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Tenemos que hablar de Kevin... las mujeres y la maternidad





Por Josefina Hernández Téllez
Periodista, investigadora en estudios de género, profesora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH)y la UNAM, y responsable del grupo de investigación de Género y Comunicación de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación (AMIC).


* La autora explica cómo a través del filme 'Tenemos que hablar de Kevin', se sigue explotando el discurso de la maternidad como mandato universal, así como el recurso de la culpa ante las conductas de los demás.

Las mujeres somos significadas por el cuerpo y su capacidad reproductiva, pero somos miradas y valoradas desde el papel que jugamos, o dejamos de jugar, como madres. En nuestra cultura ser madre se traduce como una forma de ser y sentir a veces absoluta y absolutista: incondicionales, abnegadas, sacrificadas, asexuadas y, sobre todo, amorosas y cuidadoras.

Sin embargo, este mandato, más, menos, parece que es un mandato universal. Al menos así lo refleja la trama de la película Tenemos que hablar sobre Kevin (2011), del director británico Lynne Ramsay, cuyo hilo conductor es la culpa de la madre (Tilda Swinton) por la masacre que cometió su hijo (Ezra Miller) contra sus compañeros de escuela.

En un juego retrospectivo el discurso fílmico se va generando en torno, y exclusivamente, sobre la madre: cuando era joven y alegre, sus días de fiesta y noches de amor, hasta su maternidad frustrada por no traer "tatuado" o en la genética el "instructivo" para disfrutar y actuar como una "excelente" y "adecuada" madre, además de "feliz", ante el llanto del bebé, ante la hiperactividad del niño y ante la agresividad del adolescente.

No obstante, la incertidumbre y falta de peripecia materna de Eva se matiza con hechos "afortunados" como la paciencia del padre, la estabilidad económica que él provee, la llegada de una segunda hija (que es tranquila, amorosa, comunicativa con mamá) y su retorno a su trabajo de escritura y edición, con la publicación de un libro. Por todo esto, en el desarrollo de la trama, Eva como madre acaba siendo la responsable de la inestabilidad de Kevin porque no lo deseó, porque no supo externarle el "innato" y " único" amor materno, porque no fue paciente, porque no lo entendió, porque no lo atendió, porque fue agresiva con él, porque demostró su lucha e inconformidad personal por no perder su identidad, porque tuvo otra hija y con ella sí se "conectó", porque no apreció al paciente y amante esposo, Franklin (John C. Reilly), quien sí amaba a su hijo.

En todo el desarrollo de esta narrativa que en apariencia profundiza sobre la complejidad humana y sus sinrazones para actos atroces como el asesinato, el foco acaba apuntando a una responsable: la madre y con ello responde al ¿por qué? de la protagonista cuando mira a su hijo detenido ante la masacre de sus compañeros.

Pasa desapercibida la corresponsabilidad del padre, porque apenas se le muestra y cuando entra en escena es tranquilo, amoroso, paciente, agradable, que apenas llega y carga a su hijo, juega con él, lo mira y escucha. Con tal fuerza en la recreación que olvidamos el agobio de la atención constante que exige Kevin y da Eva día a día. Pareciera que si algo marcha mal es porque Eva no es como "son las madres": ¿sabias? ¿entregadas? ¿pacientes? ¿generosas? ¿adivinas? ¿resignadas? ¿intuitivas? ¿sensibles?...

Finalmente, este discurso olvida y nos hace olvidar, no ver, que las mujeres somos humanas y tenemos límites, pero también sueños y esperanzas, que muchas veces es difícil y dificultuoso mantener la atención en dos metas: realizarnos y ayudar a realizar a otros, en este caso a los hijos. Sobre todo si los hombres como padres son casi invitados, no al banquete, sino a la brega diaria y cotidiana, convirtiéndose en meros espectadores o censores de lo que se hace bien o mal… invitados de piedra.

De igual forma, este filme evade la responsabilidad social y médica al no atender ni entender casos clínicos complejos como el de Kevin y se resume en el diagnóstico del médico que lo revisa: "es un dulce, pequeño niño", es decir, inquieto, travieso, impredecible… Y con esta sentencia se lo devuelven a la madre para que lidie con él y resuelva las cosas desde su papel.

Invariablemente, Kevin, desde que nace y va creciendo revela su singularidad, pero ni la familia, ni el sistema de salud, ni la escuela, lo definen y atienden… Todo queda en manos de Eva, la madre. Entonces parece que ella es la responsable por su falta de amor y paciencia, por eso ella se queda hasta el final y desde el principio asumiendo la responsabilidad: sufriéndolo, preguntándose, padeciendo la condena no sólo personal sino social. El final lo revela y confirma: ella acaba asumiendo la maternidad, porque de acuerdo con el discurso social "no supo ser madre" y lo pagó, y por ello tiene que asumir "la cruz", visitar a su hijo multihomicida, quererlo pese a todo y perdonar, pero no perdonarse… así las mujeres somos significadas por el cuerpo y valoradas desde la maternidad, aun en este siglo, aun en países del primer mundo. Películas multipremiadas como ésta lo confirman:

2011 : Premios BAFTA: Nominada a mejor film británico, director y actriz (Swinton)
2011 : Globos de Oro: Nominada a Mejor actriz dramática (Swinton)
2011 : Festival de Cannes: Sección oficial a concurso
2011 : National Board of Review: Mejor actriz (Swinton)
2011 : Premios del Cine Europeo: Mejor actriz (Swinton)
2011 : Critics Choice Awards: Nominada a Mejor actriz (Swinton) y actor joven (Miller)

 









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