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"Me dejé llevar por mis emociones"





Por Guadalupe López García
Periodista con Maestría en Estudios de la Mujer por la UAM y especialización en Estudios de la Mujer por el PIEM de El Colegio de México, se ha desempeñado como guionista y productora de radio; colaboradora, editora y coordinadora editorial en diversos medios como el IMER y la SEP, La Jornada, El Día, Uno más uno, Fem y Notimex. Trabajó en el Centro Integral de Apoyo a la Mujer "Esperanza Brito de Martí" en el DF y fue coordinadora de la Unidad Delegacional de Iztacalco del Inmujeres-DF. Ha recibido reconocimientos a su labor periodística y en defensa de los derechos de las mujeres por parte de la AMMPE, Conmujer, Cimac y la delegacion Iztacalco del DF.


La columnista nos habla del caso de Genaro Góngora Pimentel, quien después de 'dejarse llevar por sus emociones', su único acto razonado fue ofrecer una disculpa ante conductas misóginas.

Sí. Esa fue la explicación del expresidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Genaro Góngora Pimentel, al negarse a dar la pensión que por ley corresponde a dos de sus hijos y por haber denunciado penalmente a la madre de éstos, quien no puso a nombre de los menores de edad la casa en la que vivían.

Ese señor, de "avanzada edad" -como dijo- con una cara de ternura, como la abuelita de Crí Crí, el grillito cantor, pero firme al dictar sentencia absolutoria o condenatoria en la máxima tribuna de la justicia mexicana, declaró en una carta [1], casi en un acto de contrición, que el desconcierto lo llevó a tomar esas decisiones.

El que asegura que siempre ha sido un partidario de la justicia y de las causas sociales y quien jamás ha faltado a su deber de padre estando al pendiente de necesidades emocionales, físicas, materiales y espirituales, pidió perdón. Bueno, es más fácil pedir perdón que pagar por ley.

La periodista Carmen Aristegui leyó esa misiva en su noticiario matutino trasmitido en MVS Radio como corolario de la polémica desatada por ese hecho de la vida privada llevado a la vida pública. En algunos medios de cobertura nacional no se le dio mayor relevancia, pero cuenta la periodista Sara Lovera, en su columna "Palabra de Antígona", que al articulista Salvador Camarena le indignó más el que las feministas no se hayan pronunciado ante ese hecho.

Quizá porque no tengamos muchos espacios en los medios y cuando protestamos por algo nos califican de exageradas o simplemente porque nuestra opinión no es considerada importante.

Pero aquí el personaje central es Góngora, cuyas palabras fueron dignas de una conferencia magistral sobre cómo se imparte la justicia en México. Nos dicen que la Justicia es ciega, pero no quienes la imparten. Y es que la Justicia no ve cómo se pueden manipular las leyes con argumentos sentimentaloides (más que legaloides) dignos de un drama de Sara García o Marga López.

Tal vez el ministro retirado nunca haya escuchado aquel refrán de que "el buen juez por su casa empieza" o el otro de que "no se puede ser candil de la calle y oscuridad en la casa". A fin de cuentas, estamos hablando de la doble moral o de un hombre sin moral, o mejor dicho, sin ética.

Con sus explicaciones clasistas, racistas y discriminatorias para fijar el monto de la pensión a sus hijos, y con su mea culpa casi poética, Góngora también nos dio una lección de cómo los "límites" entre la vida privada y la vida pública no existen. (Espero que ahora sí nos "pelen" a las feministas con aquello de que lo personal es político).

De hecho, las llamadas redes sociales lo han reafirmado día a día, cuando en ellas se hace pública la vida privada y se ventilan los "escándalos" de políticas/os y de otras "figuras públicas". (Bueno, deberíamos revisar si las mujeres u hombres que se dedican al hogar o que no tienen un puesto de gran nivel son "figuras privadas").

Pero lo que a esta columna -no calumnia- le llamó la atención, fue que Góngora utilizó las emociones para justificarse de un acto a todas luces injusto. Góngora pudo haber dicho: "Fue un ataque de locura", "no pude controlarme", "me dejé llevar por la pasión", "lo hice en un arranque de celos", "ella me provocó", "perdí la razón".

En el libro La pérdida del paraíso. El lugar de las emociones en la sociedad mexicana entre los siglos XIX y XX, coordinado por Oliva López Sánchez (México, UNAM-FES Iztacala, 2011), la autora ubica a las emociones como el rasgo constitutivo y exclusivo de la "naturaleza femenina".

Señala que las emociones forman parte de esa identidad construida y reforzada por los discursos científicos y filosóficos de los siglos pasados, definiendo a la mujer como un ser sin razón. O sea, irracional; o sea, loca; o sea, impulsiva e intuitiva. Mientras que los hombres actúan por razón, por juicio, con argumentos y sin prejuicios. Caso contrario, se comportarían como una mujer.

Al buscar las definiciones de mujer y hombre, en varios diccionarios aparece que "hombre" es un "ser animado racional". En otras obras que consultó Fernández Poncela para su libro reseñado en la entrega anterior [2], se habla de "ser dotado de inteligencia y de un lenguaje articulado". Dichos conceptos no aparecen en la definición de "mujer".

Lo que interesa aquí es cómo se construyen los binomios: mujer-emociones y hombre-razón. La razón, relata López Sánchez, fue el paradigma de la época de la Ilustración en el cual se cifraba la emancipación de la humanidad. ¡Ah!, por cierto, las mujeres, al ser seres emotivos, no estaban incluidas.

Las emociones se ven entonces, como lo mundano, lo que nos hace cometer actos de locura. Un defecto en los hombres. Quizá por eso, "los hombres no lloran" es el máximo ordenamiento cultural para reprimir las emociones de éstos, para mantenerlos en su "sano juicio".

Góngora, opositor de la corrupción y el tráfico de influencias, nos enseñó el cobre con su defensa, pero también quiso provocarnos un sentimiento de compasión por su arrepentimiento mediático al pedir perdón. Obra magistral del ex ministro al dar un uso político a las emociones cuando no encontró un "juicio razonado" a una conducta misógina. "La cagué", habría pensado ese hombre animado racional dotado de inteligencia.

De hecho, retomando a López Sánchez, el uso de las emociones siempre ha existido para justificar la desigualdad social de las mujeres y la subordinación de éstas, ya que, carentes de razón, requieren de aquellos que supuestamente la tienen.

Por otro lado, el derecho a la pensión alimenticia es una obligación que los padres de menores incumplen más, pese a que esté castigado penalmente no hacerlo. Góngora Pimentel y el presidente de México, Enrique Peña Nieto, con una demanda encima, son ejemplo de ello.

¡Feliz Día del padre... que cumple con esa obligación!

Notas:

[1] Disponible en: http://www.adnpolitico.com/ciudadanos/2013/05/24/carta-integra-del-exministro-genaro-gongora-pimentel
[2] Fernández Poncela, Anna María, La violencia en el lenguaje o el lenguaje que violenta. Equidad de género y lenguaje, México, UAM-X, Itaca, 2011.






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