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Carta a Elena Poniatowska





Por Lucía Rivadeneyra
Comunicóloga por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Cursó la maestría en Literatura Mexicana, en la Facultad de Filosofía y Letras. Sus libros "Rescoldos", "En cada cicatriz cabe la vida" y "Robo Calificado" fueron merecedores de los Premios Nacionales de Poesía "Elías Nandino" (1987), "Enriqueta Ochoa" (1998) y "Efraín Huerta" (2003), respectivamente. En 2007, publicó la antología personal 'Rumor de tiempos'. Su material poético está incluido en numerosas antologías. La han traducido a diversos idiomas. Catedrática de la UNAM desde 1980, ejerce el periodismo en medios de circulación nacional.


* La columnista dirige una carta a Elena Poniatowska con motivo del cumpleaños de la escritora, en la que deja manifiesto su cariño y admiración.

Elena:

Hay en la UNAM unos carteles que invitan a un homenaje por tus 80 años. La fotografía que eligieron me encantó, eres tú, la de ayer, la de hoy y la de siempre. Tu rostro y tu sonrisa reflejan la vivencia. Lo vi y me dieron ganas no sólo de ir al festejo sino de darte un abrazo y de escribirte estas líneas, porque no cualquiera alcanza ocho décadas de dignidad y de congruencia.

Recuerdo que una vez, para organizar un homenaje en memoria de un amigo común, Antonio Caram, fui a tu casa y estaba llena de flores; un par de días antes había sido 19 de mayo y todavía disfrutabas el cumpleaños. Desde entonces, ya nunca olvidé que siempre cumples, literalmente, primaveras. Así que pensé que este es un buen momento para hacer recuerdos.

Cómo no contarte que tu nombre apareció en mi infancia. Los cuentos de Lilus Kikus llegaron a casa, vía la mano de mi abuelo, quien con frecuencia comentaba tus entrevistas. También recuerdo una serie de fotos, cuatro, quizá seis, que te tomaron antes de subir al edificio de la revista Siempre! Y desde arriba se podía ver, entre otros, al Jefe Pagés. Tú te cubrías el sol con un periódico.

Nunca olvidaré la conmoción familiar ante los sucesos del 68 y los días posteriores al 2 de octubre. En la casa había un cierto nivel de politización y de apoyo a los estudiantes, por eso cuando apareció La noche de Tlatelolco, mi padre llegó a casa con la primera edición en las manos. No olvido que hubo caos y casi pleitos porque todos querían leerlo. Previamente, mi abuelo y mis papás habían comentado Hasta no verte Jesús mío. A mi madre le encantó. Desde aquel tiempo, libro que publicas, libro que es comentado por toda la tribu.

De ahí en adelante dejaste de ser la escritora ajena, lejana. Te convertiste en alguien de la familia. Con el paso de los años, las preguntas obligadas han sido ¿Qué nuevo libro tiene Elena? ¿Qué te pareció el artículo de Elena? ¿No has ido a alguna presentación de Elena? ¿Ya sabes que ganó otro premio? Sí, Elena, me permito informarte que tienes una buena dosis de amigos que aún no conoces.

Tú no lo sabes, pero mis primeras imágenes, ya en vivo, en directo y a todo color, tuyas, son de una noche en el ya inexistente Instituto Mexicano del Café, en Reforma, a unos pasos del desaparecido cine Latino. Ahí me dedicaste una sonrisa y un libro que le expropié a mi abuelo, la primera edición justamente de Hasta no verte Jesús mío. Pusiste en él: "Para Lucía de su amiga Elena Poniatowska, 13 de octubre de 1976". Era la época de mis mocedades, en la Universidad.

Desde entonces he seguido tu obra, la he leído prácticamente toda; desde entonces, también, te he encontrado en decenas de marchas, protestas, homenajes, presentaciones de libros, en Mérida (donde mi mamá se conmovió por verte rodeada de tu familia), en aeropuertos, en restaurantes, en Chimalistac tratando de cerrar un paraguas, en librerías, en tu casa... Tuve el honor de presentar tu libro El tren pasa primero, en Tepotzotlán. Creo que aquella tarde de viaje y convivencia fue un verdadero regalo de la vida; el tema removió parte de mis recuerdos.

El día que terminé de leer el libro, por casualidad, se celebraba en la liturgia católica a la Santísima Trinidad; aunque quiero creer que -quizá- hubo algún designio divino, para que me tocara esa suerte. Además, el personaje principal de la obra se llama Trinidad Pineda Chiñas. En aquella presentación más allá de la novela, sus características, sus aciertos, sus personajes, comenté, entre otras cosas:

"Quizá fue la Santísima Trinidad quien me trajo a esta mesa porque algo sé de los ferrocarrileros. Gaspar, mi padre, fue médico de ferrocarrileros del 24 de junio de 1959 al 2 de mayo de 1982, cuando empezaron a desmantelar para siempre los rieles y en gran medida una parte del corazón del país. He gozado, sufrido, entendido, reencontrado, en este libro, momentos que me acompañaron toda mi infancia y juventud. Tengo muy presente el Puesto de Socorros del Valle de México, la Terminal de Tlalnepantla, el Hospital Colonia. Aparte de los cinco días que la Ley Federal del Trabajo consigna como de descanso obligatorio, el 7 de noviembre, Día del Ferrocarrilero, era la única tarde que papá tenía libre, y era cuando se iba al cine con mamá.

"Ayer, con infinita melancolía, él recordó a sus ferrocarrileros con los que charló tardes enteras, a los que les curó desde una gripe hasta a los que tuvo que contenerles una hemorragia severísima, en lo que llegaba la ambulancia para ir a un quirófano, a la vida o a la muerte. Los accidentes de los rieleros eran casi de muerte.

"Recordó también, recordamos todos, los regalos de Navidad que le mandaban: conejos, palomas, quesos asaderos 'carpetitas para su señora', y el día de su santo ¡guajolotes! Se le llegaron a juntar hasta tres. Recordamos a Alfonso Barrientos Molina 'El Ejecuteo', torero, paciente y amigo durante toda su estancia en aquel Puesto de Socorros. A don Santiago y a don Juan, vigilantes de casi toda una vida. Recordó la campana y el silbato, recordó su trabajo y a nosotros, sus hijos pequeños, que le encargábamos chocolates de cereza, de la cafetería de los ferrocarrileros. Recordamos...

"Mi padre y mi madre ayer me dijeron 'Dile a Elena que le agradecemos sus libros, pero éste en especial más... dile que le agradecemos todo'. Marbella, mi madre agregó: 'seguro en este nuevo libro también habla bien de las mujeres, dile que yo lo empiezo a leer mañana'. Contesté: 'es justo y necesario'. Todos estuvimos de acuerdo".

Y si traigo a mi memoria, algunas palabras de aquella presentación de El tren pasa primero es porque siempre, Elena, me acompañas en la vida cotidiana. Debo confesarte que eres una de mis Maestras y, también, eres Maestra de muchos de mis cientos de alumnos con quienes comparto, semestre a semestre, en la UNAM, diversos textos periodísticos y literarios tuyos porque son ejemplos de cómo escribir, de cómo hacer o cómo no hacer una entrevista (hay una inolvidable a Cantinflas, perdón a don Mario Moreno, ja, ja, ja) y también de cómo preguntar, así como si nada, como si nada estuviera pasando, aunque esté pasando todo.

Creo que este es un buen momento para agradecerte tu presencia en el mundo y en mi mundo. Es un lujo saber que te mantienes de una pieza y que aunque hay sirenas que han cantado cerca de ti, le bajas al volumen y sigues escribiendo. Memorable fue tu rechazo al premio Xavier Villaurrutia, en 1971, por La noche de Tlatelolco, con la pregunta: " ¿Y quién va a premiar a los muertos?"

El 19 de mayo apagarás 80 velitas que serán una metáfora de la luz que tus palabras han dado a todas y todos tus lectores. Desde aquí celebro tu cumpleaños, tu obra, tu trabajo cotidiano, tu frescura, tu lucidez. Desde aquí te abrazo.

Lucía









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