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El baile: medicina para la autoestima de las mujeres





Por Guadalupe López García
Periodista con Maestría en Estudios de la Mujer por la UAM y especialización en Estudios de la Mujer por el PIEM de El Colegio de México, se ha desempeñado como guionista y productora de radio; colaboradora, editora y coordinadora editorial en diversos medios como el IMER y la SEP, La Jornada, El Día, Uno más uno, Fem y Notimex. Trabajó en el Centro Integral de Apoyo a la Mujer "Esperanza Brito de Martí" en el DF y fue coordinadora de la Unidad Delegacional de Iztacalco del Inmujeres-DF. Ha recibido reconocimientos a su labor periodística y en defensa de los derechos de las mujeres por parte de la AMMPE, Conmujer, Cimac y la delegacion Iztacalco del DF.




Salón Los Ángeles: 75 aniversario

El año pasado invité a algunas amigas y amigos a bailar al salón Los Ángeles, con motivo de mi cumpleaños. No me había atrevido a hacerlo, pues la mayoría tiene gustos diferentes a los míos en eso de la música. De todos modos lo hice por mail, aunque fue dos días antes de la cita, que programé en domingo.

Me fui solita porque mi marido no estaba listo. Cuando llegué no había alguien. Me sentí muy mal. No sabía qué hacer. He ido sola a comer, al cine, a pasear, a las fiestas o a otros muchos lugares, pero ¿a bailar?, no lo recuerdo. Decidí apartar una mesa y esperar.

Había poca gente, la mayoría con muchos años encima vestidos elegantemente. Las zapatillas doradas y plateadas, de tacón alto, combinaban pasos con los zapatos negros de charol. Todo como en la década de los 50 o los 60. El tiempo no se detiene del todo, pues también van mujeres y hombres vestidos de manera informal.

¡Tanto tiempo sin visitar ese espacio! Me dio añoranza, al recordar cuando iba de joven a ver a mis artistas favoritos de la cumbia y de la música afroantillana, bueno, la llamada salsa. Pocos espacios quedan como ese. El salón Colonia fundado en 1922 en lo que ahora es la colonia Obrera, desapareció hace algunos años. De éste solo quedó la gran máscara de una persona negra, con maracas, recuperada por el museo del juguete antiguo en México.

Pedí una cerveza, pues si no consumía tenía que sentarme en las bancas ubicadas a lo largo de la pista y debajo del escenario, en donde se instalan hombres y mujeres que van a bailar religiosamente los martes y los domingos. Bebía y miraba esos pies y esas manos de mujeres que se sostenían en los hombros de su pareja o de aquellas que enlazaban su cintura. Un ambiente totalmente heterosexual.

A pesar de que la música de la actual Sonora Matancera me contagió, me sentí cohibida y no sabía si pedirle a alguien quien bailara conmigo o esperar la acostumbrada vieja y machista tradición de que un hombre acudiera a ti. Opté por lo segundo, pues me iba a sentir muy apenada si me rechazaban.

Pero ¡nadie lo hacía! Habían pasado 15 minutos de haber llegado y me parecieron una eternidad. Total, a punto de terminarme mi chela, un hombre "me sacó" a la pista. Pensé que no iba a recordar los pasos básicos, pero creo lo hice más o menos. Al terminar, mi pareja ocasional me llevó a mi mesa y me dio las gracias. ¡Guauuu! Así se deberían portar los hombres -y las mujeres- en todo momento.

¿Qué pensaría de mí? ¿Que soy chica (bueno, madura) fácil? Es interesante ver cómo se comportan hombres y mujeres en los bailes, ya sea en fiestas o en otros espacios comunitarios. Pero muchas veces, si una va acompañada, no te sacan a bailar; si eres mujer y se lo pides a un desconocido con pareja, puede haber bronca; si va solo, de todos modos te pueden considerar facilona .

También influye el estado civil, la edad, la orientación sexual, el tipo de baile y el lugar en que lo practicas. Incluso, hay mujeres casadas que les gusta, pero no lo hacen porque sus esposos no saben, sólo bailan con ellos, o rechazan una invitación por miedo al marido o al "qué dirán". ¿Cómo es posible que algo tan hermoso y natural como mover el cuerpo al ritmo de la música, o sea: bailar, resulta ser un problema practicarlo en una sociedad llena de prejuicios y otros bichos raros? Si, ¡en pleno siglo XXI!

Hay otro tipo de reuniones u otros bailes más modernos en que esos formalismos valen madres y se puede bailar en bola o solas y solos. Pero son espacios para jóvenes y yo soy madurona, además, estaba en Los Ángeles, en la colonia Guerrero, barrio bravo del norte del DF y a mí me gusta bailar en pareja, con hombres -o mujeres- que me sepan llevar.

Después de bailar me tranquilicé un poco y decidí tomarme otra cerveza. Cuando comenzó la música, me sacó otro hombre de edad madura, y luego otro, y otro más. Unos 20 minutos y ya estaba sudando. En ese momento entendí por qué había en las mesas y en las bancas solo botellas de agua, en lugar de refrescos, cubas o cervezas. ¡Estaba feliz! Solita con mi alma, pero feliz.

Fue cuando me di cuenta que muchas mujeres iban solas o en pequeños grupos. Ahí se encontraban con otras, se juntaban o se quedaban sentadas. Bailaban y nada pasaba, ni las criticaban ni las tachaban de putas. Solo iban a bailar.

Así fue como me encontró mi marido, mi hermana y luego un matrimonio amigo de hace muchísimos años. Me dio gusto verlos, pero ya no me sacaron a bailar; tampoco me atreví a pedírselo a alguien, aunque yo siempre lo hago, vaya o no acompañada.

Bailé con César -con quien este mes cumplo 19 años de casados- y mi amigo. Mi hermana no llevaba pareja, pero ni falta que le hizo, pues ella baila muy bien cumbia y salsa. En los tíbiris -bailes callejeros de los años ochenta y noventa con los sonideros- siempre le hacían bolita.

Recordé lo que había leído sobre el baile y las mujeres; pero más que fomentar la autoestima, es sentirte viva, tragarte la vida, sentir tu cuerpo, tocar otros cuerpos, vibrar por dentro y por fuera. Un acto sexual, no coital. Además de todo lo que hay para alimentar el espíritu, creo que también tendríamos que bailar más. Solas, con otras, con otros, juntas, pegados, y dar vueltas, muchas vueltas.

Así terminó ese día para mí. Fue un lindo festejo que recuerdo en esta columna de la añoranza y el sabor, porque a finales de este mes y principios de agosto se cumplen 75 años del salón Los Ángeles, refugio para pachucos y rumberas que traspasaron su época, hogar para los grupos que fueron famosos a nivel internacional, centro de estudio de la cultura popular para antropólogos/as o sociólogos/as y lugar de paso de quienes buscan darse un "baño de pueblo".

En marzo fui de nuevo y por ahí vi al cineasta Paul Leduc, en compañía de Miguel Nieto, empresario del salón. Estaba mirando, sólo mirando bailar en ese espacio amplio con una pista enorme, la cual también ha recibido a otros/as grandes figuras. Pero el arte no es de ellas. Lo hacen las y los dueños de esos pasos medidos, acompasados, trazados aritméticamente, esas manos que vuelan y esas caderas que se mueven como las olas. Es un arte en movimiento, un arte vivo.

Desde enero de este año comenzaron los festejos, con un homenaje a Yolanda Montes "Tongolele" y otras actividades culturales. La fiesta seguirá y espero que esta vez mis amigas me acompañen y bailemos mucho en el salón Los Ángeles; pero por favor, practiquen en casa.









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