2019 Artículos Edición Abril'19 Georgina Rodríguez Gallardo 

Celebrar y trabajar por el empoderamiento de la niñez

Foto: Dulce Miranda/MujeresNet

Por Georgina Ligeia Rodríguez Gallardo


Las violencias contra menores de edad vuelven urgente que gobierno y familias tomen la responsabilidad que les corresponde en el cuidado, educación, protección y desarrollo de niñas y niños.



La niñez lleva intrínseco un proceso de crecimiento y desarrollo durante el cual los y las menores son vulnerables, pero no sólo por su edad y dimensión física sino por ese algo que define su esencia como niña o niño que no podemos medir pero sí valorar: su inocencia.

Esta vulnerabilidad no implica la pérdida de capacidades y mucho menos de derechos humanos. El maltrato infantil, la violencia a menores de edad existe, y muchas de las veces se encuentra invisible a nuestros ojos y disfrazada con los procesos de enseñanza y corrección a los que se les sujetan; o simplemente porque no saben reconocerla al no contar con los elementos para señalarla y pedir auxilio. Es por ello que requieren de atención y protección.

En fechas recientes la violencia hacia menores de edad es cada vez más visible, lo que va de la mano del trabajo de las instituciones en su prevención y lo que ha expuesto la magnitud de la violencia que viven. Es innegable que los hechos de violencia han aumentado; hablamos del infanticidio, el abuso laboral y sexual, el maltrato, descuido y abandono por los padres y madres, la privación de sus derechos humanos (educación, salud, alimento), lo que no es nuevo, ya que históricamente se ha hecho en muchas culturas y etapas de la historia; la diferencia es que ahora se cuenta con el respaldo jurídico e institucional para velar por su bienestar.

La etapa de crianza lleva aparejada una conceptualización de la educación, corrección y formación de niños y niñas que se construye a partir del momento histórico y cultural en que se ubique. Esto es, la niñez es un concepto histórico y sociocultural. No es lo mismo ser niño o niña ahora que hace 200 años, o ser menor en Suiza o en Angola. Lo que resulta innegable, es que se trata de una etapa en la que se da la formación básica de lo que seremos como personas y miembros de una sociedad, para bien o para mal.

La etapa de crianza lleva aparejada una conceptualización de la educación, corrección y formación de niños y niñas que se construye a partir del momento histórico y cultural en que se ubique. Esto es, la niñez es un concepto histórico y sociocultural.

En esta etapa la persona es receptora y todo su ser está dispuesto a aprender en el sentido más amplio de este proceso; es por ello que los hechos positivos o negativos impactarán el resto de su vida. Es cierto que hablamos de una persona en proceso de desarrollo y aprendizaje, sin embargo, es usufructuaria de su propia visión y perspectiva de las cosas, poseedora de una opinión que debe ser reconocida, respetada, pero sobre todo escuchada.

El maltrato infantil dispone de un descargo que es la creencia de que madres y padres tienen derechos y no sólo obligaciones sobre las y los menores, esto no sólo se aprecia como una parte de la figura de la maternidad o paternidad, sino que es un derecho otorgado y permitido por la sociedad. Y al desarrollarse en el ámbito de lo privado resulta complicado realizar una medición y contar con datos estadísticos confiables.

El maltrato se vuelve visible cuando sale de la esfera de lo familiar o en el momento en que se presenta una denuncia y repercute en la salud del o la menor por las lesiones que sufrió, el descuido, o bien en la temprana inclusión en el ámbito laboral, con el consecuente abandono de la escuela y exposición al abuso sexual. Este fenómeno social no es nuevo, es un hecho que se da en el primer círculo familiar y de amistades; sin embargo, en los últimos años se ha visibilizado de manera aterradora que los casos de abuso sexual se dan en otras esferas del desarrollo de niños y niñas.

Otra forma de violencia es el descuido y abandono que sufren por la ocupación de su padre y madre, ya sea que no disponen de las redes familiares para que les apoyen en su cuidado, de recursos para inscribirlos en una guardería o para pagar a alguien que les cuide en casa. Estas razones y muchas más han generado un incremento de menores solos en casa, se trata de niñas y niños de 8 años –poco más, poco menos- cuidando bebés de dos años o meses de edad; encerrados en sus casas creyendo que eso los mantendrá a salvo, expuestos a accidentes, muchas de las veces sin alimento y en el peor de los casos encadenados o abandonados, con familiares que a su vez los descuidan, maltratan, abusan sexualmente o los matan.

Todos y todas tenemos responsabilidad con nuestros menores, el gobierno -generando políticas públicas reales, no sólo dar escaso dinero- y las familias velando por niños y niñas, esto debe de ir acompañado de trabajar en la formación de padres y madres en sus roles con apego a la ética, el desarrollo de habilidades de conciliación, así como el fortalecimiento del o la menor a partir de su empoderamiento; es proporcionarles las herramientas que, si bien no serán suficientes, sí son útiles.

Trabajemos en ello, las niñas y los niños tienen la capacidad de distinguir el peligro y lo que está incorrecto, hay que enseñarles cómo deben de actuar, deben de aprender a cuidarse a sí mismos, y esto no se puede dar si las instituciones educativas y la familia no les enseñamos discernimiento y trabajamos en su empoderamiento.

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