No es suficiente entender cómo funciona y está organizada la vida social, también es necesaria la acción para hacer equitativo ese mundo social, por lo que uno de los compromisos centrales del feminismo es el cambio para las mujeres en particular, y el cambio social progresivo en general.
Norma Blazquez Graf

¡Hace tanto que no escribo en mi amada columna! Pero es que pasan tantas cosas, de una manera tan vertiginosa, que cuando he decidido el tema ya hay otro asunto de igual o mayor importancia... Lo peor del caso es que ni siquiera son noticias agradables, o resultados exitosos de nuestra lucha o de otras luchas. Son, prácticamente siempre, tragos amargos y bilis derramada. No sé, pero se me está llenando el buche de piedritas.

Y más cuando una se topa con hombres -y mujeres también- a quienes les indigna mi "ser feminista" y se vuelcan en ofensas y agresiones ante tal "perversidad". Sé que todas las que nos hemos puesto las gafas violetas hemos pasado por esto una y otra vez, y hemos tenido que aprender a lidiar con ello, a veces teniendo que empezar hasta con los hombres más cercanos y queridos.

Recuerdo cuando hace unos años, durante mi paso por El Universal, un famoso editor de un suplemento cultural, al enterarse de mi quehacer feminista, me tomó de las manos muy condescendientemente y me preguntó muy compungido: "¿Pero cómo fuiste a caer en eso?". Me quedé estupefacta. Parece que ni siendo editor de todos los suplementos culturales podrá quitarse su traje machista.

"Feminismo", "feminista"... cuánto miedo causa. Y cómo no, si el feminismo no son enchiladas. Bien que saben los hombres que estamos cambiando al mundo. A las personas y a las instituciones; a la historia misma. Su miedo es a perder el control, a dejar de beneficiarse a costa de vidas y dignidad. Miedo ante la evidencia de que cada vez menos mujeres se tragan sus cuentos y su violencia.

Sin duda me gusta explicar y tratar de resolver las dudas que, sobre todo, los varones tienen en cuanto al feminismo. En cada conferencia que imparto, en cada clase, en las reuniones informales, en fin, en cualquier espacio, siempre hay hombres que preguntan. Se agradece cuando es obvio su verdadero interés. Muy diferente a otros que preguntan para provocar, para justificar sus prejuicios; preguntan no porque quieran escuchar y entender, sino para pelear y descalificar.

En esos casos, y después de tantos sinsabores, he optado por ni tratar de explicar. Es pérdida de tiempo y de saliva. Quizá en otro momento, con otra gente, en otras circunstancias, abran su mente y estén dispuestos a escuchar. He renunciado a "evangelizar" o enfrascarme en discusiones que no terminan en nada, o peor aún, que abonan a la ruptura entre hombres y mujeres. Ya lo dice la conocida frase, "cuando el alumno está listo, el maestro aparece".

También las mujeres me han roto el corazón. Por ejemplo, he perdido muchas amigas, sobre todo aquellas que me conocieron antes de "ser feminista" y que después se sintieron amenazadas por mis "ideas". Aunque, insisto, nunca he sido "reclutadora" de "militantes" feministas, les ha dado miedo tenerme como amiga. Otras veces han sido sus parejas quienes han incidido en el alejamiento y posterior olvido (como casi no suele pasar). Quizá les dio pavor perder, por mi culpa, comida caliente, casa limpia, sexo y niñera gratis.

Afortunadamente también han llegado a mi vida otras mujeres; amigas, compañeras de lucha, cómplices de sueños y utopías. Nunca en mi vida como ahora, había estado rodeada y acompañada de tantas mujeres. Nunca como ahora, había conocido tantos hombres diferentes, solidarios, en búsqueda de esquemas y estructuras no machistas. Y eso también se lo debo al feminismo.

En este mes, y este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, abrazo desde este espacio a todas las personas -mujeres y hombres- quienes están conscientes de que el feminismo no es estar contra los hombres, sino contra el ejercicio del poder violento y destructivo; y de que las mujeres no somos propiedad de nadie.

Ahora que termino de escribir esta reflexión, me he percatado de que la inicié muy deprimida, pero al final quedé llena de energía y agradecimiento. Eso es otro efecto del feminismo; inyecta vida y esperanza.