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Enseñar y aprender





Por Lucía Rivadeneyra
Comunicóloga por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Cursó la maestría en Literatura Mexicana, en la Facultad de Filosofía y Letras. Sus libros "Rescoldos", "En cada cicatriz cabe la vida" y "Robo Calificado" fueron merecedores de los Premios Nacionales de Poesía "Elías Nandino" (1987), "Enriqueta Ochoa" (1998) y "Efraín Huerta" (2003), respectivamente. En 2007, publicó la antología personal 'Rumor de tiempos'. Su material poético está incluido en numerosas antologías. La han traducido a diversos idiomas. Catedrática de la UNAM desde 1980, ejerce el periodismo en medios de circulación nacional.

La columnista expresa su gratitud hacia sus estudiantes, y afirma que no se explicaría su vida sin la experiencia de la docencia.

Sin las alumnas y los alumnos, las profesoras y los profesores no seríamos nada. Entrar al salón de clase y verlo pletórico de estudiantes levanta el ánimo. No me explicaría mi vida sin mi experiencia como profesora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la UNAM, desde hace más de treinta años.

Desde una esquina de la humildad, me atrevo a comentar que en las aulas pretendo acercar a los jóvenes a las inquietudes que generan la vivencia, la escritura y la lectura. Intentar enseñar es lo que algunos cientos de miles de millones hemos pretendido hacer en nuestros grupos.

Hay que decirlo, nunca he creído que la letra entra con sangre. No, no sólo entra con sangre sino con bilis, con amaneceres, con decepciones, con esperanza, con brindis, con éxitos, con fracasos, con desveladas, con pasiones, con depresión, con lágrimas, con desesperación, con entrega, con amaneceres... y una vez que traspasó el retén de la duda, se queda para siempre. La letra, las letras que forman las palabras, y la palabra, las palabras son con la que trabajamos en los salones y en la vida cotidiana. La palabra con la que nos hemos conocido, aceptado, rechazado, admirado.

Sin mis alumnas y alumnos yo no me hubiera descubierto en muchos sentidos, por eso les recuerdo de una u otra manera, a unos más, a otros menos; pero en su momento están todos. Me hace feliz encontrarme a muchos en la vida profesional, en la calle, en el cine, en el café, en el súper, en los toros, en el mar, en la panadería, en un concierto, en la guardería con sendos hijos, en la vida, vamos.

Después de más de treinta años, hay varias anécdotas que no se pueden dejar de lado. Dos en concreto que me han mostrado, sin piedad, el paso del tiempo. Hace unos diez semestres, un alumno al final de la clase extendió sobre el escritorio una fotografía. "¿Se acuerda de esta foto, maestra?". Obviamente, es de mi generación, contesté. "Pues la que está aquí es mi mamá y le manda saludos". Me dio un gusto inmenso, no obstante, pensé: "De esa foto a la fecha, ya han pasado algunas lágrimas bajo los puentes".

Sin embargo, eso no fue lo más fuerte. Un año o dos después, al terminar una clase, se acercó una estudiante y a bocajarro me dijo: "Le manda saludos mi mamá. Fue su alumna". Ese día sí sentí que la virgen me habló. Respondí a los saludos. Me fui del salón, conté el detalle a un colega y luego nos fuimos a echar un par de tequilas, "pa´l susto". Éramos compañeros del mismo dolor. A pesar del golpe de los siglos, rescaté lo valioso: La mamá de mi alumna se acordaba de mí.

Y yo me acuerdo de muchas y muchos, por eso aquí va una muestra y digo muestra, porque podría llenar miles de páginas. Va mi recuerdo y mi presencia a todas y todos los que no sólo tomaron una materia porque el destino así lo quiso, sino a los que decidieron volver a cursar conmigo alguna otra y a los reincidentes por tercera o cuarta vez. Debo aclarar que con más de alguna y alguno tengo lazos de amistad muy sólidos, desde hace años. Va mi evocación y mi gratitud de siglos:

. A la que me ayuda a organizar archivos.

. A las que un día recogieron, del camión del colegio, a mi hijo y lo llevaron a comer.

. Al que, luego de más de veinte años, encontré en una playa de Huatulco y me dijo: "Qué bueno que la veo porque quiero hacer, ahora sí, mi tesis".

. A las y los que han sido y son mis adjuntos, por su interés, por las pasiones que algunas y algunos han demostrado por la palabra, por su compromiso o por su falta de compromiso.

. Al que preguntó, en todo su derecho, " ¿Y cuál es su formación, para impartir la materia de Géneros periodísticos?"

. A la adjunta que me entregó la lista final en una hoja cuadriculada y a mano, pero estaba enamorada.

. A la casi niña que me dijo, después de escuchar una de las primeras clases, en primer semestre, donde les invito a gozar, a disfrutar la carrera, los libros, el ambiente estudiantil, a que viajen, a amar y desamar, a escribir... "Maestra, y ahora qué hago, tengo 17 años y estoy embarazada".

. Al que escribía con las peores faltas de ortografía, pero un día declaró: "Voy a mejorar".

. A los que me han escrito poemas.

. A los que llegan corriendo, pero llegan.

. Al que un día se enojó porque comenté algunas dedicatorias de las tesis que, sin duda, reflejan la calidad del trabajo o lo contrario. Y porque les pedí que cuando hicieran las dedicatorias de sus trabajos recepcionales, las pensaran antes de escribir, para no poner: "Por mi madre bohemios...".

. Al que dijo "Vengo a entregarle mi primer libro, ¿me recuerda?". Claro contesté, no olvido que llegabas de tal y tal forma a la clase. "Sí, pero nunca estuve inscrito formalmente, sólo iba a su clase para verla y escucharla".

. A Jacinto uno de mis alumnos, en mi primera clase como titular, (lunes y miércoles, de 20 a 22 horas) porque yo no tenía ni 25 y él tenía 50.

. A quien me regaló una manzana.

. A la que sacó en plena clase una torta que perfumó el salón entero y a la que, cordialmente, invité a salir para que comiera con libertad.

. A la que se enamoró de uno de mis adjuntos.

. A los que escribieron en el pizarrón las respuestas de un examen y luego borraron suavecito, para que se pudieran leer.

. A los que siempre le tiran al diez.

. Al que con singular valor se atrevió a citar, como referencia, a Gaby Vagas en un reportaje, y me hizo entrar en crisis.

. Al que reventó un chicle bomba en un examen.

. A las parejas que se pasan casi dos horas con las manos entrelazadas.

. Al que manda mensaje por celular y finge poner atención en clase.

. A la que siempre hace preguntas brillantes

. A quien sabe muchísimo, pero muchísimo, muchísimo, más que yo.

. A los que un día me dejaron de hablar.

. Al que me invitó a la fiesta de cumpleaños de su hijo.

. A la que me fue a dar ánimos después de una clase donde habían plagiado trabajos.

. A quienes me han invitado a su fiesta de graduación.

. A quienes preguntan lo más inimaginable.

. A la que me invitó de testiga a su boda.

. A Juan quien, ante mi escepticismo al enterarme que había agua de San Judas Tadeo, me regaló una botella, comprada en San Hipólito un 28 de abril, durante su investigación.

. A la que le puso mi nombre a su hija.

. A quien me agradece haber pasado del odio al amor por la literatura, según dice, "después de la clase de primer semestre".

. A quien me contó sus penas de amor.

. A la que reprobó porque tuvo que entrar a trabajar, pero se volvió a inscribir en mi materia el siguiente semestre y sacó diez...

¡Cómo no los voy a querer! Piel dorada y sangre azul. Mi gratitud eterna.






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