AGOSTO 2007

¿Cuál justicia... Cuál democracia?



A Nadín Reyes Maldonado


La pérdida es algo incomprensible. Solamente quienes las vivimos estamos ciertas del tamaño del flagelo. Cualquier inteligencia se llena de oprobio, porque se siente desarmada, incapaz, inestable, incoherente, en soledad absoluta e ins&eocute;lita.

Nada restaña este sentimiento. Nada convence, nada ayuda. Se trata de un dolor más allá de lo racional. Un dolor del alma.

Tratándose de la muerte, esa que es producto de la vida, la pérdida así sea atroz, no es que llegue la resignación, sino que se acaba por comprender que nada podrá resolverlo.

Pero ese no es el caso de la desaparición forzosa, el apresamiento ilegal, el secuestro, la tortura, el maltrato, la humillación.

Ahí nada vale. Se quiere justicia.

A flor de piel aparece toda la dimensión de la represión y el abuso de poder; se presenta de cuerpo entero el tamaño la impunidad y se concreta la indignación, la gana de lucha.

No me puedo imaginar esta angustia, ni se puede elaborar el perdón. Supongo que no existen las palabras, mientras los dueños del poder se pavonean en derredor.

Vi en la televisión la cara de Felipe Calderón, a propósito de los atentados a los ductos de Pemex; no pudo evitar el gesto y la mirada, cómplices y ventanas del alma, como dice el ICHIG, no hay error.

La descarnada empresa en que se ha colocado el grupo que se hizo del poder presidencial en México, ese grupo que ya empieza a conocerse como el de la continuidad, cuyas acciones y conductas son depredadoras de la humanidad, tal como las describe magistralmente la emblemática escritora Elena Garro en Los Recuerdos del Porvenir, entre todas sus obras, están aquí y ahora, como si México se hubiera detenido en un tiempo circular, insufrible.

Nadín Reyes Maldonado, de 20 años, hija de Edmundo Reyes Amaya, desaparecido el 25 de mayo último, inició casi niña éste calvario. Exige que se intensifique la búsqueda de este hombre, su padre, presunto miembro del Ejército Popular Revolucionario (EPR).

Ella niega que su padre, de origen oaxaqueño y residente en el Distrito Federal, pertenezca a algún movimiento o partido. Ya recurrió a la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y al Comité Internacional de la Cruz Roja.

La solicitud es sencilla. Que las autoridades presenten inmediatamente al desaparecido. Que respeten su vida, su integridad. Que cese el hostigamiento y las presunciones. Que se respete el Estado de derecho. Que se entienda que es su padre y que lo ama.

Hasta la saciedad las madres de las mujeres desaparecidas en Ciudad Juárez piden lo mismo, desde hace más de una década, es sencillo, simplemente solicitan que se haga la búsqueda y se detenga a los responsables. Que sus hijas aparezcan y vuelvan a llenar de luz sus casas.

Hace 32 años Rosario Ibarra de Piedra comenzó la búsqueda de su hijo, sus empeños le han dado sentido creativo a su angustia, la angustia que, en otro plano, pero en idéntico sentimiento, mantiene vivas y erguidas a las viudas de la región carbonífera de Coahuila, tierra de nadie. Son las mujeres y las madres de los 65 mineros atrapados en la Mina 8 de Pasta de Conchos, que llevan 500 días en espera, al pie de la mina.

Pero la impunidad se erige nuevamente. Puebla al país. Nadim debe saberlo. Todas las "autoridades" niegan tener que ver en la desaparición de Edmundo y su compañero de infortunio. Las cárceles clandestinas, los sitios de tortura, tan parecidos al fondo de las minas de carbón, otra vez aquí y ahora, se mantienen para beneficio de los caciques y adinerados.

Y qué sucede con los secuestros de menores de la red de pederastas. Los expedientes y las solicitudes, las denuncias se congelan en la indiferencia abismal de los grupos de poder, rodeados de apoyos múltiples y cómplices sentados en las bancas del Congreso, en las sillas gubernamentales y de la Suprema Corte de Justicia.

Torturadores y secuestradores, responsables de esta nueva guerra sucia contra todo lo que se mueva o parezca que se mueve contra su poder.

De qué hablan estos señores ilegítimos. ¿Cuál justicia... cuál democracia?

Rosario Ibarra, como dijera mi amigo Edgar Sánchez hace poco. Ella la emblemática luchadora tomó una opción de vida: fue más allá del dolor y la búsqueda personal, para entrar en la lucha política organizada; las madres se convierten así en actoras políticas reconocidas y respetadas; como las madres de Juárez, como las viudas de Pasta de Conchos, como las madres de los niños y las niños de la red de pederastas.

Pero sigue en la mente la pregunta, y tomo prestadas las frases de Rosario Ibarra, ahora que el grupo que ella fundó, Eureka cumplió, hace dos meses, 30 años de acción:

¿Cuál justicia... cuál democracia? Se preguntarán los familiares de las víctimas del 68 y del 'Jueves de Corpus'.

"¿Y los de Acteal y los de Aguas Blancas? ¿Y las madres de las mujeres asesinadas en Juárez? ¿Y Atenco y Oaxaca? ¿Y todos los crímenes del pasado reciente y los del pretérito remoto? ¿Y los salarios injustos, y el 'olvido' del campo, y el éxodo interminable hacia el norte porque la miseria lo empuja? ¿Y la sumisión del poder a los designios de los vecinos de "allende el Bravo"? ¿Y las negras intenciones de robarnos la patria, de vender el petróleo, la electricidad y de hacer día a día más ricos a los agiotistas de los bancos y a las empresas extranjeras, aunque éstas envenenen pueblos, como sucede con la Minera San Xavier, en San Luis Potosí? Cómo no preguntar airada: una y otra vez ¿cuál justicia... cuál democracia?"

Y agregaría preguntas sin fin ¿Y las asesinadas de todos los días? ¿Y las muertes maternas? ¿Y la sumisión del poder a los designios del papa? ¿Y el hostigamiento a los homosexuales? ¿Y las violaciones sin justicia? ¿Y el desmantelamiento de la seguridad social? ¿Y los soldados libres entre la veintena que participó en Castaños? ¿Y el dolor de las indígenas de Chiapas y de Guerrero? ¿Y el dinero del Fobaproa? ¿Y el asesinato de los defensores del bosque?...

Felipe Calderón y sus secuaces tienen todas las respuestas.