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Qué más me pueden quitar





Por Silvia Rodríguez Trejo
Profesora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, y colaboradora en el Programa de Radio "Quinto Poder" en Radio Universidad de Hidalgo


* ¿Qué le podrían quitar a Juana de Asbaje, que le representara tanto dolor? La autora nos lo narra: sus libros, sus manuscritos e impresos. Esas sus pertenencias más valoradas y que equivalen a haberla dejado sin ojos, sin oídos y sin voz.

Qué más me pueden quitar a mí, Juana de Asbaje, ya ni la vida, porque la vida misma me han arrebatado al llevarse mis libros; qué más daño me pueden hacer que el que he padecido al saber que mis posesiones más valiosas, esos manuscritos e impresos han sido, la mitad quemados, la otra mitad vendidos, y a mí, una mujer recluida entre los muros de un convento, me han dejado sin ojos, sin oídos y sin voz para el mundo que, impasible, sigue su marcha.

Me han acusado de soberbia y profana por cuestionar dogmas de fe, me han tachado de frívola por escribir sobre lo mundano, pero sobre todas las cosas y sin admitirlo, me han señalado por ser mujer y pensar y, ahora, mis libros, mis preciados libros acumulados por años de amor a la lectura y al conocimiento, ahora los miran otros ojos, los toman otras manos y, en el peor de los casos, los han reducido a cenizas, los han cubierto de olvido.

¿Que si eran demasiados? Mi respuesta es un no rotundo, cuatro mil era la cifra que con enojo y sorpresa cuchicheaban en los pasillos, pero el universo es inmenso y nunca serían suficientes para calmar mi ansia de saber, por eso, al haber sido arrebatados de mi lado siento cómo la soledad pesa y se convierte en una llaga que lastima, que duele.

Me acusa la infamia, la envidia, la estulticia de un poder terrenal; que no divino. Me humillan los autonombrados representantes de un poder celestial y, desde sus tronos hechos de limosnas, vestidos con seda púrpura señalan con su cetro a quien no piense como ellos ni se ajuste a sus propias conveniencias, ni se arrodille ante sus mandatos y yo, Juana de Asbaje, si bien nunca los confronté me atreví a acercarme al mundo, no con los actos serviles de una monja, pero sí con la mente brillante de una mujer, como a cabalidad soy.

Y así, esos hombres que dirigen la vida espiritual de una humanidad sedienta de justicia y paz, enredan los destinos y urden mentiras para destruir toda una vida plena de verdad; hombres al fin que buscan el pecado en los seres distintos a ellos, y que perciben el peligro en una simple mujer pensante. Y ahora yo les preguntaría...¿ es tan poca su sabiduría, es nula su argumentación, o acaso es que los rebasa su intolerancia?

Pero la envidia quizá por verme favorecida por virreyes y marqueses, por ser alabada por gente letrada e importante pudo más que la comprensión y hoy, a mí, la insumisa, me hacen ratificar mis votos y debo pedir a mis hermanas en la fe, que el día de mi muerte me encomienden a Dios para así ser perdonada y llegar a obtener un pedazo de cielo en la Gloria del Señor.

Pero aún así me rebelo, y sí, efectivamente, soy insumisa y aunque se hayan llevado mis libros aún tengo la reflexión, el entendimiento, del cual gozo y me sirvo, a diferencia de quien ostenta a nombre del altísimo, joyas, cetro y corona.

Mi claridad de pensamiento les estorbaba, por eso su obtusa mente maquinó, que no pensó, la manera de limitarla, ya que, por una trama del destino yo, una mujer, podía externar más entendimiento que el que mostraba la obediencia, la oración y la gracia doméstica de las ollas y cacerolas al fuego además del fervor divino hacia los altares.

Y, como sus erradas mentes lo conciben, por un error de la naturaleza, yo, una mujer pude aprender más cosas de este precioso regalo que es el universo, pude manejar con fluidez la palabra, hilar armoniosamente las frases, ver y concebir la belleza, así como también pude constatar y escribir sobre la impudicia y el engaño, también comprendí el porqué del brillo de los astros al tiempo que podía apreciar el olor de las especias frente a un caldero.

Así, mis palabras llegaron lo mismo al monarca que a la plebe, a creyentes y a profanos, con lo que pudieron compartir desde su sitio las maravillas y angustias de la vida, los sentimientos más profundos y dejar a un lado, por un momento, su propia condición para convertirse sólo en seres humanos en consonancia con el universo creado por Dios.

Pero para mis acusadores, yo, una mujer, no tenía el derecho de manejar el verso ni la prosa, no debía tener a mi lado a la gente pensante, ni a mi disposición libros de ciencia. No merecía tal privilegio y fui castigada y fui denostada por negarme a ver a las sagradas escrituras como un simple aprendizaje y ejercicio de la memoria y me atreví - ¡Cielo Santo!- a verlas como un hermoso motivo de estudio y reflexión.

Yo, una mujer, a quien con ligereza crucifican por cultivar una amistad que es más cercana al amor, o un amor que es más cercano a la amistad, ligereza en su crítica que creció al amparo de la ignorancia y la mala fe y que llevaron a señalar desde el púlpito un sentimiento puro, hasta convertirlo en pecado mortal.

Yo, una mujer, a quien entre nubes de incienso quisieron despojar de su mayor tesoro, que es el entendimiento, por el temor a verse rebasados en sapiencia y aceptación que no en privilegios. Mis superiores urdieron infamias y me quitaron mis libros y se llevaron mis herramientas para escribir... y ahora, leeré en las rocas, en el cielo, entenderé los sonidos del viento y traduciré su silencio, y si me quitaron la pluma, junto con el tintero, escribiré en el río o en la tierra de los huertos.

Yo, una mujer, no me juzgan por lo que soy, sólo una monja, sino por lo que represento, el poder del conocimiento; a mí me han condenado, y me han señalado como escándalo público, por reconocerse como dueña de su propio albedrío, cuya habilidad para las letras no lo fue para los rezos y las penitencias.

Yo, una mujer, he sido condenada por ser el peligro envuelto en hábitos y por hábito un peligro, por mis escritos que despertaban conciencias al tocar los corazones, removiendo también voluntades y un poco, despertando las pasiones. Y si por ser mujer y usar el intelecto me condenan y estoy en la encrucijada de su cielo y de su infierno, no existe en mí tal desconsuelo ni desazón, pues su cielo es un espejismo de mentiras, otra es mi absolución.

Yo, una mujer a quien le obligaron a escribir que soy la peor que ha sido y soy la peor que ha habido... .yo, Juana de Asbaje.









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