Siempre hemos escuchado que la infancia es la etapa más feliz en la vida de una persona. Algunos hasta lo creen y, quizá, en las últimas décadas, habrá adolescentes o adultos que digan que sí. Sin embargo, creo que en términos generales es una de las etapas de mayor opresión en la vida de cualquier ser humano. Son los años de indefensión, de maltrato, de no digas, de cállate, de pórtate bien, de aquí se hace lo que yo mando... Todo esto sin hablar de padres o madres brutales, maltratadores, abusadores o, incluso, criminales.

Alguna vez leí que lo único maravilloso de la infancia era la inocencia, pero que no había conciencia de ella; por tanto, cuando se perdía, era cuando nos dábamos cuenta que la teníamos. Así, el panorama parece desolador. Unos cuantos la sobrevivieron gracias a los libros. Sé de escritores que gracias a la biblioteca de un abuelo, de un tío o a alguien que les regaló libros, vivieron momentos gratos.

A pesar de todo ello, sabemos que la literatura en general ha tenido momentos de angustia, ante Estados totalitarios o ideologías autoritarias o de doble moral que es casi lo mismo, que han intentado censurar la ficción. O lo que es muy común, las -a veces siniestras- asociaciones de padres de familia que se sienten con la autoridad moral y el conocimiento para decidir qué es "lo bueno y qué es lo malo".

En consecuencia, es importante meditar sobre el tema y Elisa Corona Aguilar(Ciudad de México, 1981) consigue hacerlo con tres ensayos que giran en torno a tres autores y tres obras, fundamentalmente: Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain, Cuentos de Roald Dahl y Harry Potter de Joanne Kathleen Rowling.

Elisa reflexiona en torno al gusto que han tenido los niños al acercarse al placer de leer estas obras y al miedo o pavor de los adultos de que los niños, luego de leer, piensen y pregunten o, peor aún, sean felices. "Para los censores, todo placer es sospechoso", dice Corona Aguilar y agrega que existe una coincidencia de títulos, ya que los más populares y más leídos por los niños son los más censurados por los padres.

La ensayista hace hincapié en que la lectura de los adultos ya llenos de juicios y prejuicios abarca aspectos que los autores mismos y los niños no se han cuestionado, como por ejemplo el lenguaje o ciertas palabras que pueden ser "peligrosas", como el caso de la palabra nigggers mencionada más de 200 veces en Las aventuras de Huckleberry Finn, considerada como el término más ofensivo para referirse a personas negras. Por eso, entre otras cosas, este texto desde su aparición hasta la fecha, año con año, está censurado en muchas escuelas. Pero en estudios que se han hecho con estudiantes lectores Twain, nunca han aparecido resultados racistas; por el contrario, hay sentimientos de solidaridad. Otra palabra es muggles en Harry Potter, que son las personas que no poseen poderes mágicos, palabra por cierto inventada por Rowling.

El miedo a las palabras, el miedo a mostrar una realidad, o el disimulo del que hablaba Octavio Paz, nos acompaña no sólo en México sino en todo el mundo. Fingir es un verbo que se usa todos los días. Hay padres de familia que se molestan porque a los niños se les cuenten hechos reales o porque a las partes del cuerpo se les llame por su nombre frente a ellos o porque en estas obras se castiga a los adultos que maltratan al niño, como en el cuento de Dahl, James y el durazno gigante, cuando a las tías que quedan a cargo de James, las cuales son crueles con él y lo tratan como esclavo, son eliminadas por un durazno que crece, rueda por la colina, las aplasta y las deja como calcomanías.

Los cuentos de Dahl tienen humor y muestran muchas de las vivencias cotidianas con crudeza. Aquí la pobreza y la muerte no son metáforas románticas. Nada de que eran "pobres, pero felices", como nos han hecho creer. No, la pobreza no tiene nada que ver con la felicidad.

Su otra obra Charlie y la fábrica de chocolates es también un relato lleno de emociones mucho más cercanas a la realidad; como por ejemplo, la debilidad de los niños por lo dulce. No dudaría que más de algún adulto piense que este cuento puede motivar a que los pequeños coman con desenfreno y acaben diabéticos, porque en estos casos, los censores van más allá de todo. Elisa también sugiere que si no han atacado a la obra por sus referencias a la Casa Blanca es, seguramente, porque no la han leído o porque los miembros del gabinete tienen gran sentido del humor.

En cuanto al libro Harry Potter, sorprende el fenómeno mundial respecto a la censura y al número de ediciones de los textos, así como el número de, literalmente, adictos a la historia, a las páginas en internet, a las películas, derivadas de las novelas. Algunos de los aspectos más atacados son la magia, la "brujería", y que los personajes no acudan a Dios sino a ellos mismos para solucionar sus problemáticas. Los lectores consideran que si algunos no entienden las obras es porque seguramente son muggles (je, je).

La autora pone el dedo en la llaga: la censura es una forma de controlar a una sociedad. Mario Vargas Llosa, a quien siempre acudiré, dice "Porque la vida real, la verdadera, nunca ha sido ni será bastante para colmar los deseos humanos. Y porque sin esa satisfacción vital que las mentiras de la literatura a la vez azuzan y aplacan, nunca hay un auténtico progreso.

“La fantasía de que estamos dotados es un don demoníaco. Está continuamente abriendo un abismo entre lo que somos y lo que quisiéramos ser, entre lo que tenemos y lo que deseamos.

"Pero la imaginación ha concebido un astuto y sutil paliativo para ese divorcio inevitable entre nuestra realidad limitada y nuestros apetitos desmedidos: la ficción".

Es probable que el miedo al placer y la culpa que venimos arrastrando desde que nacimos (y cómo no, si llegamos al mundo cargando el "pecado original" de unos padres que ni fueron nuestros, ¡ah!, pero eso sí, pecaron) y si nos acostumbraron a rezar "por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa..." cómo no vamos a necesitar de la literatura. La culpa ha matado a más gente que el cáncer, afirmo con frecuencia. Incluso, la culpa por leer obras prohibidas. No obstante, las obras prohibidas son por las que se puede empezar o a las que hay que volver.

La doble lectura de cierto tipo de adultos que no ven mal que Blanca Nieves viva con siete enanos y que a la abuela de Caperucita se la coma un lobo o que La bella durmiente sólo despierte con un beso de amor platónico o que los sapos se conviertan en príncipes... pero sí que los niños piensen que no tengan deseos de obedecer, que quieran que mueran los adultos que les rodean en su vida cotidiana y que les hacen daño o que haya algunos que aparentemente son malos, pero al final de una historia hayan sido fieles a un personaje como Potter, etcétera. De esos libros sí desconfían.

La literatura, empezando por la Biblia, muestra el pantano, los deseos, las pasiones, los crímenes, los incestos, las traiciones. Son verdades literarias, dice Vargas Llosa y en esas verdades muchos adultos se reflejan, quizá por ello, mueran de miedo si se les descubre. Por fortuna, hay muchas personas y ensayistas muy jóvenes, que cuestionan la censura ejercida desde siempre en contra del arte en general y de la literatura en particular.

Elisa Corona Aguilar a su edad ya obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Joven "José Vasconcelos" con su libro Amigo o enemigo: el debate literario en Foe de J. M. Coetzee y es autora del álbum ilustrado para niños Fábulas del edificio de enfrente, entre otros trabajos. Desde aquí va una felicitación por sus reflexiones en torno a la literatura infantil y la censura, porque con ellas provoca a "las buenas conciencias" e incita a corazones non santos.

Corona Aguilar, Elisa. Niños, niggers, muggles. Deleátur. México, 2012, 95 pp.