció óptimo. Las actuaciones de Alma Muriel y Gonzalo Vega en los protagónicos, ídem. El filme, dirigido por Alberto Bojórquez, obtuvo una Diosa de plata.

A fines de los años setenta Irene (Alma Muriel), es un ama de casa con dos hijos pequeños; un marido burócrata y machín, Guillermo (Gonzalo Vega) con problemas en su manera de beber. Ella a la par que atiende casa, niños y marido, estudia la licenciatura en Periodismo y comunicación colectiva, como en algún momento se llamó la hoy Ciencias de la Comunicación, en la UNAM; además, siempre lleva la responsabilidad de la anticoncepción, nunca se niega al sexo, sí a no tener precauciones. Pareja clasemediera o casi. Y las constantes: celos, violencia, irreflexión, culpas, posesión, divorcio... con la posibilidad, aunque remota, de cambiar, gracias al hecho de estudiar y tener un empleo.

Ver la cinta genera rabia y conmueve por varios motivos: Uno, porque los machos, celosos per se, actúan de forma aberrante. Dos, porque el deseo de superación está supeditado a la cartera del marido: hay para comprar botellas de alcohol, no hay para un libro universitario; se puede organizar una cena, no subir el sueldo a la sirvienta; se podrá ejercer una carrera, siempre y cuando el marido vaya dé "permiso".

Un compañero de trabajo le dice a Guillermo "no quiero que nuestras esposas se vean, cuando dos mujeres inteligentes se juntan se hacen cómplices y eso no nos conviene ni a ti ni a mí, nos van a pisotear". Una escena de la junta de avenencia es desesperante, por el grado de violencia verbal del marido y así ad nauseam.

Probablemente es la cuarta vez que veo la película. Sin embargo, creo que nunca me había afectado tanto ya que, aunque han pasado más de 30 años de que fue filmada, las relaciones de pareja no han cambiado mucho. Los machos se manifiestan en cualquier lado y los ejemplos mencionados en relación a la cartera y al control de la pareja siguen ahí.

A lo mejor en ciertas áreas, en ciertos espacios y aun así lo pondría en duda. En niveles universitarios también abunda este perfil de hombres. Hasta la fecha, muchas acciones violentas no se denuncian, ya no digamos entre universitarios sino en las oficinas públicas o en las empresas privadas. Basta observar a las parejas en la calle, escuchar la historia de una compañera de trabajo o de una vecina o de una prima o de una amiga para darnos cuenta que, por ejemplo, la infidelidad o el conato de infidelidad sigue siendo una tragedia en la vida cotidiana, en términos generales, si se trata de la mujer. Si es el hombre, bueno "discúlpalo, es hombre". No se diga aquella frase añeja "mi marido es mi marido de la puerta para adentro, de la puerta para afuera, es hombre". Con esta frase los machines son felices o creen serlo, mientras no sea al revés.

Habría que preguntarnos si la infidelidad o el conato de, en realidad es para tanto. Si de verdad alguien puede justificar, en una situación así, los golpes, los insultos, destrozar un matrimonio, violentar a los hijos o cometer delitos más graves. Los refranes no se equivocan, hay uno que dice "nada en fin que un buen baño no borre". No obstante, hay quien con sólo imaginar sufre.

Me temo que tanta educación telenovelera sigue afectando a una gran parte de la población. Ejercer "el poder" aunque sea en la casa; creer que los maridos dan permiso, como si las esposas fueran minusválidas emocionales; valorar a una mujer no por ser ella sino por creer que es virgen y mártir; pensar que se posee a una persona como si fuera un coche, entre otros mil ejemplos, sólo lleva a mantener relaciones ásperas y a hacer muy infeliz a la gente.

Retrato de una mujer casada revela la vida de muchas parejas que pudiendo haber llevado la fiesta en paz, optaron por las escenas al más puro estilo Emilio "Indio" Fernández, sin la calidad artística de éste, por ser escenas de la vida real. Y el resultado, por supuesto, las llevó a la ruina. De igual forma, confirma que si se quiere conocer a una persona hay que casarse con ella; pero si se quiere conocer de verdad, hay que divorciarse. Los actos que realiza el marido de Irene son fuera de toda lógica. Para cualquier duda, hay que ver la cinta.

No creo que el final de la película sea como leí hace unos días, una especie de lección de que si alguien se rebela le va mal. Creo que el final muestra tan sólo una jugarreta del destino. No más.

Un plus perene del filme es la fotografía. Se puede ver una ciudad de México que pasó a mejor vida. Transportes que ya no existen, casetas de teléfono público anaranjadas. La avenida Insurgentes Sur, cuando los estudiantes pedían aventón y todo el mundo se los daba (acción inimaginable hoy en día); calles irreconocibles porque tenían terrenos baldíos y hoy tienen edificios de espanto; la Cineteca original, es decir la que estaba en Churubusco y Tlalpan y que fue consumida por las llamas, con su café Wings; la colonia Piedad-Narvarte; la antigua Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, su escalinata, la piedra volcánica, el estacionamiento, sus salones 1 y 2, los más grandes en los años setenta, donde se titularon decenas de estudiantes; los pantalones acampanados, el Volkswagen sedán, la librería la Casa del libro de avenida Universidad...

Alma Muriel nació en la ciudad de México en 1951 y murió al iniciar este 2014, en Playa del Carmen, Quintana Roo. Fue una actriz que debutó en la televisión a fines de los años sesenta, hizo más de 30 películas, 28 telenovelas, y puso en escena obras de Moliere, Sergio Magaña, Alejandro Jorodowsky, Miguel Sabido, Paul Claudel, entre otros. Reflejó en su biografía, es decir, en su vida personal ser una mujer que amó y desamó. Y detuvo su corazón un día de Reyes, a nivel del mar.

Te vamos a extrañar, Alma. Buen viaje.

Retrato de una mujer casada de Alberto Bojórquez. Con Alma Muriel, Gonzalo Vega, Ernesto Gómez Cruz, Patricia Reyes Spíndola. México, 1982, 92 minutos.