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Soraya Jiménez se escribe con oro




Fotos: Sergio Mendoza


Por María Esther Espinosa Calderón
Periodista, ha colaborado en diversos medios, entre ellos el Uno más Uno, Mira, El Universal, Etcétera, 'Triple Jornada' del periódico La Jornada, y en la revista Fem.

La autora hace un recuento de las problemáticas de Soraya Jiménez por haber elegido un deporte "exclusivo" para varones, la halterofilia, y cómo logró obtener el oro.

Soraya estaba feliz, aún no asimilaba su triunfo que le cambiaría la vida, sabía que había hecho vibrar de emoción a gran parte de su país, que era la primera mujer mexicana en ganar medalla de oro en un deporte, considerado en ese entonces, exclusivo para hombres: la halterofilia.

A su regreso de Sidney, Australia, nos recibió a varios (as) periodistas en su casa de Lomas Verdes, llegaba todavía con la emoción a flor de piel, nos contaba de las dificultades que tuvo que enfrentar para practicar el levantamiento de pesas, de cómo la rechazaron cuando fue a tocar puertas a la Federación Mexicana de Halterofilia con un ¡no! rotundo porque esta disciplina no era "propia para mujeres".

Platicaba de su pasión por el básquetbol, que su tío Manuel Mendívil, bronce olímpico en la prueba ecuestre de los tres días en Moscú 80, quería que se enseñara a montar, pero a ella no le agradaba esta actividad, que practicó varios deportes antes de llegar al levantamiento de pesas.

Nos enseñó a Millie, un peluche que representaba a una de las tres mascotas de Sidney 2000, tenía la figura de un animal típico de Australia, fue creada tratando de imitar una mujer moderna, sus principales características son la inteligencia y la creatividad, es un recuerdo de tan maravillosos momentos. Comentaba que a pesar del rechazo de "que me fuera a mi casa, a que me enseñaran a cocinar y a tender camas, no me di por vencida y pude demostrar con trabajo, disciplina y esfuerzo que se puede sobresalir".

Antes de Sidney, Soraya llevaba un historial de triunfos en varias competencias: mundiales juveniles, Juegos Centroamericanos, en Juegos Panamericanos en un deporte que decían "no era apto para mujeres". Recordaba con gran cariño a su abuelito materno: "Mi ídolo, mi inspiración y mi ángel". Así como el gran apoyo que siempre tuvo de su familia.

Era la viva imagen del triunfo, estaba fresca aún la emoción del 18 de septiembre de 2000, cuando al levantar 222.5 kilogramos, se colgó la medalla de oro en la división de 58 kg. La número 11 de oro, obtenida por México desde París en 1900. "Quieres llorar, gritar, brincar, hacer mil cosas". Eso hizo cuando su entrenador Gueorgui Koev, le dijo: "Somos oro gorda". Pero para Soraya, lo mejor de todo fue ver en lo alto la bandera de México y cantar el Himno Nacional.

Hablaba con emoción del recibimiento de la gente en el aeropuerto. De pasar de ser una desconocida a "la mujer de oro". Sabía que su actuación había sido un parteaguas en el deporte de nuestro país, que la había marcado a ella, que viviría hasta siempre con el triunfo de esa conquista histórica por su esfuerzo y su lucha sentaría un precedente para abrir el espacio a otras mujeres que seguirían su ejemplo. Su vida cambió, la gente la conocía, la saludaba, le pedían autógrafo, le daban las gracias por la emoción vivida. Pero también la llevó a estar en el ojo del huracán.

No todo sería miel sobre hojuelas, se enfrentaría a serias adversidades que marcarían su futuro en lo que ella más amaba: la halterofia, de la que se retiró en el 2004. En el 2002, dos años después de lograr el oro olímpico se le acusó de dopaje y de falsificación de documentos, siempre insistió y luchó por su inocencia. Para quienes la conocieron, las calumnias y las envidias no empañaron su victoria y la satisfacción que le dio a su país al pisar el pódium. Para ella el recuerdo de su hazaña ¡claro que lo fue! Levantar 4 veces su propio peso, la hacía revivir el suceso y volver a disfrutar: "Se me enchina la piel nada más de acordarme".

Mujer de retos y convicciones, así lo demostró hasta el final de sus días. Decía que los límites no existen, que debías de luchar por todo lo que quieres. Aseguraba que las satisfacciones que le había dejado el deporte no las cambiaba por nada. El gran peso que levantaba ocasionó el desgaste prematuro y excesivo de las articulaciones de sus rodillas y muñecas. Nunca dejó de hacer ejercicio a pesar de sus limitaciones físicas. Antes del infarto que terminó con su vida, Soraya había atravesado por problemas graves de salud como la pérdida de un pulmón, cinco paros cardiorrespiratorios y 14 operaciones de rodilla. Cargó una cruz más pesada que los 222 kilos y medio que alzó por la presea dorada.

El nombre de Soraya Jiménez Mendívil se escribe con oro, una mujer que abrió camino en su propia disciplina, que rompió esquemas, que fue la primera en obtener la única presea áurea en la justa veraniega de Sidney 2000. A partir de Soraya la irrupción de mujeres en deportes considerados para hombres ha aumentado en México. También los resultados por parte de las deportistas han sido mejores que los conquistados por los varones. El deporte mexicano tiene un antes y un después de Soraya, que se marchó muy joven a cumplir con su destino trece años después de su gloria olímpica. Ahora está con su amigo y compañero Noé Hernández conversando de sus logros deportivos.

Descansa en paz Soraya, nos quedamos con el recuerdo de tu gloria olímpica, con el ejemplo de tu tenacidad, con tu gran lucha ante la adversidad, con tu sonrisa, con tu alegría, con tu sencillez, con tu amor por los tuyos, con tu amor por la vida, con tu sueño hecho realidad, con el camino que dejaste abierto para otras atletas. Hasta siempre Soraya mujer de oro, mujer de amor.






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