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Escribir nuestra historia






Por Guadalupe López García
Periodista con Maestría en Estudios de la Mujer por la UAM y especialización en Estudios de la Mujer por el PIEM de El Colegio de México, se ha desempeñado como guionista y productora de radio; colaboradora, editora y coordinadora editorial en diversos medios como el IMER y la SEP, La Jornada, El Día, Uno más uno, Fem y Notimex. Trabajó en el Centro Integral de Apoyo a la Mujer "Esperanza Brito de Martí" en el DF y fue coordinadora de la Unidad Delegacional de Iztacalco del Inmujeres-DF. Ha recibido reconocimientos a su labor periodística y en defensa de los derechos de las mujeres por parte de la AMMPE, Conmujer, Cimac y la delegacion Iztacalco del DF.


Comenzar por escribir sobre cualquier cosa, es un invitación que la columnista nos hace, y narra su incursión en la escritura y cómo le ha favorecido en su tarea feminista, ya que de este modo redacta historias de mujeres que posteriormente puedan ayudar a cambiar la historia de otras mujeres.

Escribo en momentos de lucidez, de reflexión, de desesperación, de coraje, de alegría, de tristeza, de añoranza. Lo hago cuando estoy sola, cuando miro por dentro, de reojo, cuando volteo, cuando busco, cuando encuentro, cuando pierdo, cuando gano.

Trazo y enlazo letras, signos, números, edades, risas, gritos, cosas, andares, imágenes, colores, sabores, aromas. Construyo palabras, las quito, las pongo, las visto, las adorno, las desvisto. Todas importantes, ninguna indispensable.

Lo hago para mí. Es lo que quiero decir, lo que nada se puede decir, por eso necesito escribir. Escribo cuando hay que retener, porque hay que dejar ir, cuando atrapo, cuando suelto y porque vivo. Sin darme cuenta -o resignada a ello- comencé a escribir: por encargo, por trabajo o por purito gusto. Primero a mano, después a máquina, ahora "a compu", pero siempre con la pluma y la hoja en blanco.

He llegado a pensar que la escritura como profesión para las mujeres es solo para quienes tienen dinero y suficientes recursos humanos y materiales para hacerlo de tiempo corrido. Mi técnica no es muy refinada que digamos: anoto ideas que van apareciendo a veces mientras cocino, mientras trapeo, mientras estoy con mi pareja o en el baño; en la noche o cuando me voy a dormir.

Así guardo cachitos de mi vida y de otras vidas, de las historias que hacen la mía, de mujeres y hombres más cercanos y lejanos a mí. Esbozos de diario, de intimidades, de miedos y de retos en hojas amarillentas.

Después de muchos años, escribir ya no fue una necesidad personal ni un simple pasatiempo -como si me pusiera a bordar o tejer-, sino una exigencia social, una expresión cultural, histórica, de reivindicación. Sí, las mujeres tenemos que escribir nuestra historia.

La escritura puede ser una herramienta para transformar nuestra vida y la de muchas otras mujeres. Mi comentario no es nuevo, pero no todas se atreven, no saben o no pueden hacerlo. Bueno, también hay quienes no quieren, y punto; aunque hablen de sí mismas, aunque quieran que hablen de ellas.

En los primeros días de enero, cuando tomé un taxi para ir con una médica, el conductor, interesado sobre mi trabajo, me comentó tímidamente que las personas que leen a veces les da el "gusanito" por escribir, como a él, pero no sabía cómo hacerlo.

Tiempo perdido para mí porque la doctora no estaba, pero de regreso aproveché para comentarle al taxista que se comprara un cuaderno y que escribiera lo que quisiera, lo que pensaba, lo que sentía, que no permitiera que nadie nunca le dijera que sus palabras no servían. Quizá empezar a escribir sobre su vida, le dije.

Nunca vi a alguien tan interesado por esa sugerencia que a cada rato repito en mis talleres de capacitación con mujeres líderes, cuando el tema sale a relucir en cualquier plática informal o cuando escucho las experiencias de luchas anónimas, de voces como susurros que casi no se escuchan o de otras claras y firmes pero que se pierden con tanto ruido o porque luego no las dejamos hablar pensando que vamos a "sensibilizar".

Escuchar es un requisito indispensable para escribir, para sentir, para aprender de otras mujeres que ven por otras mujeres sin haber escuchado nunca las palabras feminismo, equidad, igualdad de oportunidades o empoderamiento.

Hasta de las narraciones más sencillas podemos hacerlo. Hace tiempo, en un programa de radio una mujer contó que de niña sembró monedas porque su papá alguna vez le mencionó aquel refrán que dice que se cosecha lo que se siembra, pero nunca lo había dicho por vergüenza, porque pensaba que se iban a burlar de ella.

En otra ocasión otra radioescucha comentó que sus hijos le reclamaron porque ya no la veían. "Sentimos que te estamos perdiendo", le dijeron. Ella contestó: "No. Yo me estoy encontrando". Así me pasa con esto de la escritura, lo hago para encontrarme, me guste o no.

Pero más allá de lo personal, la afición de atrapar todo con palabras me llevó a rescatar mucho para mi trabajo de tesis de maestría, para mis colaboraciones en Fem y ahora en www.mujeresnet.info. También me sirvió para enriquecer, junto con muchas otras compañeras, la política para la ciudadanía y el empoderamiento en el Instituto de las Mujeres del Distrito Federal.

Lo que hacía, es que cuando hablaban -en la comida, en la cantina, en las reuniones de trabajo- sacaba papel y pluma. De ahí mi interés por poder sistematizar un proceso tan rico que se dio en la primera década del instituto (1998-2008). Ahí hay mucha historia de las mujeres que no se puede tirar a la basura solo porque es información "vieja" o de otras administraciones. Recuperar esos procesos puede servir para mejorar estas políticas y reivindicar la lucha de las mujeres. Así se hace la historia feminista. (Bueno, además hay una ley de archivos que se debe cumplir.)

Conocer la historia de mujeres puede cambiar la vida de otras mujeres, pero escribir nuestra historia, como una tarea feminista, puede cambiar la historia de las mujeres, dice esta columna pasajera que no había aparecido en meses.





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