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De comunicóloga a alebrijera: Susana Buyo
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Por María Esther Espinosa Calderón
Periodista, ha colaborado en diversos medios, entre ellos el Uno más Uno, Mira, El Universal, Etcétera, 'Triple Jornada' del periódico La Jornada, y en la revista Fem.
La autora narra cuando Susana Buyo tuvo que salir de Argentina, llegó a México y quedó fascinada por los múltiples y coloridos alebrijes; ahora ella también se dedica a fabricarlos, comparte sus conocimientos de este arte y es reconocida mundialmente.
El corredor cultural Álvaro Obregón se ha llenado de grandeza y colorido con la exhibición de 110 alebrijes gigantes, de los 305 que participaron el 20 de octubre pasado, en el desfile y concurso que organiza el Museo de Arte Popular. Al ver esta manifestación de creatividad, recordé a Susana Buyo, quien desde que llegó de Argentina en 1978 se enamoró de las artesanías mexicanas; al descubrir que las figuras creadas por Pedro Linares ejercieron sobre ella una atracción mágica, sintió un gran deseo de expresar su propio mundo interno y aprendió a realizarlos y luego a enseñar su pasión a quienes así lo deseen en su taller ubicado en la colonia Condesa.
Susana Buyo dejó su país por causas de fuerza mayor y, la comunicación, por el arte de los alebrijes, a quienes crea, recrea y les da vida. Algunos se han quedado con ella, otros han salido a recorrer el mundo con sus mexicanísimos colores y formas.
Así como no hay un día igual a otro, en el taller de Susana no hay dos obras iguales, aunque las realice un mismo autor u autora. Ahí la imaginación vuela hasta donde se quiera llegar: mitad avión, mitad humano, mitad, hombre, mitad máquina, mitad tortuga mitad zancudo, mitad unicornio, mitad pegaso. No importa que tan real o ficticia sea, el resultado siempre es una obra que se venderá, se irá a otra casa, a veces a otro país.
En la villa de Susana, como ella le dice a su taller, la creatividad cobra vida, para transformarse en criaturas de formas extrañas y colores chillantes que cuando estén terminadas se irán y emprenderán el vuelo lejos de sus creadores (as).
Para los alumnos y las alumnas de Susana no existen límites en su quehacer artístico, cada uno vuela hacia donde quiere llegar, o hace realidad su pensamiento más reciente como lo hiciera Pedro Linares, que de sus sueños febriles nacieron los alebrijes: diferentes animales con ojos saltones, cuernos de chivo, de toro o de diablo, con largas colas y lenguas, con patas de cabra, con cuerpos de vaca, con cuerpos de perro, mitad animal, mitad humano, mitad cosa. Cada quien expresa en sus obras "sus miedos, sus temores, sus amores y sus sueños", afirma la artista.
En el acto creativo se desnuda el subconsciente, se libera lo que uno guarda en el fondo del alma, mientras el papel se transforma en mitad mariposa, mitad burro; cuando se pasa el pincel con los colores "chíngame la pupila" sobre esas extrañas figuras.
La mayoría de alumnas y alumnos de Susana son de diferentes edades, formaciones y creencias. Quienes al estar trabajando con sus alebrijes se van contando sus problemas, sus alegrías, sus frustraciones y sus preocupaciones.
En el taller el tiempo pasa rápido, para algunas se pasa "volando", "no se siente", "es como una terapia"; cada pincelada o cuando se pega el cartón, es como si se quitara un peso de encima.
La maestra alebrijera escucha a sus alumnas y alumnos y las motiva aunque les recuerde: "Soy cartonera, no psicóloga". Y les aconseje: "El acto creativo es como una buena masturbación, donde uno pone mucha imaginación y creatividad para su propio placer"; les dice también, que "cuando uno realiza un trabajo para agradar a otro se pierde la autenticidad".
Cuando llegan por primera vez a sus clases les dice que existen tres inconvenientes: "Hablo como cargador de La Merced , fumo como chacuaco y tengo tres gatos", si lo aceptan es prueba superada. El único requisito es echar a volar la imaginación y hacerla realidad en sus obras.
El trabajo de Susana es conocido internacionalmente. El Museo Nacional de Dinamarca adquirió 18 obras de su taller, las cuales están expuestas en sus instalaciones. Tiene alumnos de Londres, España y París. Algunas que ya no viven en México le llaman o le escriben para pedirle asesoría.
Asegura que fabricar un alebrije no es cuestión de sexo o de género, aunque en familias que se dedican a eso, las mujeres no los crean, ellas hacen las piezas pequeñas como los juditas, mientras que los hombres los Judas grandes y las figuras zoomorfas y antropomorfas.
Así como el sueño de Pedro Linares se transformó en una criatura extraña, son los mismo alebrijes los que escapan para dirigir las manos y la imaginación de quienes les están formando. De acuerdo con la experiencia de la maestra, la primera figura que hacen las mujeres es la sirena: las hay gordas, flacas, con alas, todas diferentes. Comenta que en los 25 años que tiene con sus talleres ningún hombre a hecho algo semejante mitad pez, mitad mujer. Por lo contrario, se inclina por dragones malos, feos, fuertes, poderosos.
Los hijos de Susana y de sus alumnas y alumnos se van, se los llevan, los adoptan otras personas quienes los disfrutarán y gozarán. Ella solo se queda con el recuerdo plasmado en una foto.
Para mayor información sobre los talleres de Susana Buyo puedes entrar a su sitio: