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El estigma de ser una mujer feminista





Por Raquel Ramírez Salgado
Feminista, con Maestría en Comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

La columnista habla sobre los cuestionamientos sociales que ha enfrentado por ser mujer y feminista, resultado del dominio patriarcal y la escasa visión de género.

Siguiendo a Erving Goffman (2003:12), tendríamos que "el medio social establece las categorías de personas que en él se pueden encontrar", es decir, a partir de una revisión superficial de las personas podemos establecer cuáles son sus atributos o "identidad social" y justo, a partir de dichas anticipaciones, es que podemos prever el tipo de atributos que alguien posee:

"Mientras el extraño está presente ante nosotros puede demostrar ser dueño de un atributo que lo vuelve diferente de los demás (dentro de la categoría de personas a la que él tiene acceso) y lo convierte en alguien menos apetecible -en casos extremos, en una persona casi enteramente malvada, peligroso débil-. De este modo, dejamos de verlo como una persona total y corriente para reducirlo a un ser inficionado y menospreciado. Un atributo de esa naturaleza es un estigma, en especial cuando él produce en los demás, a modo de efecto, un descrédito amplio; a veces recibe también el nombre de defecto, falla o desventaja... El término estigma será utilizado, pues, para hacer referencia a un atributo profundamente desacreditador." (Goffman, 2003:12-13).

Recurro a esta reflexión hecha por Goffman para explicar cómo las feministas somos estigmatizadas en la mayoría de los espacios; en este caso, ¿cuál es el atributo profundamente desacreditador? Simplemente, ser feminista.

Ya me lo decían mis maestras, las feministas debemos estudiar al doble o triple del resto de las personas, ya que seremos cuestionadas con mayor dureza por dos razones: por ser mujeres y por ser feministas. Pero resulta que, por lo regular, las feministas somos cuestionadas a partir de los prejuicios y las creencias, incluso en espacios académicos, en los que se supone que las discusiones se arman a partir del manejo de categorías de análisis o de abordajes metodológicos; por ejemplo, en pleno seminario doctoral, la ignorancia se ha hecho presente y algunas personas me han dicho que el término "empoderamiento" (una de las bases teóricas y metodológicas de mi trabajo) es tan solo una más de mis ocurrencias, y que además mi preocupación acerca del papel de los medios masivos en la erradicación de la violencia de género contra mujeres y niñas es obsoleta y absurda, ya que esto se soluciona simple y sencillamente cambiando el canal de televisión. Evidentemente, y aunque no tuviéramos una perspectiva feminista, resulta preocupante que en un doctorado en ciencias sociales alguien suponga que la responsabilidad de los medios masivos se elimina cada vez que cambiamos de canal, ya que se deja del lado la reafirmación de la opresión de género (y de otros tipos) que estas industrias hacen mediante la reproducción de contenidos sexistas, la posesión de estructuras androcéntricas y clasistas, aunado a los pactos patriarcales (políticos) que los concesionarios hacen con otros hombres poderosos; lo cierto es que no importa si las feministas tenemos una pizca o montones de veracidad en nuestros trabajos, no gozamos de credibilidad frente los otros y las otras, el objetivo es callar nuestras voces porque visibilizamos situaciones veladas por la ceguera de género y que son incómodas de enfrentar, hasta para las oprimidas. También me pregunto por qué las personas son tan audaces y cuestionan el trabajo feminista sin haber leído siquiera un párrafo de teoría feminista; sería enriquecedor que conocieran las aportaciones desde esta perspectiva política y filosófica para después dialogar. Ahí está una muestra de cómo se vive el estigma de ser una mujer feminista, y confíen en mí, todas, sin excepción, podríamos agrupar relatos parecidos.

Recordemos que la base operativa y estructural de la desigualdad de género son la violencia y la misoginia, y, parafraseando a Bourdieu [1], para que la dominación surta efecto, debe existir correspondencia entre los opresores y las y los oprimidos, o sea, que las y los oprimidos debemos asumir y validar la ideología dominante, a tal grado que hasta los cuestionamientos de la opresión nos parezcan insultantes. Pues sí, el feminismo no es nada "conveniente" para el patriarcado, porque pone en conflicto y en peligro los privilegios de unos cuantos que dominan a la mayoría.

El estigma de ser una mujer feminista me acompaña a todos lados, ya lo dije, en las aulas, en las conversaciones con amistades o con la familia, y en verdad antes esto me generaba profundos conflictos, me sentía herida y enojada, sin embargo, con el paso del tiempo me he fortalecido y comprendido las palabras sabias de mis maestras: hay que estudiar muchísimo más que el resto, pero también debemos ser benevolentes con nosotras mismas y construirnos recursos, estrategias y siempre ir acompañadas de otras, de las amigas, de las cómplices, de las colegas, de las hermanas, de las hijas, de las madres, de las sobrinas, de la suegras, de todas las "necias" con las que vamos caminando.

Precisamente, dedico este texto a todas las "necias", a todas las "pinches" feministas y a las mujeres que resultamos "incómodas" e "imprudentes", a todas aquellas que hemos sido atacadas y desacreditadas por "peligrosas", "brujas" y "locas".

Nota:

[1] Esta reflexión hace referencia a la categoría violencia simbólica, presente en el libro La dominación masculina (2000, Barcelona, Anagrama). Debo puntualizar que mi objetivo no es debatir sobre esta categoría, la cual, desde luego, ha sido discutida por la teoría feminista, pero que para realizar dicha tarea, requeriría de, al menos, otro espacio.









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