|
El amor de pareja como forma de opresión y violencia contra las mujeres (parte 4 y última)
Tweet
Por Raquel Ramírez Salgado
Feminista y maestrante en Comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM
El hecho es que el amor no siempre es color rosa, en muchas ocasiones se convierte en un sistema de opresión que es real en muchas mujeres; la autora nos narra su experiencia y actual forma de ver el amor; porque en las relaciones amorosas también existen derechos humanos.
Y después de todo, ¿cómo se conecta la crítica feminista con mi vida? Los costos del amor patriarcal en mi propia experiencia
Hago una retrospectiva y me doy cuenta de que para llegar al punto de reflexión sobre mí misma en el que estoy, he tenido que pasar por muchas situaciones, unas dolorosas y otras felices, alucinantes, divertidas, frustrantes y otras confrontadoras. Definitivamente, a través de la sabiduría de mis maestras feministas he podido construir recursos para desmontar ideas, creencias o prácticas lastimosas y debo confesar que en esta deconstrucción está situada la idealización del amor romántico (patriarcal), porque reconozco que en mi biografía amorosa, al igual que en la de otras (muchísimas) mujeres, hay episodios de mucho sufrimiento.
He aquí el testimonio de una mujer sincrética que busca compartir su experiencia con otras sincréticas no para victimizarse, sino para compartir y encontrar claves que, como escribió Simone de Beauvoir, nos hagan capaces de amar con nuestra fuerza y no con nuestra debilidad, para que el amor sea para todas fuente de vida y no de mortal peligro.
La crítica feminista en mi biografía amorosa
Desde que era niña el amor se colocó como una necesidad, pero no hablo de un hecho concientizado por mí, simplemente asumí como una de mis "obligaciones" ser bonita para tratar de gustarle a los niños y de esta forma, ser aun más bonita, ya que me convertiría en una especie de estatua que los demás admirarían; claro que ser bonita, en términos del arquetipo patriarcal, es muy complicado por lo que no alcanzarlo resultó frustrante... Y bien, no era bonita según el patriarcado, pero requería serlo, entonces eso hice y me di cuenta de que los demás me veían como tal, por lo que comencé a posicionarme de esa forma en todos los espacios. Aunque en el exterior lucía bien, por dentro me sentía carente, siempre temerosa de no ser lo suficientemente bonita y valiosa. Así pasaron 10 años más y tres hitos amorosos.
D., el músico fallido
Lo conocí cuando tenía 20 años. Ahora puedo entender que la clave principal para que estableciéramos una relación asimétrica fue que consideré que yo era menos valiosa que él, quien estudiaba guitarra clásica en la Escuela Nacional de Música y parecía ser todo un chavo de mundo, era guapo, intelectual, culto y hasta algo fresa. Cuando salimos por primera vez yo estaba nerviosa y pensaba ¿de qué puedo hablar con un chavo como él si no pertenezco a su mundo?
A pesar de mi nerviosismo e inseguridad, todo salió bien, la plática fue muy divertida y descubrí que teníamos muchas cosas en común, como la afición por la fotografía, el gusto por el arte y el cariño especial por el Día de Muertos. Ese día no nos besamos, pero él me invitó a salir de nuevo.
A la segunda cita nos hicimos novios y comencé a vivir en una especie de sueño, me subí a una nube, y lo coloqué en otra, una más arriba que la mía, para poder admirarlo e idealizarlo cada vez más. Ese 23 de febrero de 2002 que nos hicimos novios fue un día esplendoroso, desayuné con mi mamá y mi hermano, prendí la radio y escuché Love song de The Cure y mi madre me prestó su perfume favorito.
D., el músico fallido, y yo estuvimos juntos casi siete años. Ahora sé que lo que me hizo se llama violencia de género. D. era celoso, posesivo, arrogante, envidioso, inseguro, misógino, y yo, tan sólo era una mujer de 20 años con la subjetividad de una niña pequeña, insegura que buscaba aceptación, amor, protección y compañía.
Sinceramente no tengo muy claro cuándo se llevó a cabo el primer ejercicio de violencia, sólo sé que mi vida ya no me pertenecía, giraba en torno a él, siempre con él y para él. Me volví una mentirosa profesional, ya que debía ocultar que en las escasas oportunidades que no estaba a su lado, salía con mis amigos o con mi familia; cuando sonaba mi teléfono celular, el miedo me paralizaba, no quería que se enojara o que pensara que lo engañaba con otro hombre.
Cuando salí de la universidad, evidentemente comencé a buscar empleo. Esa búsqueda se tornó desgastante y tortuosa porque en tres ocasiones conseguí quedarme con el empleo que solicité, pero D. se mostraba enojado y me decía que si ya no pasábamos tiempo juntos, nos alejaríamos y terminaríamos por separarnos; temí hacerlo enfadar, y con mucha tristeza, desistí en su momento de cada uno de las tres ofertas laborales. Al músico fallido no sólo le preocupaba perder el control sobre mí, sino también que lo superara a nivel intelectual y profesional.
Los costos de esta relación incluyen violencia sexual, violencia patrimonial y el límite, aquello que me impulsó a dejarlo fue que vi mi vida en peligro ante sus amenazas. Eso significó el fin, me negué a verlo de nuevo, pensaba si ya me zafé, no vuelvo a meterme en eso, ya no. Eso sucedió a fines de agosto de 2008 y en noviembre recibí un mensaje en mi teléfono celular: No puedo soportar esta espera, yo te amo, pero dime si tú aún me amas; escribí firmemente NO.
Ahora el reto para mí era aprender a estar sola y aprender qué hacer con tanta libertad. Por cierto, D. es el músico fallido porque aunque tenía talento y ejecutaba obras de Bach y Ponce en su guitarra, no trascendió y jamás logró montar el concierto para su examen profesional.
A., el hombre-niño que buscaba una madre. Yo, la mujer-niña que buscaba alguien que la abrazara y amara tal cual
No era fácil, ¿qué carajos podía hacer sin él? Caray, tenía tanto tiempo, podía hacer e ir a donde quisiera, ¿cómo lidiar con eso si durante casi siete años todo giraba en torno al músico fallido?
Lo que hice fue experimentar. Me enfrasqué con un antiguo compañero de la escuela y ocasionalmente teníamos sexo, pero yo me quedaba más vacía, aún no entendía que debía estar sola para fortalecerme. En ese contexto de confusión y malas decisiones, la vida de A., el hombre-niño que buscaba una madre, se cruzó con la mía.
Nuestra historia estuvo llena de excesos, de alcohol, de violencia, de expectativas que jamás se cumplirían. Tenía una relación distinta y no había entendido la lección, el peso de mi historia con el músico fallido estaba todavía presente y no quería que de nuevo me lastimaran o abusaran de mí; me preocupé tanto por eso que descuidé las señales de alarma.
Nuestra primera pelea fue apenas con un mes como pareja. Nos encontramos con su ex novia en el bar de la Roma, ella iba con alguien más, se pararon junto a nosotros, se besaron y simularon golpearse, A. se enceló, bebió mucho, yo le dije es obvio que hicieron todo eso frente a ti para molestarte, e inesperadamente me contestó ¿cómo es posible que apoyes la violencia contra las mujeres? La situación fue muy bizarra, me desconcerté, no entendía nada...¿apoyar la violencia de género? ¡Jamás! Sólo fue un comentario y él no se atrevía a aceptar que estaba celoso.
Manejó borracho hasta su casa. Se sentó en el sillón, yo le rogaba platicar y aclarar las cosas, le decía que todo era absurdo, pero cuando me acerqué más, me empujó muy fuerte tanto que me caí; desde abajo lo miré más desconcertada, me levanté y recibí lo mismo; sólo me senté en un rincón, tenía miedo. Después de unos minutos se durmió y sentí que debía cerciorarme de que no estuviera vinculado con su ex novia, así que hice algo terrible, muy malo, revisé su celular y me di cuenta de que no se trataba de ella, sino de otra mujer, con quien actualmente él está casado. No encontré algo precisamente explícito, pero sí muy sugerente; sé que no me equivoqué, sé que a lo largo de nuestro noviazgo, A. mantenía comunicación y salía con mujeres a quienes les gustaba, algo así como lo que el lenguaje coloquial llama mantener velitas prendidas. Él se dice monógamo, y de ahí una de nuestras grandes discrepancias, la lealtad, para mí, no sólo consiste en no acostarte con otras, sino en no mantener vínculos ambiguos con otras como reserva por si la relación en turno no funciona.
Al igual que en todos los episodios de violencia, al día siguiente venían las disculpas y la reconciliación. Dos meses después vino algo más bizarro: anunciamos que nos casaríamos; los planes siguieron, no obstante, y afortunadamente, jamás se consumaron.
Pero también siguieron las peleas, las heridas, la indiferencia, aunque con una diferencia, era él quien tenía por completo el control y diciembre fue un infierno, terminamos y el hombre-niño ya no quería estar conmigo y ¿qué podía hacer para retenerlo? Rogarle que se quedara a mi lado, hasta el cansancio, hasta humillarme y aguantar maltratos, abusos psicológicos, físicos y sexuales. Finalmente, él regresaba y eso era lo importante para mí. Ahora entiendo que el desamor estaba presente, A. ya no me quería, pero yo a él sí y por eso me utilizaba para engrandecerse y sentirse poderoso maltratándome... eso se llama desamor.
Una vez le pregunté por qué ejercía violencia contra mí. Su respuesta: ¿no te das cuenta? Lo hago porque tú me lo permites, porque tienes una autoestima muy baja. Me gusta ser el centro de atención y por eso me busco novias obsesivas, para que siempre estén al pendiente de mí. Según su punto de vista, yo era la responsable de que él fuera violento. La evasión e impunidad absoluta.
Estando cautiva en el desamor tuve un poco de lucidez y decidí acercarme al feminismo, lo cual me ayudó a tener voluntad y a obtener respuestas para salir de ese infierno; no era fácil, las contradicciones que vivimos las mujeres sincréticas me hacían sentir por momentos fuerza para dejar a A., otras veces me preguntaba qué iba a hacer sin él.
Una vez en clase, la doctora Marcela Lagarde nos dijo: "Quien está en violencia no puede pactar y el amor debe ser un pacto entre seres libres", y así me di cuenta de que yo no era pactante y que debía poner fin a una relación tan lastimosa; sólo era cuestión de algunas semanas, de algunos meses, mis miedos provocaban que postergara la decisión y entonces A. se me adelantó...¡qué tristeza, qué vacío! Su ausencia sólo podría disiparse con la muerte, con la mía, claro.
Obviamente mi intento de suicidio no resultó "exitoso" y tras un año de terapia, incluso de antidepresivos, de estar sola para fortalecerme la pérdida se tornó una ganancia porque ya no estaba en violencia y descubrí que si A. no estaba yo podía continuar con mi vida.
Carlos, mi compañero de ruta
Una noche me puse como reto que la próxima vez que tuviera una relación, ésta debería ser diferente, debería estar llena de solidaridad, respeto y justicia. No deseo llegar a un clichesco final feliz, porque ni siquiera es el final, pero ahora entiendo por qué pasó todo, por qué debía vivirlo para llegar a este punto en mi vida.
El 7 de marzo de 2011 conocí a mi compañero de ruta. Mi compañero de ruta es un hombre solidario que respeta y apoya políticamente al feminismo, y por si fuera poco, es noble, dulce, generoso, ético, intenso. Y sí, esta vez he tratado de deconstruir la estética y el ideal hegemónico del amor, de ese que daña, que debilita, que destruye. No ha sido fácil, no puedes sacudirte de repente la influencia estructural de lo ya establecido, pero la toma de conciencia es el primer paso de un largo recorrido.
A partir de que me posicioné de otra forma, mi vida cambió, y entiendo por qué me siento aún débil, comprendo qué es la violencia, la detecto, trato de sacarla de mi vida, aunque también entiendo que desmontar la violencia de género no es una tarea de índole personal, es una articulación compleja de acciones políticas y colectivas, y con esto hay que recordar la clásica consigna feminista "lo personal es político", ya que para vivir el amor con justicia, las mujeres debemos tener derechos humanos.
Ahora pienso en otra clave feminista: asumo que, como afirma la doctora Marcela Lagarde, para amar hay que tener conocimiento, de nosotras mismas y de los otros, de que existen otras formas de amar diferentes a las que oprimen a las mujeres.
A lo largo de 31 años he aprendido, con la experiencia del cuerpo, de la piel, ¿qué he aprendido? Que jamás debo ponerme en riesgo, que la persona más importante de mi vida soy yo, que el amor no debe doler, que el amor no se suplica y que la lección más importante que he venido a aprender es el desapego (por las personas, por las cosas, por los lugares, por los ideales).
Y sé que persistirán las contradicciones: escribir esto fue inspirador, me dio fuerzas y seguramente, no sé cuándo, pero sé que pasará, después vuelvan algunos cuestionamientos, inseguridades y miedos, en la vida íntima y en la pública, en la casa, en la cama; estoy consciente de que las prácticas del amor patriarcal pululan por el aire y que es posible que me resulten aún tentadoras, porque toda la estructura social las reproduce y legitima a través de distintos mecanismos, y debido a que es muy complejo desmontar de mi mente por completo una forma de vida de tres décadas.
¿Qué hago cuando vuelven las dudas, los miedos y las contradicciones? Soy indulgente conmigo y me doy la oportunidad de ser humana, de reconocerme, de saberme como una mujer con el derecho a equivocarse y de aprender; reconozco que lo que me queda es seguir, construir día a día una nueva ética que no me coloque en riesgo y que me incite a respetar la dignidad de todas las personas, incluida la mía, por supuesto.
Y mientras, sigo aquí, entendiendo que soy y estoy sola, aunque tenga una pareja, sin que eso sea una tragedia; soy y estoy sola porque me reconozco como una mujer que lucha por crear vínculos con las personas, no dependencias.
Ah, y aparte de lo anterior, para vivir el amor con justicia estoy cerca de otras mujeres, amigas, conocidas, familiares, que buscan y desean formas de amar distintas a las que nos impone el patriarcado, porque a su lado logro entender que no es coincidencia que nuestras experiencias amorosas se asemejen, sino que esto es reflejo de un sistema de opresión de las mujeres que proporciona privilegios de género a los hombres. Hay esperanza, pero más que eso, hay respuestas para todas y por todas.
LEE TODA LA SERIE:
>>> El amor de pareja como forma de opresión y violencia contra las mujeres (parte 4 y última). Y después de todo, cómo se conecta la crítica feminista con mi vida? Los costos del amor patriarcal en mi propia experiencia.
>>> El amor de pareja como forma de opresión y violencia contra las mujeres (parte 3). La crítica del feminismo de la tercera ola al amor patriarcal: Por qué el amor es aún una experiencia insatisfactoria y frustrante para las mujeres?
>>> El amor de pareja como forma de opresión y violencia contra las mujeres (parte 2). La crítica feminista frente al amor patriarcal. Simone de Beauvoir, la enamorada.
>>> El amor de pareja como forma de opresión y violencia contra las mujeres (parte 1). De cómo retomé la experiencia propia para encontrar respuestas.