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La defensoría de lectores, de las audiencias, de la ciudadanía...
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Por Josefina Hernández Téllez
Periodista, investigadora en estudios de género, profesora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH)y la UNAM, y responsable del grupo de investigación de Género y Comunicación de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación (AMIC).
¿Habías pensado que tú como audiencia de los medios de comunicación, tienes derechos?, derecho a ser informada(o) veraz y objetivamente, derecho a que te presenten una programación de calidad; la autora nos invita a reflexionar sobre el contenido televisivo que nos presentan.
Hoy es políticamente correcto hablar de derechos. Se habla de derechos humanos, de los derechos de las mujeres, de los derechos de la infancia, de los derechos de la tercera edad, de los derechos a vivir una vida libre y sin violencia, de los derechos de las audiencias, de todos los derechos posibles.
Qué paradoja ¿no?, se habla de garantizar aquello que de sí debía darse por sentado. El hecho de crear instancias, leyes y figuras que defiendan y atiendan todo tipo de "derechos" revela más bien que cada vez nos alejamos más de estos principios mínimos y básicos, inalienables a la vida humana, a la vida de los humanos en sociedad.
El concepto mismo de los derechos refiere lo justo, lo legítimo, pero también lo fundado, lo cierto, lo razonable. Una definición apegada al aspecto formal los refiere como el "conjunto de principios y normas, expresivos de una idea de justicia y de orden, que regulan las relaciones humanas en toda sociedad y cuya observancia puede ser impuesta de manera coactiva."
Así hoy, entre más civilizados, más desarrollados, refinamos la atención de los derechos, pero si miramos el fenómeno con atención y reflexionamos un poco, caeremos en cuenta que ni somos tan civilizados y menos desarrollados. Por ejemplo, el hecho de haber armado desde hace ya dos décadas leyes internacionales contra la violencia hacia las mujeres, nos revela el tema que las mujeres -la mitad de la población- ha padecido este fenómeno que la aleja de una vida legítima y justa para desarrollarse, para vivir, para expresarse, y que quienes ejercen tal es su contraparte en la mayoría de los casos: los hombres, la otra mitad de la humanidad. Y no en México nada más. Este hecho espanta pero alerta sobre la necesidad de replantearnos como humanos, como sociedad.
Otro tema ejemplo son hoy los derechos del público de los medios, esos derechos que el finado Emilio Azcárraga, fundador potentado de Televisa, creía que respetaba porque él declaró en alguna ocasión que ellos producían lo que el público quería, es decir, programación basura. ¿Será esto cierto?
Yo creo que no. Sin duda alguna a fuerza de consumir sólo eso que "vende" Televisa y no tener mejor oferta, nos hizo acostumbramos a las sentencias maniqueas, a historias de héroes y villanos, de príncipes y cenicientas, a ramplonerías y humor violento y sexista, a la forma y no al fondo; porque el movimiento ciudadano de 1988 demostró que requerimos otro tipo de medios que informen con objetividad, recordemos que ante la cerrazón informativa de Televisa en las concentraciones de la lucha por la democracia se obligó a que sus informadores huyeran ante el rechazo. La respuesta del monopolio fue abrir espacio a personajes de la oposición, hecho impensable y sin precedente. Claro, no fue la convicción sino su pragmatismo mercantil: como empresa o te renuevas o mueres.
Otro caso reciente y emblemático de conciencia y movilización ciudadana lo constituye el movimiento estudiantil #YoSoy132. En la sorpresa y el gusto, el estudiantado universitario armó toda una protesta y concentraciones exigiendo apertura y respeto de los medios a las audiencias.
Hoy por hoy, sabemos que la libertad de expresión en nuestro país es un estigma negativo en el mundo. México es uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo, pero poco o nada se ha avanzado en el otro extremo: el del público, porque éste tiene el derecho de ser informado veraz, plural y equilibradamente. En esta débil línea se funda la constitución y fortalecimiento de una mejor ciudadanía pero también de una democracia real.
Los medios, como sujetos privilegiados entre el poder y la sociedad, tienen el deber de transparentar sus decisiones informativas, porque es a través de éstas como sí forman opinión.
Es momento de responsabilizar a éstos de garantizar una programación de calidad y el acceso a la información y comunicación de todos los sectores sociales. Basta de lucrar con el oropel, con la sangre, con el mero show, esto nos distrae, nos obnubila y no nos favorece como humanos pensantes y responsables.
Es el momento de crear como reflejo de este momento social figuras como defensores de audiencias, de lectores, que representen la voz y el sentir de muchos grupos o personas que no cuentan con la fuerza para hacer sentir sus demandas, pero que son tan importantes que sin este crisol de realidades no podremos continuar en la construcción de un país mejor, de seres humanos integrales y medios informativos acordes al ideal de ser serios y objetivos.
Por supuesto esto no quiere decir establecer defensorías a modo, sino respetuosas de las diferencias, muy en el principio de la tolerancia que inmortalizó Voltaire: "No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo."