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Mujeres que leen no tienen marido ni buen fin





Por Guadalupe López García
Periodista con Maestría en Estudios de la Mujer por la UAM y especialización en Estudios de la Mujer por el PIEM de El Colegio de México, se ha desempeñado como guionista y productora de radio; colaboradora, editora y coordinadora editorial en diversos medios como el IMER y la SEP, La Jornada, El Día, Uno más uno, Fem y Notimex. Trabajó en el Centro Integral de Apoyo a la Mujer "Esperanza Brito de Martí" en el DF y fue coordinadora de la Unidad Delegacional de Iztacalco del Inmujeres-DF. Ha recibido reconocimientos a su labor periodística y en defensa de los derechos de las mujeres por parte de la AMMPE, Conmujer, Cimac y la delegacion Iztacalco del DF.


* La autora nos narra cómo viajar en el Metro se ha convertido en una oportunidad para actualizarse en literatura. Las mujeres que leen, dice, "podrán tener o no marido, pero el viaje con un libro, seguro será más placentero".

Puede que sea el "efecto Peña Nieto" u otro cambio más importante, pero ahora he visto a muchas mujeres leyendo libros en el Metro: paradas, sentadas o recargadas en las puertas. No sé si esté pasando lo mismo con los hombres, pues yo viajo a diario en los vagones destinados a nosotras; por las mañanas y las tardes, entre semana, cuando cientos de miles de pasajeras vamos o regresamos de los trabajos o de algún otro lugar.

O será que ya lo hacían desde hace tiempo y no lo había notado. Hacía mucho que no utilizaba con tanta frecuencia el Sistema de Transporte Colectivo Metro; pero ahora que tengo un trabajo con sede y horario fijos, las líneas 9 y 7 (Pantitlán-Tacubaya-Polanco) son mi única opción.

Hace unas semanas me tocó ver a cinco mujeres leyendo, estaban en un mismo bloque de asientos, como si fuera un taller de lectura sobre ruedas. Me asombré mucho, y le comenté a quien estaba a mi lado: " ¿Ya vio? Son cinco quienes están leyendo, ¿no es maravilloso?" Mi compañera de viaje no prestó mucha atención a mis palabras y sólo interpreté su respuesta en el rostro: " ¡vieja loca!"

Eso fue un día... y al siguiente... y así, muchos más. Claro que ganan en número las que van maquillándose. Con una técnica magistral de quienes van paradas, aunque el tren frene, no tengan de dónde agarrarse o lleven dos bolsas en las manos, usan el espejo, el rímel, el bilé, el rubor, el polvo, el delineador, el enchinador o la cuchara. Al terminar, se miran de un lado, luego del otro, juntan los labios, se acomodan el fleco y listo.

También hay muchas otras -en su mayoría jóvenes- escuchando música en sus Ipods o celulares. Hay otras pocas -de edad media- que viajan leyendo los periódicos El Gráfico o El Metro, o las revistas de espectáculos; pero pareciera que la prensa es un medio sólo para hombres, aunque también leen los mismos, agregando los deportivos.

Aunque las escenas de mujeres leyendo se han hecho cotidianas, me gusta tomarles fotos. Algunas aceptan, otras no. Una de ellas me comentó que leía por recomendación de su novio, a pesar de que él no lo hacía. De todos modos, ella leía de todo: "de repente agarro una revista, pero después digo: ya leí chismes baratos y ahora voy a leer algo de provecho."

Retomé la lectura después de haber caído en shock, cuando no pude acordarme de un solo título de una novela o un best seller, o uno de García Márquez o ese de La Silla del Águila, de Fuentes, después que el ahora candidato a la Presidencia por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), Enrique Peña Nieto, en diciembre pasado, no pudo citar el título de al menos un libro laico, y cuando los políticos y funcionarios (creo que eran puros hombres) se equivocaron y confundieron títulos y autores/as al tratar de mencionar los libros que marcaron su vida.

¿Cuáles habían sido los míos? ¿Los de autoayuda? ¿Los de la carrera de comunicación? ¿Los feministas? ¿No contaban los estudios de género, ciudadanía, políticas públicas, teoría del Estado, legislaciones y muchos sobre la situación de las mujeres? ¿Los nuevos que leí y viejos que releí para mi tesis de maestría, las lecturas obligatorias, los capítulos en fotocopias, o los que veo una y otra vez para mis guías, capacitaciones o diagnósticos? ¿Valían todos los libros -de la denominada literatura juvenil- que me aventé con marido e hijo cuando éste cursó la secundaria?

Después de una rápida autoterapia literaria fui recuperando la memoria y eso me tranquilizó; un poquito nada más, pues me acordé que no me gusta ir a las ferias de libros porque me horroriza saber que nunca podré comprar ni leer todo. Claro que hay literatura chatarra, a la cual no sé si se le pueda llamar literatura, pero siento feo no poder acceder al menos a una millonésima parte de todos los libros que alimentan al espíritu.

Los míos son de varias clases. Como feminista, hay tres que consideraría libros de iniciación: Un cuarto propio, de Virginia Woolf;Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, de Sor Juana Inés de la Cruz, y Mujer que sabe latín, de Rosario Castellanos. El primero tuvo para mí un significado especial porque pude materializar ese cuarto propio.

El de Sor Juana y el de Castellanos porque -cada una en su época- se refirieron a la educación de las mujeres como base para su emancipación. Castellanos retoma el famoso dicho machista "Mujer que sabe latín, no tiene marido ni buen fin" como título de su análisis y como una crítica de la sociedad que ve al matrimonio como la única realización de las mujeres.

Otros que me han dejado marcas y cicatrices -por los temas que tocan- son Yo se lo dije al presidente, una serie de cuentos del chiapaneco Roberto López Moreno; El libro de los desastres, de Fernando Benítez; El Chanfalla, de Gonzalo Martré, y Donde habitan los ángeles, de Claudia Celis. Los tres primeros, todos de periodistas, ya no los han reeditado, ni siquiera porque López Moreno cumplirá este año 70 primaveras; ni porque en este año se conmemoró el centenario del natalicio de Benítez y ni porque Martré superó ya ocho décadas de vida.

La familia Burrón, que mi padre nos compraba cada semana cuando mis hermanas y yo éramos niñas, fue quizá mi primer "libro" de cabecera, y Borola Tacuche de Burrón la primera feminista del callejón del Cuajo que conocí. Quién iba a pensar que esa historieta del proletariado se convertirían muchísimos años después en libro de "culto" y para "cultas/os". Como se ve, las obras que marcan nuestra vida tienen que ver con la vida misma.

En mi vida actual, el Metro se ha convertido en una opción para poder actualizarme un poco. Ya me aventé tres libros en dos meses, aunque tuve que dejar el periódico. Lo malo es que no adelanto mucho, pues por los tumultos de todos los días con frecuencia voy aplastada, sin poder moverme ni sacar algo de la bolsa. Creo que además del cuarto, las mujeres necesitamos de tiempo propio para leer por puro placer.

En el mes de marzo, esta aleccionadora columna del prolectariado considera que un buen homenaje a las mujeres -y también a muchos hombres- que nos han dado diversas lecciones para la igualad, es leerlas/os y promover que las lean. Las mujeres que leen, podrán tener o no marido, o "buen" o "mal" fin, pero el viaje en el metro, el trole o la micro con un libro, seguro será más placentero. Ya lo dijo el compositor, cantante y astrónomo mexicano, Francisco Gabilondo Soler, mejor conocido como Cri-Crí : "En los libros siempre se aprende como vivir mejor".










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